Así fue el primer viaje del tren que une a Mar del Plata con Buenos Aires
Salió a la medianoche y llegó esta mañana a Plaza Constitución, luego de más de siete horas de recorrido; vagones cómodos y una inmejorable atención a bordo hacen que la noche sobre rieles sea muy placentera.
Sobre la tradicional avenida Pedro Luro de Mar del Plata se percibe una atmósfera de fiesta. No es para menos. Luego de dos años de inactividad, volverá a salir el primer convoy desde la gran capital turística con destino final en la estación Plaza Constitución.
La caída de un puente sobre el río Salado y el prematuro deterioro de durmientes recién cambiados, hicieron que el servicio, que supo tener casi veinte frecuencias diarias en los años ´70, haya quedado empantanado en una turba de reclamos políticos y legales. El parate del tren obligó a que los pasajeros optasen por el automóvil, los pocos vuelos que llegan a la ciudad, o el nutrido servicio de micros, más costoso que el tren, pero más veloz.
Expreso de medianoche
La noche del invierno marplatense podría ser mucho más fría. Los 10 grados que marca el termómetro distan de las temperaturas con sensación térmica bajo cero que suelen enmarcar las madrugadas marítimas. Son las once de la noche del lunes 3 de julio. En el andén 4 descansan los 4 vagones “Pullman”; los cinco coches de “Primera”; el “Comedor”; el que genera la electricidad y la locomotora. Todos de rigurosa pintura celeste y blanca. En cada coche se lee Trenes Argentinos. Y uno no puede más que sentir orgullo.
Sobre la plataforma van y vienen los operarios que están dejando a punto el tren para que pueda partir. Aún no se permite el ingreso. Los pasajeros se van agrupando en el hall central. Familias con niños, jóvenes estudiantes, y una buena cantidad de jubilados conforman el nutrido grupo de pasajeros ansiosos por abordar el tren que les permitirá descender en algunas de las doce estaciones intermedias o en la terminal porteña.
El hall es tan luminoso como frío. La terminal de Mar del Plata fue inaugurada hace menos de una década, pero sus instalaciones, a pesar del prolongado invierno de la ciudad, no cuentan con calefacción. Cómodos asientos, un video con imágenes del tren y música funcional hacen menos tediosa la espera. Además, el edificio está unido a la terminal de micros, con lo cual se accede a la galería comercial, la zona de sanitarios y los dos restaurantes habilitados. Pero nadie parece estar pendiente de eso. La vista está puesta en ese coloso estacionado a punto de partir.
A las 23.15 comienza el pre embarque. Una larga fila para poder llegar hasta la puerta de la zona de andenes se arma en medio de charlas en voz alta y las anécdotas ineludibles de los que peinan canas y conocieron el esplendor del servicio sobre rieles.
Personal muy servicial solicitará el boleto y el DNI de cada pasajero. Algunos deberán despachar sus valijas más grandes. Solo se puede acceder al coche con bultos de mano o de porte mediano.
Ya en el andén, un nuevo chequeo de documentación y las indicaciones para encontrar fácilmente el vagón correspondiente. En la puerta de cada coche una muy cordial azafata invitará a subir indicando la ubicación del asiento. Se nota, a todas luces, las ganas de atender bien al pasajero. Sonrisas, predisposición y buenos modos definen la atención abordo.
El interior del coche luce impecable. De a poco se va colmando, aunque quedarán algunos asientos libres. Las butacas son reclinables y cuentan con una bandeja individual que puede convertirse en escritorio para la notebook o en mesa de cena.
Faltan cinco minutos para la hora estipulada para la partida. La gente se toma fotografías dentro y fuera del “chiche nuevo”. En la Argentina del siglo XXl, un tren resulta una novedad. Un avance tecnológico observado casi con extrañeza.
Mientras comienza la cuenta regresiva, un video ilustrativo explica cómo accionar en caso de emergencias. Y un tríptico de mano detalla, además, las comodidades del servicio: dispensers de agua fría y caliente, música funcional, aire acondicionado frío-calor y una red para ver películas en el celular o en la Tablet conforman un buen menú para pasarlo bien a lo largo de los 404 kilómetros de viaje, que el tren desandará en poco más de siete horas.
Se escucha el pitido del guarda. Un sonido que genera alegría y emoción. El guarda es como los de antes: con traje gris y sombrero con visera. Todo un símbolo de la jerga ferroviaria. Las azafatas parecen de avión y no dejarán de recorrer el tren durante toda la noche.
Son las 23.59 en punto. Las puertas automáticas se cierran. Y con una rigurosidad sorprendente, el tren comienza a desandar su camino. Es el primero que sale de Mar del Plata en mucho tiempo. En el interior, la gente aplaude. Y sobre la avenida Jara, la primera que cruzará la formación, los automovilistas hacen sonar sus bocinas y encienden sus luces en señal de saludo. ¡Volvió el tren! Y con él, una larga tradición revive. Seguridad, precios muy económicos y toda la gracia de un medio de transporte tan cómodo como épico.
Antes de dormir
La formación comienza a entrar en zona rural. Vivoratá es la primera parada. En paralelo serpentea una Ruta 2 desolada, cuyo asfalto solo es transitado por algún camión de cargas, muy pocos autos particulares y los servicios de ómnibus. Todos circulan más rápido que el tren. Pero eso no importa. Dentro del vagón, los pasajeros alternan con charlas, caminan y disfrutan de ese traqueteo tan habitual. El andar de la formación es sumamente suave y muy silencioso. Se nota la puesta a punto de las vías y el poco uso de los vagones.
Una dotación de guardas pide boletos. Un nuevo control. Los chicos se impacientan. Es la hora del sueño. Algunos adultos preguntan cuándo se apagará la potente iluminación. Eso sucederá una hora después. Antes, se anuncia por los parlantes la apertura del vagón comedor.
Hora de cenar
El coche comedor está ubicado en la parte delantera. Un staff de serviciales mozos toma el pedido. A los comensales se los llama por el nombre. El tren se convierte en una casa de comidas rápidas. Infusiones calientes, bebidas frías, y sándwiches conforman la carta de sabores que se puede degustar en las mesas tipo restaurante o en el asiento individual. Los precios son realmente accesibles. Sin embargo, la mayoría del pasaje ya está disponiéndose al descanso.
Finalmente, las luces se apagan. Solo quedan encendidos los extremos de cada vagón, donde se ubican los sanitarios perfectamente equipados y pulcros. Y un display en la parte superior que indica la temperatura interior y exterior, la hora, y la disponibilidad de los toilettes.
Las azafatas, activas durante todo el trayecto, se ubican en pequeñas salas, dispuestas a atender necesidades y consultas. El personal de limpieza y los técnicos deambularán durante toda la noche. El pasajero se siente atendido. Cuidado. No es poco. El silencio se va apoderando de todo. Y el traqueteo tan característico es la canción de cuna perfecta, mientras por la ventana se observan decenas de estrellas que la gran ciudad no permite ver. Se filtra la luz de la luna por las cortinas que enmarcan cada ventana. El paisaje es pictórico. De cuento. Un cuento sobre rieles.
El sueño se interrumpe en cada estación. ¡Y son doce! Por los parlantes se anuncia la parada. Y si bien es un buen servicio para que ningún desprevenido se pase de destino, los que intentan dormir refunfuñan con ese despertador intermitente. De todos modos, nadie se enoja. Ni siquiera los que sugieren que hace demasiado calor. El buen clima reinará durante todo el viaje.
Nostalgias
Algunas estaciones son pequeñas. Como dibujadas en medio de la planicie de la llanura. Todas están enmarcadas por pueblos que, en la madrugada bonaerense, parecen detenidos. Inhabitados. Así se suceden Vivoratá, Coronel Vidal, General Pirán, Las Armas, Maipú, General Guido, Dolores, Sevigné, Castelli, Lezama, Chascomús, y Coronel Brandsen.
Todos esos andenes fueron testigos de épocas de gloria. Tiempos en los que corrían el lujoso “El marplatense” de vagones plateados; o los inolvidables “Stella Maris”, “Golondrina”, “Atlántico”, “Luciérnaga”, “Lobo de Mar”, “Neptuno” y “Costa Sur”. En los ´70, se llegaba en “cuatro horas y un ratito”, según las publicidades de la época y la memoria de los que aún recuerdan esos tiempos.
Amanece que no es poco
Luego de Coronel Brandsen, los campos comienzan a poblarse de casas humildes. Lo rural comienza a darle paso a un conurbano inmenso. Las luces se encienden y todo el pasaje comienza a despabilarse con pocas ganas. El confort de los asientos, la temperatura acogedora y el traqueteo ensoñador hacen que el remoloneo quiera continuar. Pero se acerca el final del viaje.
A partir de Alejandro Korn, el tren comienza a cruzarse con las formaciones del ramal eléctrico. Cada tanto, y seguramente por el intenso tránsito de frecuencias en la hora pico del amanecer, la formación se detendrá algunos minutos. Atravesar el Conurbano tomará casi una hora.
La gente comienza a preparar sus equipajes y despertar a los chicos. Las más coquetas huyen a los baños a retocarse el maquillaje. No sea cosa de bajar desarreglada. Lo bien que hacen, en Constitución, los móviles de la televisión en vivo esperan a la formación y le pedirán testimonio a los pasajeros de este viaje fundacional.
El monumental edificio de la estación Plaza Constitución se divisa a lo lejos. La maraña de vías anticipa que la terminal se acerca.
Veinticinco minutos después de la hora prevista, la formación se detiene en el andén de larga distancia. A un costado, los trenes urbanos arriban con miles de pasajeros apiñados. La rutina de cada día.
Pasaron casi siete horas y media. Demasiado para tan solo 404 kilómetros. De todos modos, el servicio fue tan cómodo como placentero. Y la atención de su personal absolutamente impecable. Dan ganas de volver. Cada medianoche, una formación volverá a vincular el mar con la gran ciudad. Y cada tarde, desandará el camino inverso.
En el andén, y con cara de sueño, un nene le pregunta a su madre cuándo volverán a tomar el tren. Es que, sin dudas, los rieles despiertan la fantasía de grandes y chicos. Una travesía gloriosa. De ensueño.
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