Bahía Bustamante. La hostería patagónica de lujo que recomendó el New York Times
BAHÍA BUSTAMANTE, CHUBUT.— La ruta 3 es una columna vertebral que sostiene la costa atlántica patagónica, esta mítica huella de asfalto es un Ecuador austral, seco y árido que presenta rectas interminables. El calor la vuelve un espejo que refleja el cielo. A la altura de Comodoro Rivadavia, la estepa se extiende hasta donde llega la mirada. De vez en cuando, los guanacos se acercan peligrosamente hasta la ruta para observar el melancólico desfile de autos.
Pequeños carteles señalan campamentos petroleros, estancias o pueblos, uno de ellos es la entrada a Bahía Bustamente, un paraíso costero que escande playas de arenas blancas y aguas cristalinas. Un lodge exclusivo a orillas del mar que permite estar dentro de un santuario de aves y mamíferos marinos. Para el New York Times es una “nueva opción privada a las Islas Galápagos”.
“Queremos mostrar que otra vida es posible, más simple”, manifiesta Matías Soriano, al mando de esta estancia marina y del lodge junto a su esposa Astrid Perkins. Bahía Bustamante fue un establecimiento dedicado a la extracción de algas durante 70 años, uno de los pocos pueblos algueros del mundo. Hace quince años Matías decidió reconvertir la estancia en un proyecto de conservación de la biodiversidad y turismo de naturaleza. En 2018, frente a la línea de costa plantaron 2000 vides, que darán nacimiento al primer vino de mar argentino, bajo la mirada de Matías Michelini y Tato Giovannoni. “No existen viñedos tan próximos al océano”, sostiene Astrid. Este verano fue la playa secreta a las que todos quisieron ir.
“Bahía Bustamente es un pequeño paraíso”, confiesa Matías. El lodge se asienta en lo que fuera este idílico pueblo alguero. “Toda mi historia familiar se concentra aquí”, afirma. En 1952, su abuelo, Lorenzo, llegó en un jeep buscando el gel que tienen algunas algas para hacer un fijador de cabello, sus restos descansan en el modesto cementerio en la estancia, a metros del mar.
Las antiguas casas de los algueros y de empleados de la empresa, son usadas como viviendas, austeras y simples, para recibir a 25 huéspedes que durante el tiempo que estén, vivirán en uno de los santuarios naturales más vírgenes del mundo. “Queremos garantizar el balance entre naturaleza y la presencia humana”, sostiene Astrid. “El lujo acá está en el acceso a la inmensidad de la naturaleza, pura y contundente”, afirma.
En el año 2011, atraído por la biodiversidad y la belleza de sus playas paradisíacas, el New York Times envió una periodista. Recorrió el mar y la estepa, caminó por sus costas y convivió con esta pequeña comunidad de huéspedes, y se empapó de la historia familiar de los Soriano, y el proyecto de conservación y turismo ecológico. “Quedó impactada, no podía entender la cantidad de vida en estado salvaje”, recuerda Astrid. El medio neoyorquino eligió ubicar la nota en su tapa, comparando a Bahía Bustamante con las Islas Galápagos.
“La gente viaja a través de los continentes para conocer Bahía Bustamante”, escribió Danielle Pergament en su artículo. “Lo primero que notas es la escala de todo. La interminable distancia entre pueblos, la insondable extensión de tierra entre vos y el horizonte, la vasta extensión de cielo”, resumió la periodista.
El lodge, frecuentado durante años por turistas de todas partes del mundo, icónico para aventureros y amantes de la Patagonia, este verano pandémico recibió a argentinos. Está a 300 kilómetros al sur de Península Valdés, forma parte del Parque Nacional Patagonia Austral y de la Reserva de la Biosfera de la Unesco Patagonia Azul, además de ser un territorio AICA (Área de Conservación de las Aves) “Bahía Bustamante es remota y exclusiva, queremos preservar el entorno natural con un proyecto de vida y turismo sustentable”, asegura Astrid.
Para llegar al lodge se requiere de paciencia y entrega, es un viaje iniciático, la aventura (de las más importantes en nuestro país) comienza desde que se abandona la ruta 3, y con ella el asfalto y la seguridad de pertenecer al mundo moderno. La desolación, pero también la naturaleza pura y agreste, se presentan sin intermediarios. “Es un viaje al pasado, así lo hicieron los pioneros”, afirma Matías. La Patagonia, desnuda, es una postal emocionante.
Ríos secos, campos ovinos y el mar
El camino de ripio atraviesa la estepa, ríos secos y campos ovinos, tierra agrietada, la lluvia aquí es un sueño que nunca llega a domesticarse. Choiques, maras, guanacos, zorros, hurones, ovejas y peludos son los habitantes terrestres que se pueden ver desde esta huella de 35 kilómetros. El paisaje aquí es el mismo que hace miles de años. El mar se presiente como un segundo cielo en el horizonte, que crece hasta llegar a Bahía Bustamante. La bienvenida es directa: un caserío blanco, un viñedo, y el mar de un turquesa que enamora. La abundancia de belleza y naturaleza, impactan. El pueblo más cercano queda a 90 kilómetros, es Camarones. La soledad es total.
El lodge tiene electricidad gracias a un parque solar. A partir de las 23, se corta el servicio y las estrellas iluminan la vida. El 60% del agua caliente es generada también con este sistema. El agua que se bebe es de una surgente que está a 20 kilómetros. Es pura. “Para nosotros es un tesoro, nuestra agua”, afirma Astrid. El plástico es un elemento que jamás se ve. Todos los envases que se usan son de vidrio. La basura la separan. Aquello que no es orgánico, luego lo llevan a la ciudad para su venta y reciclado.
A pesar que ya no se extrae el alga para comercializar, siguen eligiendo estas costas vírgenes y forman parte de la dieta que se disfruta a diario en el restaurante. “Consumimos todo lo que producimos”, afirma Matías, ideólogo de este sistema simple y muy eficaz de vida. Tienen producción de frutas, nueces, almendras, miel y olivares. Estos últimos, los más australes del mundo. Recolectan en forma artesanal salicornia y sal marina, que usan reconocidos chefs como Germán Martitegui y Narda Lepes.
La gastronomía es una apuesta fuerte y una declaración de principios. Se ofrecen platos con productos de mar y de la estepa. Cordero, distintas variedades de algas que se usan como relleno para canelones o para empanar milanesas de guanaco, langostinos, risottos y verduras y hortalizas que nacen de la huerta biodinámica que se puede visitar.
“El shock de naturaleza es increíble, no estamos muy acostumbrados a estar tan solos”, afirma Narda Lepes, quien visitó Bahía Bustamante este verano. Su mirada se fija en lo que se consume y cómo se diseña la variedad de platos. “La escasez alrededor te hace valorar lo que hay. Te comés una zanahoria que creció ahí y la valorás de otra manera”, afirma. La dinámica de consumo está en la antípoda que la urbana. “Elegir en la abundancia es angustiante, sobre todo cuando la abundancia es falsa. Nosotros en la ciudad tenemos una falsa abundancia”, sostiene.
Una anécdota resume el enfoque sustentable del lodge. “Una mesa numerosa pidió jugo de naranjas, y no había para todos, la ecuación no funciona así, no hay naranjas para todos”, señala. “Debería venir un camión con muchos cajones por día, pero dejaría una huella de carbono inmensa”, afirma Narda. “Apreciás lo que hay, yo me subí a un árbol y comí el damasco más rico de mi vida”, confiesa. “Bahía Bustamante te da una contención simple, la austeridad es parte de la experiencia”, concluye.
Las actividades son diarias y completan la experiencia, el lodge solo es el punto de partida y de descanso. Docenas de huellas penetran esta estancia marina costera, se pueden hacer a pie, en camioneta o bicicleta. Algunas conducen a playas de arenas blancas, dependiendo de las mareas, se producen piletones naturales de aguas esmeraldas alrededor de formaciones rocosas coloradas, el contraste con el mar evoca una sensación surreal. Otros caminos llevan a cañadones, un bosque petrificado de 60 millones de años, y al melancólico Cabo Aristizábal donde se halla el Faro homónimo. Su haz de luz, señala esta tierra prometida a los marinos del fin del mundo.
Más de 30 islas del archipiélago Vernacci salpican esta bahía (todas forman parte del Parque Nacional), y la Caleta Malaspina. 4000 lobos marinos y una colonia de 100.000 pingüinos magallánicos eligen estas mansas y reparadas aguas. 13 de las 17 aves que se crían en la costa argentina, nidifican en Bahía Bustamante. La isla Pingüino, cuando baja la marea se une al continente y se puede caminar. El contacto con los animales es estrecho. “La huella que dejamos queremos que sirva para transmitir un mensaje de conservación”, afirma Matías. En la navegación, cientos de choritos, garzas moras, flamencos australes y cisnes de cuellos negro, sobrevuelan la embarcación.
“Es uno de los lugares más poderosos en los que estuve”, afirma la inglesa Lakshmi Kennedy, quien llegó aquí por una nota de LA NACION. “Cada día es un viaje muy profundo, aquí sentís mucha paz y claridad en tu mente”, reflexiona. “Es un paraíso natural, me encantó la posibilidad de disfrutar el mar frío patagónico”, cuenta Ishwara González, colombiano, uno de los huéspedes.
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