Aunque con menos corredores, la maratón porteña volvió a sorprender
Por la crisis, la participación cayó un 30% respecto de 2016; ganó el keniata Saina Kipkemboi, con la mejor marca en América del Sur; rindieron homenaje al atleta fallecido en la media maratón de agosto
El boom del running no se extingue, pero le pega la crisis. La maratón internacional de Buenos Aires sintió el contexto económico, lo que se tradujo en una menor cantidad de competidores, pero igual se las ingenió para sorprender. Esta vez lo hizo desde lo deportivo y lo emotivo. Quienes posicionaron la carrera entre las más importantes del mundo, como suele suceder en estos casos, tienen sangre africana y llevan el límite deportivo al máximo. El keniata Saina Emmanuel Kipkemboi cumplió 26 años hace un par de semanas, pero su regalo de cumpleaños lo vino a buscar a Buenos Aires. Derrumbó todos los pronósticos al marcar 2h05m21s: nunca nadie había corrido tan rápido esta distancia antes en toda América del Sur. La contracara emotiva fue la presencia de Paula Ricardi, la esposa del atleta fallecido hace cuatro semanas en la media maratón de Buenos Aires, Osvaldo Carrizo, cuyo nombre fue grabado en los trofeos de los mejores atletas argentinos.
La irrupción deportiva de Kipkemboi fue sorpresiva hasta para la organización. "La idea original era que Saina fuera la liebre hasta el kilómetro 30 y allí abandonara", confesó el italiano Federico Rosa, su manager. "Pero poco antes de la carrera me aseguró que se encontraba muy bien y quería terminarla", agregó. Se denomina "liebre" a atletas contratados para marcar el ritmo hasta cierto punto y que generalmente no están capacitados para mantener esa velocidad toda la carrera. Kipkemboi no solo fue hasta el final, sino que marcó un registro muy inferior al que figuraba en su contrato. Tan impresionante es su logro que ubica al circuito de Buenos Aires como el sexto entre los de mejor tiempo del planeta. Solo detrás de Berlín, Dubai, Londres, Chicago y Rotterdam, varias de las carreras más prestigiosas de la actualidad.
Por su parte, Vivian Jerono demostró que en Kenia no solo los hombres son veloces. Logró la mejor marca en suelo argentino, 2h29m07s, y dejó claro que haber ganado hace cuatro semanas la media maratón de Buenos Aries (también con récord de circuito) no fue casualidad.
En el mismo camino de consolidación deportiva, esta edición, número 34 -entre las canchas de River y de Boca-, fue la primera en lograr la calificación Bronze Label de la IAAF (que es como la FIFA del atletismo), es decir que está en el tercer escalón a nivel organizativo. Mientras que los 9129 inscriptos (un 30% mujeres) reafirmaron esta la carrera como la más convocante de América del Sur.
La organización, la asociación de carreras y maratones Ñandú, no deja de reconocer que la crisis tuvo su impacto en las inscripciones. Voceros de la entidad recordaron que hace dos años hubo casi un 30% más de participantes. Sin embargo, la tendencia general del running como fenómeno masivo no se da por vencida.
El crecimiento de los últimos 30 años ha sido exponencial. Así lo recordó Rubén Huerga, ganador de la segunda edición (1985): "En esa época corríamos más solos, no había liebres, la hidratación era escasa, ¡ni mujeres había!". Fueron aproximadamente 2000 corredores cuando Huerta logró vencer a Roberto Jofre por apenas nueve segundos. "Íbamos tan solos que El Gráfico puso en su nota: 'Huerga y Jofre, dos soledades corriendo por Figueroa Alcorta'", relató. Aunque su mayor logro mediático lo tiene muy claro: "El 18 de noviembre, mi foto fue tapa de LA NACION".
Otro protagonista de esos inicios, pero desde el sector de la organización, es el deportólogo y nutricionista Roque Languellotti. Fue director médico de esas primeras ediciones y, con interrupciones, llegó a serlo hasta el año pasado. "En esos inicios apenas teníamos una ambulancia -recordó Languellotti-, que por su instrumental médico no era muy distinta a una camioneta F-100".
Los tiempos cambiaron
En tanto, el evento de ayer contó con 60 voluntarios de la Cruz Roja Argentina, 12 ambulancias de terapia intensiva con médico y paramédico, tres cuatriciclos con desfibrilador externo automático (DEA), tres motos de emergencias con DEA, 12 puestos de primeros auxilios, un puesto médico avanzado, 30 voluntarios con DEA en puntos fijos, diez voluntarios con DEA en bicicleta, un centro de coordinación de emergencias, 12 médicos (cardiólogos, especialistas en emergencias y terapistas, entre otros), tres enfermeros y cinco hospitales públicos en alerta. Los tiempos cambiaron.
"Las de ahora ya no son carreras, son todo un evento, como un cumpleaños de 15. Música, escenario, todo es una fiesta", graficó Languellotti sobre el cambio de las últimas tres décadas. "Lo veo fantástico, es muy positivo para la vida de la gente", afirmó Huerga, el ganador del 85.
Los 42K de Buenos Aires también son convocantes a nivel global: el 25% de los participantes de ayer fueron extranjeros. De puntos tan disímiles como Hong Kong, Costa Rica, Bélgica y Nueva Zelanda, atletas de casi 30 países viajaron hasta Buenos Aires con la maratón como objetivo.
La mancha sobre este cuadro casi perfecto fue la falta de medallas para algunos de los corredores que finalizaron la carrera. Uno de los grandes "premios" para los amateurs es la medalla de "finisher", la distinción que se da al que completa la prueba. No alcanza con pagar la inscripción (de $900) para obtenerla: también hay que transpirar.
Sucedió que no hubo para todos y un grupo de corredores, los que llegaron últimos a la meta, increparon a la organización. Desde Ñandú, pidieron disculpas públicas y se comprometieron a enviar a todos los damnificados el galardón.
Recuerdo
"Te fuiste con las zapatillas puestas, tan sorpresivamente que me dejaste sin palabras ni aliento", declaró Paula Ricardi, la esposa de Osvaldo Carrizo, el atleta fallecido en la reciente media maratón de Buenos Aires. Ayer, ella corrió desde el kilómetro 30 hasta la llegada. "En el 30 dicen que está el muro de la maratón, y yo ahora tengo que superar el muro de la vida", comentó, en referencia a la dureza de los últimos tramos de la carrera. Carrizo era donante de órganos y, a pesar de que en principio su muerte fue caratulada como dudosa, la organización pudo destrabar los trámites para que se cumpliera la voluntad del corredor. Hoy, sus órganos están dando vida a otros cuerpos. "Siempre me decía 'Las limitaciones las ponemos nosotros' -recordó Paula-. Él me dejó la fuerza para seguir adelante".
Treinta y cuatro quizá no sea un número muy simbólico, lo que está claro es que esta 34» edición de la maratón de Buenos Aires no va a ser una más; por varios motivos, dejó su marca en la historia.
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