Argentinos radicados en España, noticias de un nuevo éxodo
Junto al Mediterráneo, en Valencia y Barcelona, llegados en grupos familiares o en pareja, recrean lazos y, a pesar de alguna añoranza, apuestan a una vida del otro lado del océano
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Fuera del país, pocos deben haber festejado tanto la vuelta del kirchnerismo al poder como los operadores inmobiliarios españoles. El triunfo de la fórmula Fernández-Fernández en las PASO de agosto de 2019 produjo una verdadera estampida: desde entonces han emigrado a España unos 13.000 argentinos.
Durante los dos primeros años de la presidencia de Macri, la población argentina en ese país se mantuvo estable, en torno de las 70.000 personas. En 2018 subió a 72.400, a fines de 2019 ya eran 77.650 y en 2020, aun en pandemia, pegó el mayor salto de los últimos 15 años: trepó a 89.000. De aquellos barcos que traían, a los aviones que ahora llevan.
Belén Morales (40 años, mendocina) y su marido, Gerardo Martín (41, sanjuanino), tomaron la decisión de irse después de conocer el resultado de las PASO. “Fue un baldazo de agua helada. Dijimos: ese modelo de país no es el nuestro”, cuenta ella.
Ingenieros industriales los dos, tenían carreras ascendentes en grandes empresas y multinacionales (Cervecería Quilmes, YPF, Adecco Group), y Gerardo se había independizado para impulsar con su hermano un emprendimiento en el sector vitivinícola y otra firma de exportación. Habían vuelto a Mendoza después de largos años, les iba muy bien y vivían con sus dos hijos (Juan Manuel, hoy de 10 años, y Ángela, de 6) en una buena casa dentro de un barrio cerrado. Incluso pudieron hacer inversiones en el sector inmobiliario: compraban terrenos y construían. “No éramos unos potentados, pero estábamos haciendo lo que nos habíamos propuesto, que era proyectarnos en Mendoza”, dice Belén.
El país, en cambio, atravesaba una nueva crisis. La luz al final del túnel que creyeron ver con la llegada de Macri se había apagado. “Cuando ganó Alberto fue el punto de inflexión. No queríamos eso. Pensábamos en nuestros hijos: brindarles un futuro en el que ellos pudieran elegir”.
Exploraron la posibilidad de irse a Chile, pero los retrajo el alto costo de vida. “Una noche, con un buen Malbec de por medio, le planteé a Gerardo que nos fuéramos a España”. No le costó convencerlo. Estudiaron las opciones y de la preselección quedaron dos: Valencia –”una ciudad grande, la tercera de España, con todos los servicios y de características similares a Mendoza, con lo cual no iba a ser difícil adaptarnos”– y Málaga. Irían a conocer ambas y a buscar vivienda, colegios y oportunidades de trabajo. “El resultado –recuerda Belén– fue que vimos Valencia y nos enamoramos. Ni nos hizo falta ir a Málaga”. Era febrero del año pasado.
La pandemia demoró la mudanza. En octubre se instalaron en La Eliana, un pueblo a 20 kilómetros de la gran ciudad recostada sobre el Mediterráneo. Según las estadísticas oficiales de España, otros 757 argentinos se radicaron el año pasado en Valencia.
El entusiasmo de Belén y Gerardo con su nuevo proyecto de vida era tal que terminó siendo contagioso. El hermano y socio de Gerardo, su mujer y sus tres hijos quisieron sumarse a la aventura, y también ellos hicieron las valijas. Hoy, las dos familias viven a unas cuadras de distancia. Meses después, la que pasó a ser parte de ese ramillete cuyano transportado a La Eliana fue la suegra de Belén.
“Llevamos acá menos de 9 meses –dice Belén–, pero si tengo que hacer un balance, es totalmente positivo. Estamos viviendo una experiencia increíble, en una ciudad maravillosa. Es impresionante lo bien que nos recibieron. Todo el mundo. Cero discriminación. Al contrario, a los argentinos nos valoran muchísimo, y además los ingenieros son muy demandados. Los chicos están felices en el colegio, yendo a clases presenciales, porque acá nunca se interrumpieron. Están llenos de amigos y hacen deporte en los centros municipales, que son excelentes. Incluso Juan Manuel está federado en fútbol y juega para un equipo del municipio. Ellos se manejan con sus patinetas por todos lados, y muy tranquilos porque prácticamente no hay problemas de seguridad”. En Mendoza habían sufrido tres robos; en su departamento de recién casados los desvalijaron. Incluso cuando vivían en el barrio cerrado tenían, dice, “perro, las puertas cerradas, rejas y alarma”.
Belén está haciendo un MBA [Master of Business Administration] en la Cámara de Comercio de Valencia, y Gerardo y su hermano siguen, en forma remota, con sus negocios en Mendoza.
“Aunque tuvimos que resignar confort –dice ella–, porque de una casa grande con pileta y parque pasamos a un departamento, son nuestros primeros pasos y estamos seguros de que nos va a ir muy bien. Acá está lleno de oportunidades. Me asocié con un italiano y pusimos una inmobiliaria. Me gusta la actividad comercial, estar en la calle, con gente… Además, allá había estudiado para martillera pública. Hace un rato fui a mostrar un piso y ya me dejaron la seña. No quiero decir nada… pero me parece que lo tenemos vendido”.
Cuenta que se sienten como si viviesen allí desde hace mucho tiempo, familiarizados con los valencianos, con la ciudad, las playas, el clima…, con un país previsible, que no anda a los saltos, y encantados por la diversidad cultural
Cuenta que se sienten como si viviesen allí desde hace mucho tiempo, familiarizados con los valencianos, con la ciudad, las playas, el clima…, con un país previsible, que no anda a los saltos, y encantados por la diversidad cultural. “Nos hemos hecho amigos de rusos, eslovenos, venezolanos... Y argentinos te encontrás por todos lados. El peluquero de La Eliana es argentino”.
En el máster que está cursando, dice, la Argentina aparece una y otra vez, pero no en términos precisamente elogiosos. “Casi que nos ponen al nivel de Venezuela”.
¿Volver a la Argentina? “No, definitivamente no, salvo que nos fuera muy mal, cosa que sinceramente no creo. Extrañamos la familia, los amigos, los asados de los fines de semana, pero estamos disfrutando muchísimo. Diría que incluso nos sentimos más reconocidos que en nuestro propio país”.
Camila y Nicolás, también en Valencia
La vuelta del kirchnerismo también significó un antes y un después para Camila Carosella (26 años, técnica en anestesia) y su pareja, Nicolás Ladino (26, proveedor de la industria de la construcción y operador en el sector financiero). “Con el cambio de gobierno, Nico me propuso irnos. No quería saber nada con lo que estaba pasando. Yo tampoco. Pero yo dudaba: recién me había recibido, y aunque todavía no me habían entregado el título, ya estaba trabajando. Le dije: estoy enamorada de mi profesión, dame un poco de tiempo. Después vino la pandemia, fui perdiendo trabajo porque había menos cirugías, y a él se le estaba cayendo también lo de la construcción. Al final, me terminé convenciendo. En la Argentina estaba todo muy mal”.
Como Belén y Gerardo, eligieron Valencia, y, aun sin conocerla, con argumentos parecidos: una ciudad grande pero tranquila, buen nivel de vida, universidades (ella tenía que homologar su título), playas, parques y, sobre todo, un mundo de oportunidades.
“Juntamos todos nuestros ahorros y hace dos meses, en abril, nos vinimos –dice–. También trajimos a Willy, nuestro perro. Alquilamos un departamento en el sector histórico. ¡Es hermoso esto! Nos encanta salir a caminar o a andar en los monopatines eléctricos, que acá usa todo el mundo”.
Como todos los que llegan allí, se sienten especialmente atraídos por el mayor ícono de la Valencia contemporánea: la Ciudad de las Artes y las Ciencias, megacomplejo de estilo futurista diseñado por el célebre arquitecto valenciano Santiago Calatrava sobre terrenos de la vieja desembocadura del río Turia
Como todos los que llegan allí, se sienten especialmente atraídos por el mayor ícono de la Valencia contemporánea: la Ciudad de las Artes y las Ciencias, megacomplejo de estilo futurista diseñado por el célebre arquitecto valenciano Santiago Calatrava sobre terrenos de la vieja desembocadura del río Turia, que en ese tramo fue desviado. Abierto en 1998, cuenta con museos, teatros, un centro oceanográfico (el zoo marino más grande de Europa), planetario, laguna, parques… “Es increíble. Vamos siempre”, cuenta Camila.
Ella se puso a estudiar e-commerce para dedicarse a la venta de productos online; por ahora, accesorios de cocina. Nicolás sigue operando en el mercado financiero.
“Puedo decir que nos hemos acomodado al estilo de vida de la ciudad. Valencia tiene una gran infraestructura, la oferta cultural es amplísima, en los supermercados encontrás de todo y a buenos precios, e inclusive se consigue ropa muy accesible”.
Otra diferencia, apunta, es la seguridad. “Me siento muy tranquila, como que podés salir a cualquier hora sin estar pensando en si corrés peligro. Se ven droga y alcohol, sí, pero saco a pasear a Willy a la noche y sé que no me va a pasar nada”.
Dice que, pese a haber llegado hace apenas dos meses, la conclusión es que no se equivocaron.
Del Teatro Colón, a Barcelona
A la cantante soprano lírica Lucrecia Gil Tapia (cordobesa, 33 años) y a su marido, Juan De Carlo (40 años, emprendedor tecnológico), no los espantó el gobierno de Alberto Fernández, sino el país; la fractura política y social del país.
Desde hacía dos años, ella estudiaba canto lírico en el Teatro Colón: el llamado Opera Studio, un selecto y exigente curso de cuatro años. Al terminar el segundo año, el clima que se vivía en la Argentina se le volvió tóxico. “Yo estaba en el Colón y en el Opera Studio, una gran vidriera, una puerta al mundo. Pero estaba angustiada por ese estado de queja permanente que se vivía en el país, las peleas, la grieta. Quería tener mi propio espacio porque no me considero de ninguno de los bandos, y no podía: las presiones eran muy fuertes, tenía que cuidarme de cada cosa que decía. Me agotó. Ahí decidimos irnos. No nos fuimos por la política, la economía, la polarización… Nos fuimos por todo eso. ¡Yo quería vivir tranquila y crecer!”
En octubre se instalaron en Barcelona, donde ella había ido una vez a cantar. “El cambio fue inmediato. Es otro clima, aunque no faltan las divisiones, por ejemplo, con el tema del independentismo. Pero no es algo que se refleje en la vida diaria. No te juzgan por lo que pensás. Hay más libertad”.
Juan, su marido, cerró su empresa en Buenos Aires y está analizando la importación de productos como la miel argentina, considerada una de las mejores del mundo. “Un día estábamos en la playa tomando mate con miel y enseguida se nos acercó un señor muy interesado en esa combinación. Juan vio que ahí había una posibilidad y se puso a averiguar. Enseguida se le abrieron muchísimas puertas, porque acá la gente quiere sumar. Pedía una muestra y al día siguiente le mandaban tres. En cambio, cuando habla con productores de la Argentina todo son trabas, problemas… En Cataluña, para promover el emprendedurismo, el gobierno bajó a menos de la mitad las tasas que pagan los autónomos”.
Ella se fue sin trabajo (“casi diría, huyendo”), pero confiada en que le iba a ir bien. En el primer concurso al que se presentó, en la Ópera de Cataluña, ganó y fue contratada. “Hicimos Aida, de Verdi. Durante un mes y medio recorrimos todos los grandes teatros de Cataluña. ¡Hasta cantamos con mascarillas [barbijos]!”, se ríe.
Están felices en Barcelona, “una ciudad con playa y montaña, súper tranquila, segura, mentalidad abierta, cosmopolita, y a 80 kilómetros de la Costa Brava, que es el paraíso”. Dice que a cada paso se encuentran con argentinos, de los que están hace tiempo y de los de la nueva oleada.
Se imaginan allí durante muchos años. “A veces me pregunto si volvería al país, y enseguida me contesto: volver, ¿para qué?”.
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