Atando cabos
¿Cuál es su país "ideal"? ¿Cuál es su utopía? Los argentinos no dejamos de tenerlas, y parecen cada vez más necesarias en tiempos de crisis, cuando no sabemos hacia dónde se dirige el barco. Somos emprendedores, somos creativos, como lo señalan ciertas investigaciones que indican que en este país se genera un elevado número de emprendimientos, y cada uno que sueña con su propio proyecto parece soñar también con un país en el que querría vivir.
Sin embargo, resulta interesante observar que las utopías con respecto a los emprendimientos personales no generan conflicto entre nosotros. Podemos participar de una reunión de amigos y contar nuestro proyecto que recibiremos aliento, sugerencias, felicitaciones o buenos deseos, pero no habrá polémica.
Distinto es cuando hablamos de nuestro país ideal. Allí chocan, a menudo, las diversas utopías. En esencia: que el barco tiene que tomar un cierto rumbo u otro diferente. Algunos se quejan de lo que parece ser la ausencia de algún rumbo, pero un mínimo análisis de la náutica nos indica que todo barco en movimiento, aunque sea para atrás, lo hace en alguna dirección. Podrá gustarnos ese rumbo o no, pero lo tiene, y si sus motores están apagados se lo darán las corrientes o los vientos. Esta última preocupación suele surgir con la necesidad de un "modelo". Se dice: "Hay que definir un modelo de país".
Muchos, sin duda, compartimos tal necesidad. El problema, entonces, es: ¿qué modelo? Y allí es donde no logramos ponernos de acuerdo y vemos una sociedad dividida, sin consenso. Debemos ir hacia babor o hacia estribor; debemos apoyar el agro, la industria o el mercado de capitales; debemos ir al ALCA o al Mercosur; debemos juzgar a los argentinos localmente o debemos dejar que los juzguen en otras jurisdicciones. Interminables debates cuando estamos hablando del rumbo del barco y cambios de timón cuando predominan los de babor o los de estribor.
Sostengo que esto se debe a una equivocada visión de la sociedad. La raíz del problema es, precisamente, considerar a la sociedad como un barco.
Hazle Henderson, un conocido "futurista", se queja de los actuales indicadores estadísticos como el PBI y otros diciendo que "intentar dirigir una sociedad compleja con un solo indicador como el PBI es, literalmente, como tratar de volar un 747 con un solo indicador en el panel de instrumentos" (Paradigms in Progress: Life beyond Economics, Adamantine Press, 1993).
Pues sucede que la sociedad no es un barco, ni un 747 que debe ser dirigido. La sociedad es un conjunto de veleros, cada uno de ellos con diferente destino. Acérquese a la costa del Río de la Plata un domingo de sol por la tarde y los verá: decenas de veleros navegando en distintas direcciones, con distintos "proyectos" de lo que será su día.
Tal vez haya sido Rousseau y su visión del contrato social y el bien común quien más haya influido en esta idea de que estamos en un solo barco con un solo rumbo. Sin embargo, eso nos genera conflictos, pues no somos un solo barco ni queremos ir hacia un solo destino. Somos diferentes, y esa diversidad es la que nos hace ricos: tenemos maravillosos artistas y extraordinarios deportistas, tenemos argentinos triunfando dondequiera que uno mire. Pero cada uno de nosotros es diferente, tiene sus propios proyectos, y es suficientemente emprendedor como para intentar alcanzarlos.
¿Sucede entonces que no tenemos nada en común, que no somos una sociedad? En absoluto, y para ver que no es así volvamos al ejemplo de la náutica. ¿Qué es lo que tienen en común todos los navegantes? ¿Qué es lo que evita que cada uno, siguiendo su propio rumbo, no aborde a los demás?
Pues lo que tienen en común es un conjunto de normas de navegación, las cuales permiten coordinar las acciones separadas de cada barco de forma tal que puedan ellos cumplir con sus proyectos sin interferir en los de otros. Las de navegación son, además, un buen ejemplo, porque son el fruto de una evolución de siglos donde se fueron extendiendo y adaptando, prevaleciendo las mejores luego de incontables experiencias. Como decía aquel filósofo escocés Adam Ferguson, son "el fruto de la acción humana, no del designio humano".
Entonces, tal vez sea hora ya de dejar de buscar un rumbo para el barco y simplemente acordar esas normas básicas que permitan a cada uno perseguir un rumbo propio. Esto se relaciona claramente con la función de los emprendedores, y deberíamos aprender de ellos.
Necesitamos un buen número de emprendedores de utopías, que las propongan y las puedan experimentar. En lugar de discutir cada cierto número de años el contenido de la educación primaria y la secundaria, permitamos que se experimenten muchos contenidos y métodos. Esto facilitará compararlos, conocer cuáles son los mejores y, más aún, permitirá a cada uno elegir el método o los contenidos que prefiera para sus hijos.
En vez de centralizar la recaudación de impuestos en los gobiernos centrales (tanto el federal como los provinciales), dejemos que los gobiernos locales experimenten con distintos métodos de brindar servicios y cobrarlos.
En lugar de tener una política de seguridad o una fuerza policial por provincia permitamos que los ciudadanos de cada pueblo puedan tomar las decisiones que estimen convenientes.
En definitiva, dejemos que puedan alentar y probar sus propias utopías. Será confiar en el carácter emprendedor de nuestros ciudadanos.
Luego de los aciagos años de la Revolución Cultural, Mao cambió de rumbo y lanzó una política de apertura con la consigna "Que cien flores se abran, que florezcan cien ideologías!" No fueron los gobernantes chinos quienes mejor cumplieron esto, pero es verdad que para salir de ciertos oscuros tiempos es necesario dejar que florezcan las iniciativas.
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