Por estos días, cuando comienza a caer el sol se produce un fenómeno extraño en muchos barrios de la ciudad de Buenos Aires. El silencio abrumador de calles desiertas, que ya se está haciendo habitual, de pronto se interrumpe. De a poco, como despertando de un largo letargo, en centenares de edificios los porteños toman sus balcones y terrazas para cantar, bailar y acortar, aunque sea un poco, la distancia social a la que los obligó el coronavirus.
El ejercicio de catarsis colectiva tiene su clímax a las 21, cuando se produce un aplauso generalizado cuyo destinatario son los trabajadores de la salud, pero también nosotros, los propios confinados. La rebelión de los balcones es un fenómeno que, como el virus, se propagó desde Italia y España hacia Buenos Aires, donde mutó para incorporar un giro local: los DJs de terrazas. La movida tiene un efecto reparador y ayuda a combatir el aislamiento, dicen los especialistas.
Los edificios de Cramer al 1000, en Colegiales, bailaron el domingo pasado al ritmo de Juan Diego Martínez Larrea, uno de los dueños de la empresa de fiestas Sarapura DJ. "Parecía un estadio, mis vecinos son lo más", se entusiasma Martínez Larrea al recordar el evento.
Fue una decisión espontánea. A las 19.30 sacó los parlantes al balcón y anunció que a las 20 comenzaría un set de una hora. Pasó música electrónica, reggaeton, cumbia y los clásicos temas que invitan al canto comunitario. Los balcones vibraron con "No te creas tan importante", de Damas Gratis, o "Baila Conmigo", de Víctor Cárdenas. Para terminar se guardó el himno nacional y el hit de la noche: la marcha de San Lorenzo en versión remixada. "Una más y no jodemos más", arengaban desde los balcones al final del set.
Martínez Larrea quedó feliz con la repercusión y este viernes la va a repetir a la misma hora y en el mismo lugar. Será, además, una manera de festejar su cumpleaños número 50. En cuarentena con su mujer, sus tres hijos y su perro, dice que la experiencia le está resultando "espectacular". "Laburo un montón y es muy difícil pasar tiempo juntos", explica. "Seguro que de todo esto algo bueno va a salir", se esperanza.
También en Núñez
Los vecinos de Libertador y Campos Salles, en Núñez, tienen un show a cargo de Lucas Waizer que todos los días, a las 19, saca los parlantes al balcón y pasa música. Su repertorio es muy similar al de Martínez Larrea, lo mismo que el efecto reparador que genera entre los vecinos. "La gente está todo el día en su casa y se aburre. Es una iniciativa para hacer algo distinto", dice Waizer, que tiene 22 años y disfruta de la interacción con sus vecinos. El otro día uno de ellos le avisó que era el cumpleaños de su hijo, Lucas puso el "feliz cumpleaños" y lo cantaron desde todos los balcones.
El aislamiento nos duele tanto como un esguince de tobillo
"Estamos gritando y cantando para reemplazar a los abrazos", explica Alejandro Artopoulus, sociólogo de la Universidad de San Andrés. Él vive en Colegiales y experimentó desde su propia casa el poder sanador de estas fiestas comunitarias. "Estas expresiones -dice- tienen un efecto reparador y terapéutico inmenso. Buscamos rearmar nuestra estructura de lazos y contactos, tanteamos para asegurarnos de que la sociedad siga funcionando."
El psiquiatra y escritor José Abadi dice que estas manifestaciones no son sólo una descarga: "Son un juego, una alianza, una manera de decir que estamos juntos, comunicándonos de manera creativa". Son algo sano, agrega, que nos permite corroborar que estamos vivos y registramos al otro.
El daño del aislamiento
Estanislao Bachrach, biólogo, explica que hay estudios que cuantifican el daño que produce el aislamiento social. Los ermitaños, por caso, viven en promedio entre cinco y diez años menos que el resto de la gente. También existen estudios que demuestran que el dolor social o emocional, como el que produce no poder relacionarnos como estábamos habituados, se registra en el cerebro en la misma zona que el dolor físico. "El aislamiento nos duele tanto como un esguince de tobillo, pero utilizando nuestros pensamientos podemos interpretar esta situación de una manera diferente y tomarla como una oportunidad para observar nuestra vida desde una perspectiva diferente", señala.
Las experiencias de los balcones encendidos al atardecer se repiten en toda la ciudad. El fin de semana, también en Núñez, un vecino sacó un órgano a la terraza para interpretar un largo repertorio de pop con abundancia de temas de Elton John. Ezequiel Hara Duck, un productor de radio, hace un show diario de luces desde su balcón en Colegiales. "Me comunico con otros vecinos que están a 100 metros y hacemos figuras sobre los edificios", dice. En Villa Urquiza hay una mujer que canta música lírica. "Anoche cenamos escuchándola", contó una vecina en redes sociales. En Twitter e Instagram, donde circulan todas estas iniciativas, hay registros de solos de batería y hasta peleas políticas. Un usuario de Flores contó que uno de sus vecinos coronó el himno con un "¡Aguante Alberto!" y recibió insultos, pero también apoyos. "¡El peronismo los va a salvar del coronavirus", arriesgó otro.
El baile de los balcones
Los niños son los más sorprendidos por el agite nocturno. "¡En medio de la excitación uno de mis mellizos pidió un aplauso para el coronavirus!", publicó una madre. Otra contó que su hija comenzó a conversar de balcón a balcón con una chica. "Otro día te invito a mi pelopincho", le dijo al final del intercambio.
El espacio también sirve como una especie de paseo por el barrio, una forma de asomar la cabeza luego de todo un día de encierro, con exceso de redes sociales, televisión y noticias. También funciona como válvula de escape. María, una mujer de Recoleta contó que el domingo último salió al balcón para aplaudir. "¡Que no decaiga!", arengó un vecino. En ese mismo instante, largó el llanto que tenía contenido desde hacía días.
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