“¿Cómo entro a Harvard?”: historias de argentinos que estudiaron en la elite universitaria
En el mismo campus donde el entonces desconocido Barack Obama estudió Derecho, más tarde Mark Zuckerberg desarrolló el código de lo que sería Facebook y, luego, Natalie Portman descolló con una A+ en el seminario “La neurosicología y la ley”. Cada uno de ellos –y muchos otros antes- formó parte de la vida de Harvard. En la actualidad, se calcula que hay 371 mil egresados vivos. De ellos, 600 son argentinos, según datos del Harvard Club de Argentina.
Alan Arntsen, Ramiro López Larroy y Nicolás Manes son tres exalumnos que vivieron en la universidad en 1980, 1990 y 2020, respectivamente. En diálogo con LA NACIÓN, explicaron cómo fue aplicar, cursar y egresar de las aulas donde estudiaron 161 premios Nobel.
Misión Harvard: cómo aplicar
“Harvard quiere un perfil particular, pero nadie sabe cuál es”, dice Alan Arntsen, hoy presidente del club argentino que reúne a los egresados. Cursó el Máster en Derecho entre 1983 y 1984. Antes, había egresado de la carrera de grado en la Universidad Católica Argentina (UCA) y había hecho un posgrado en Cambridge.
Decidir aplicar a Harvard era, para su momento, una odisea. “Para mi familia ya era un esfuerzo enorme mandarme a Cambridge y mantenerme, porque no tenés la chance de trabajar”, recuerda. Sin embargo, decidió animarse y aplicar pero… ¿Cómo hacerlo? Existen tres etapas: el ensayo, donde cada potencial alumno se presenta y cuenta por qué debería ser aceptado; el examen de inglés internacional TOEFL; y las cartas de recomendación, donde un profesor universitario o profesional allegado avala la postulación. Pero, ¿cuán difícil es que te acepten? De acuerdo con datos de la universidad, para el MBA que inicia en 2022 aplicaron 9304 postulantes y fueron aceptados 732.
“En la década del 80 era todo por carta. El personal statement es la clave para el ingreso. Ahí te describís a vos mismo y tenés que decir cómo sos. Es donde ellos tienen gente especializada para analizar los perfiles. En mi caso particular me parece que tomaron todo lo que hacía a mi vida extracurricular; por ejemplo, el teatro (yo había actuado en el circuito amateur) y que participaba en coros y en sociedades de debate. Y todas esas actividades suman más allá de lo estrictamente jurídico”, rememora Arntsen.
La experiencia de Ramiro López Larroy, vicepresidente del club, fue similar. Egresado de la carrera de Economía de la UCA en 1994, aplicó para un MBA en la Harvard Business School en 1997. Ya tenía en sus espaldas años de trabajo en una multinacional. “Siempre tuve ese interés por estudiar negocios, no solo economía pura, porque me parecía que la combinación de ambos era crucial”, sostiene.
“Buscan una cabeza distinta, y en el caso de la escuela de negocios aspiran a tener líderes. Se enfocan en lo que era en su momento el general managment. Hay que transmitir pasión. Yo había tenido la posibilidad de trabajar en un deal de Miami, así que conté con una carta de recomendación de un colega de un estudio de afuera, que me ayudó”, dice López Larroy.
En su caso, la aplicación contó con un examen llamado GMAT. “Consta de tres partes: gramática, matemática y reading comprehension. Todo es multiple choice. La parte de matemáticas es muy dura, incluso en el puntaje”, recuerda y cuenta, sobre el ensayo, las preguntas que lo interpelaban: “Te plantean cuestiones como ‘por qué querés aplicar’ o que cuentes un ejemplo de liderazgo”.
Para Manes, su experiencia arrancó tras egresar de San Andrés, donde gracias a una beca se recibió de economista. Hijo de docentes, explica que si bien Harvard es una elite, el mito de la cuna de oro no es tan tajante como muchos se imaginan. De hecho, en su caso, también contó con el respaldo financiero de la universidad estadounidense para poder estudiar. “En Harvard primero te aceptan y después te preguntan cómo vas a pagar”, afirma.
Sobre ese velo que esconde qué busca Harvard, asegura que el espíritu que se persigue es el de líderes que, en el tiempo, le generen orgullo a la universidad: “Buscan un alumno para que, dentro de 30 años, puedan decir ‘qué bueno que estudió con nosotros’”.
En su ensayo destacó para qué usaría el conocimiento que adquiriría en Harvard. “Conté mi historia, la de querer ayudar a la Argentina para que vuelva a ser el país al que vinieron mis abuelos”, dice y agrega que lo que siguió fue una entrevista personal, que se tomaba en San Pablo. “Podía viajar a Estados Unidos o a Brasil para esa etapa, pero San Pablo era más barato en todo sentido. Ya ahí me entrevistaron y creo que les gustó la coherencia entre el ensayo y mi currículum, porque trabajé en McKinsey, que es una muy buena escuela para los primeros años de tu carrera; después estuve en el Ministerio de Transporte, con proyectos muy grandes; y también hacía trabajo social”, enumera.
Cada clase, un examen
A diferencia de las clases en cualquier universidad, en Harvard la lógica se invierte. En cada una se trata un caso real y el profesor actúa como una especie de moderador del debate.
“La participación es una parte fundamental de la nota, así que muchos se desesperan por sobresalir, para ser lo más ingeniosos posibles en los planteos”, dice Arntsen. Y, por más que cursó más de diez años después, López Larroy vivió la misma realidad.
“El primer año estudié sin parar, porque el 50% de la nota es participación en clase. El método es conocido como cold call, donde el profesor le pregunta a un alumno por un caso. Hay mucha responsabilidad compartida con la clase, no solo porque querés que te vaya bien, sino porque te preparás por respeto a tus compañeros, para que el intercambio sea bueno”, cuenta y destaca que la presión está presente: “Es un debate constante con gente que trabajó en empresas de primer nivel, como Goldman Sachs”.
En 2019, cuando le tocó transitar esas aulas, Manes sintió exactamente lo mismo: “El primer trimestre hay mucha ansiedad por mostrarse, pero después te das cuenta de que vas a escuchar, a aprender lo que dice el otro, a abrir la cabeza; yo tenía compañeros que se habían criado en zonas de guerra, así que me interesaba más lo que tenía para decir el otro. Sin embargo, sí es verdad que el primer semestre hay mucha ansiedad porque te importa la nota, porque si no hablás, desaprobás”.
Es que la idea de fondo es debatir como forma de aprender. “La universidad tiene un nivel de invitados de elite, pero también cuestionados; quizás te invitan a Nicolás Maduro y es en pos del intercambio. Si una característica tiene la universidad es que el debate es constante: se escuchan todas las voces, ya sean extremas o no”, dice Arntsen.
“Quizás un día va Jamie Damon, del JP Morgan, y tenés la posibilidad de tratarlo de igual a igual, y ahí te das cuenta de que llegó hasta ahí con esfuerzo y trabajo y ves que vos también podés lograrlo”, subraya Manes.
Aprendizajes y consejos
“Mi recomendación para aplicar es simplemente eso, hacerlo, porque es una experiencia de vida”, reflexiona Arntsen y aclara: “Lo ideal es que tengas una trayectoria laboral no menor a dos años. Yo no terminaría una carrera de grado y saldría volando para allá”.
En tanto, sobre las cartas de recomendación, asegura que son una de las piedras angulares de la aplicación: “Es muy recomendable tener recomendaciones de profesores, de titulares de cátedra; para ellos un profesor universitario es sumamente importante”.
López Larroy coincide: animarse es el primer paso. “Es un tema que lleva tiempo, pero parte del secreto es aplicar; mucha gente tiene miedo de no conseguir el dinero necesario. Sin embargo, nosotros en el Harvard Club de Argentina tenemos un fondo de préstamos. No conozco a nadie que haya sido aceptado y no haya ido por un tema de plata”, asevera.
De acuerdo con datos del Club Internacional para la Educación de Calidad, con sede en Madrid, el costo total durante el curso 2018-2019 para Harvard College sin ayuda financiera fue de US$46.340 para la matrícula y US$67.580 para la matrícula, la habitación, la comida y las tarifas combinadas.
Manes cuenta su experiencia: estuvo becado al 80% por la universidad y tuvo, por el hecho de ser alumno, un crédito otorgado por un banco estadounidense. Hoy, ya de vuelta en Buenos Aires, fundó junto a dos compañeros –un argentino y un uruguayo- una empresa llamada Nilus, que busca complementar a los jugadores que intervienen en lo que sería la solución al hambre –es decir, Gobierno y ONGs- pero desde el sector privado. “Un 30% de la comida que se produce se tira, por lo que nosotros trabajamos con los productores para comprarla a precio descontado y acercarla a quien la necesita”, ejemplifica.
¿Qué enseñanza le dejó Harvard? “Aprendí que todos nosotros somos los mejores del mundo en algo. Yo estoy seguro de que hay algo en lo cual no hay nadie es mejor que vos. Por lo tanto, es muy importante descubrir qué es eso que te apasiona y que está a tu alcance lograr con potencial”, concluye.
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