El hombre de la NASA, de raíces mexicanas, fue una pieza clave para traer a Jack Swigert, Jim Lovell y Fred Haise a salvo a la Tierra
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“Okay, Houston, tuvimos un problema aquí”. Así se anunció el principio de un final que nadie había imaginado. El Apolo 13 fue el tercer intento de la NASA para llevar personas a la Luna.
Se produjo apenas nueve meses después del triunfo del Apolo 11, que vio al famoso pequeño paso de Neil Armstrong ganar la carrera espacial, dejando a Estados Unidos victorioso frente a la Unión Soviética. Apolo 12 siguió su ejemplo, ejecutando su aterrizaje lunar con precisión milimétrica.
Así que para cuando el Apolo 13 despegó desde el Centro espacial John F. Kennedy el 11 de abril de 1970 a las 19.30 GMT, la NASA parecía haber encontrado su ritmo y, para el público, una hazaña que había parecido imposible menos de un año antes había comenzado a parecer rutinaria.
En este viaje espacial, sin embargo, la intención era hacer mayor énfasis en su rendimiento científico. De ahí su lema: “Ex Luna, Scientia”, que significa “De la Luna, conocimiento”.
La tripulación iba a desplegar una paleta de instrumentos científicos y a traer muestras de la primera visita de la humanidad a las tierras altas lunares.
Pero la misión fue fatalmente defectuosa desde el principio. Nunca alunizaría.
En el tercer día, cuando la nave estaba a unos 330.000 kilómetros de la Tierra, una fuerte explosión la sacudió. A las 55 horas, 55 minutos y 20 segundos de iniciado el viaje, el astronauta John Swigert se comunicó con el centro de control en Houston y pronunció esa famosa frase.
El estallido desencadenó una cascada catastrófica de eventos que amenazaron la nave espacial y las vidas de la tripulación una y otra vez durante 88 angustiosas horas.
Por fin, a las 18.35 GMT del 17 de abril, 143 horas y 22 minutos después del lanzamiento, los tres astronautas pudieron salir del módulo de mando a salvo, en las aguas del Pacífico Sur.
La misión que debía haber sido recordada por sus contribuciones a la ciencia, pasó a la historia como un “fracaso exitoso”, y ese éxito arrancado de la tragedia sólo fue posible gracias a personas como el ingeniero eléctrico Arturo Campos.
¿Quién fue Arturo Campos?
Su rol en la hazaña de salvarle la vida a los tres astronautas fue tan reconocido que fue condecorado con la Medalla Presidencial de la Libertad en 1970, la más alta distinción civil en Estados Unidos. “Los tres astronautas se dieron la mano para agradecerle cuando llegaron del espacio”, recuerda su hija Leticia. “Dos de ellos asistieron a su funeral, Fred Haise y el comandante Lovell”, le dijo a los medios.
Sin embargo, su nombre no es tan recordado como el de otros protagonistas de esa historia.
No obstante, volvió a salir a la luz recientemente cuando fue escogido para llamar al Moonikin (en inglés “Luna” y “maniquí”) que ocupará el asiento del comandante en Artemis I, la nave de prueba del ambicioso programa espacial de la NASA tiene como objetivo volver a llevar humanos a la Luna para 2025.
Poco después, representantes del videojuego Kerbal Space 2 Program 2 y la NASA anunciaron que su nombre aparecería también en un videojuego educativo que se centrará en simulaciones de vuelos espaciales.
Pero, ¿quién era? Arturo Campos fue uno de los expertos a los que llamaron ese fatídico 13 de abril de 1970 para lidiar con el desastre en curso. Había trabajado en la agencia espacial desde principios de la década de 1960 y era uno de los pocos empleados mexicano-estadounidenses en el centro Johnson.
Vivía orgulloso de su herencia y contribuyó a los esfuerzos para reclutar a más trabajadores hispanos para el programa espacial, señalan los historiadores de la NASA.
Fundó y fungió como el primer presidente del Consejo de la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos 660, un capítulo formado por ingenieros mexicano-estadounidenses de la NASA que otorgaba a estudiantes hispanos becas para cursar carreras universitarias.
Además, fue representante del Programa para la Igualdad de Oportunidades de Empleo y Discriminación Positiva del Centro Espacial Johnson y miembro del Programa de Herencia Hispana de los empleados.
Pero cuando su sueño fue interrumpido con la llamada telefónica de sus alarmados colegas del Centro de Naves Tripuladas, fue porque era el administrador del sistema responsable de la energía en el módulo lunar del Apollo 13.
Y administrar la energía era desesperadamente indispensable para salvarle la vida a esos tres seres humanos que estaban atrapados en el espacio.
Energía
Al equipo en Houston le tomó un tiempo entender, y sobre todo creer, lo que estaba ocurriendo.
Interpretando el diluvio de datos que les estaban llegando, se dieron cuenta de que había un problema con los tanques de oxígeno.
Estos hacían más que darle a los astronautas algo para respirar. También alimentaban las pilas de combustible, una pieza de tecnología que combinaba hidrógeno y oxígeno para producir agua y energía eléctrica.
La energía eléctrica se distribuía por la nave espacial, y el agua producida se utilizaba para enfriar el hardware eléctrico y como la principal fuente de agua potable para la tripulación.
Así que cualquier falla en este sistema significaba un gran problema, amenazando simultáneamente las vidas de la tripulación y el alma eléctrica de la nave espacial.
Estos sistemas eran tan críticos que la NASA se aseguró de que estuvieran bien respaldados. El Apolo 13 llevaba dos tanques de oxígeno y tres pilas de combustible.
Descubrieron que uno de los dos tanques de oxígeno estaba vacío, y el otro tenía una fuga. Por si fuera poco, dos de las tres pilas no estaban funcionando.
Nada en los seis meses de entrenamiento exhaustivo los había preparado para un desastre de esta escala. Los instructores de simulación los habían obligado a ensayar casi todas las fallas imaginables. Pero este era un problema que nunca antes habían visto. Todo estaba sucediendo a la vez.
El autor del manual
Las opciones no eran muchas. La energía era una de los mayores dificultades. Tuvo que ser tan brutalmente racionada que, tras apagar todos los sistemas posibles para ahorrarla, la nave, fría y oscura, quedó reducida a poco más que una lata flotando en el espacio.
Los tres astronautas terminaron encerrados en un sólo módulo, que había sido pensado para albergar sólo a dos, por unas pocas horas.
El equipo de Campos había creado un plan de contingencia diseñado para desviar la energía eléctrica de un módulo a otro, proporcionando suficiente para regresar a salvo.
Pero nunca había sido puesto a prueba. Además, esta vez no se trataba de un escenario imaginado: era una emergencia que empeoraba minuto a minuto, arrojando obstáculos a diestra y siniestra que los distintos equipos del centro Johnson tenían que sortear separada y conjuntamente en simultáneo.
Los procedimientos tenían que ser modificados en tiempo real, señala la NASA, y esa reelaboración requería una increíble pericia técnica.
Por fortuna, el equipo de Campos contaba con la persona ideal: él, el autor de ese plan de contingencia.
Final feliz
“Cuando me llamaron, volví a escribir el plan sobre la marcha”, cuenta la NASA que fueron sus palabras. “Un año antes, había escrito procedimientos para esa eventualidad”.
La estrategia que diseñaron Campos y sus colegas en la Sala de Evaluación de la misión a partir de ese plan fue un éxito.
El proceso completo tomó unas 15 horas, y finalmente pudo desviarse suficiente electricidad de las fuentes de energía del módulo lunar a las baterías de emergencia de los módulos de comando y servicio para proporcionar calefacción a los astronautas, asistirlos en su viaje de regreso y permitirles llegar a salvo a la Tierra.
Según los historiadores de NASA, “de no haber sido por el procedimiento de Campos es probable que la misión del Apollo 13 no habría sido recordada como un fracaso (con final) exitoso, sino como un fracaso rotundo”.
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