Avenida Nazca, el nuevo bastión de los manteros en el barrio de Flores
Ocupan tres cuadras, entre las vías del Sarmiento y la desalojada Avellaneda; en la zona hay inspectores y policías, pero no se ven controles; el comercio formal se queja por la competencia
En los barrios de Flores y Floresta, la avenida Avellaneda se convirtió en una calle amigable para hacer compras. Dejó de ser caótica porque se fueron los manteros que ocupaban hasta dos carriles del tránsito: solamente resisten algunos vendedores ambulantes que caminan las veredas. El problema, sin embargo, se trasladó a escasos metros. Aunque el gentío no es exorbitante, en tres cuadras sobre Nazca -entre la misma Avellaneda y las vías del tren Sarmiento- se monta un paseo de compras en la vereda, un festival de comerciantes que liquidan auriculares, zapatillas, pantalones, lentes de sol y camisetas de fútbol, entre otros artículos.
Es un pequeño descontrol que sucede delante de agentes del Ministerio de Espacio Público y la Policía de la Ciudad. Y de los otros comerciantes: los que pagan alquiler, impuestos y sueldos en sus locales. Ellos lanzan una queja a coro, un grito unánime: "Así no podemos competir".
Los vendedores callejeros ocupan media vereda en esas cuadras de la avenida Nazca, en el barrio de Flores, el corazón de la ciudad. El espacio para los peatones apenas alcanza para caminar en fila. Agolpados uno al lado del otro, lucen sus productos desparramados sobre el suelo y también los exhiben de pie. Son nómades: llegan en manada, a partir de las 16, cuando los bancos cierran y queda solamente un policía en la zona. "No podemos hacer mucho más que desalentar la venta. Solo les pedimos por favor que se vayan", dice el único efectivo policial parado en la esquina de Bogotá y Nazca, el epicentro de la venta improvisada. La policía no puede confiscar la mercadería sin una orden: esa tarea corresponde a los inspectores de Espacio Público.
Felipe, emplazado en esa esquina, no revela su apellido. Arma y desarma su puesto repentino sobre la rampa de discapacitados con una velocidad olímpica: llegó hace algunos minutos de Liniers, donde trabajó por la mañana, y ahora pone y saca camisetas de fútbol. Desarrolla la rutina entre 30 y 40 veces al día. "Acá estamos más tranquilos que en Avellaneda, allá no se puede estar. Pero nos mantenemos atentos para movernos por si llega el control", apunta. Fuentes del gobierno porteño afirman que "las inspecciones también se hacen sobre Nazca", pero uno de los 27 inspectores que custodian los 1000 metros de Avellaneda tendidos entre Chivilcoy y Nazca dice otra cosa: "No podemos abordar Nazca, aunque sí cubrimos algunas calles internas. El bastión es Avellaneda: nosotros nos enfocamos acá".
La situación de Nazca genera un problema para los demás comerciantes: aquellos que, desde sus locales, no pueden competir. "Yo vendo a $200 un producto que afuera cuesta $100. ¿Cómo hago? Yo entiendo que es gente que necesita trabajar, que está en problemas, pero la competencia no es justa y encima no hay control", dice Marcos Cavero, de 33 años, minorista de la zona.
En ese tramo de Nazca, atascado de tránsito a toda hora, hay una decena de galerías comerciales. Cada una tiene alrededor de 20 locales que ofrecen productos similares: ropa, mantas, sábanas, toallas; nada muy diferente a lo que se consigue en la vereda. Roberto Solís, de 50 años, alquila un puesto en un paseo comercial. Su diagnóstico coincide con el de Cavero: "El problema empezó cuando cerró Liniers. Desde entonces se llenó de manteros que venden lo mismo que yo, pero a mitad de precio. Así es imposible". Hasta el momento, no hubo peleas entre comerciantes. "Hay bronca porque vendemos lo mismo y nos complican el negocio, pero nada más", detalla Kevin Gómez, de 22 años, trabajador en una tienda de carteras. La que parece perdida es la batalla por la clientela: esa se guía por el precio más bajo, y el precio más bajo está en la calle.
El contraste con la desalojada avenida Avellaneda es notorio. "Avellaneda era un desastre, no se podía caminar. Desde que se fueron los manteros es más cómodo", dice Gladys Brichetto, de 37 años, empleada en un negocio de ropa. La fórmula de la transformación se basa en el control estatal: "Realizamos controles de manera permanente desde abril de 2016", explican desde Ambiente y Espacio Público. Sus 27 inspectores mantienen la zona libre de vendedores. Secuestran mercadería y labran actas en conjunto con la Policía de la Ciudad, cuya presencia es notable: en la esquina con Argerich, el escenario de los incidentes entre ambulantes y policías del último año, hay un móvil policial del tamaño de un colectivo estacionado.
Un puñado de vendedores callejeros sobrevive en el apacible escenario. La cifra, según datos oficiales, representa el 10% de la cantidad previa a los operativos. La mayoría son senegaleses que no quieren irse. Evitan hablar con LA NACION: "No sé, no sé", esquivan cuando se les consulta sobre las dificultades para trabajar. Germán Ochoa, en cambio, sí habla: ofrece 12 pares de medias a $100, y está alerta. Las ofrece de pie, como si estuviera listo para escabullirse en caso de que las autoridades lo vean: "Es muy difícil estar acá porque nos corren", se lamenta.
Por los controles, Avellaneda ahora es un lugar cómodo. Por los controles y por una serie de reformas implementadas en 2017: ensancharon las veredas, plantaron árboles, cambiaron luminarias y pusieron bancos. "Los arreglos ayudaron mucho. Antes la gente se agolpaba en las puertas de los negocios. Era intransitable. Ahora pueden andar con los carros más tranquilos", señala Sergio Barg, de 24 años, empleado en uno de los incontables locales de ropa.
La avenida es elegida para comprar al por mayor. Llevar los carritos cargados de mercadería por la vereda era una tarea faraónica. "Antes no se podía. Por suerte eso cambió: ahora en dos minutos venís, comprás, y te vas", dice Juan Francisco Sueire, de 35 años, quien se lleva indumentaria para su comercio.
La lucha contra la venta ilegal, un eje de gestión
Durante el último año, el gobierno porteño realizó operativos en las diferentes ferias de venta callejera ilegal de la ciudad. Así como liberaron la avenida Avellaneda, hicieron lo mismo en la zona de Once y en el barrio de Liniers. Previamente se habían desalojado las veredas de la peatonal Florida y de las terminales de transporte de Retiro.
"Tanto el operativo realizado en la avenida Avellaneda como los que se hicieron en Once y Liniers tienen como objetivo recuperar el espacio público y garantizar la libre circulación, mejorando los accesos y la iluminación, haciendo de la zona un lugar más agradable y seguro para los vecinos", explican voceros del Ministerio de Ambiente y Espacio Público de la ciudad.
Con el objetivo de "integrar al mercado a aquellos que ocupaban las veredas de manera ilegal" en los mencionados puntos, el gobierno porteño inauguró dos predios comerciales en la zona de Once. La Feria de Once, situada en La Rioja 70, cuenta con 370 puestos; de ellos, hay 299 ocupados, según datos oficiales. En tanto, de los 300 puestos de la Feria de la Estación, se tomaron 257 posiciones. Cuando abrieron, la cifra de comerciantes era más alta. Muchos dejaron sus puestos porque no estaban conformes: afirman que allí venden menos que en las calles.
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