“Acá descansa Dios”: Historias alrededor de la tumba de Diego Maradona
Quién es el cuidador Hugo Gómez, del cementerio Jardín Bella Vista, donde descansan los restos del Diez desde hace seis meses; el mural y los comerciantes que recuerdan al ídolo
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En el cementerio Jardín Bella Vista, en San Miguel, solo se escucha el viento que roza contra los árboles que crecieron a un lado y al otro del cerco que delimita el predio. Dentro del inmenso parque alfombrado de verde y salpicado por las hojas que secó el otoño se ve, en el sector que linda con la calle Juan Manuel de Rosas, un móvil de la policía bonaerense. Hugo Gómez, de 50 años, es hace 15 el cuidador principal del predio. Allí, bajo tierra, a pocos metros de donde están los agentes, descansa “el Diego”, como le dice Gómez. Afirma que la tumba tiene cámaras de seguridad y que, de noche, la única placa iluminada es esa, la que reza “gracias a la pelota”. Aunque tal vez lo más llamativo es que el cuerpo de Diego Armando Maradona esté rodeado de tanto silencio.
Está nublado y fresco. Son las 15.30 y la vida alrededor del cementerio transcurre con normalidad. Unos muchachos descargan bebidas de un camión y las entran a un almacén sobre la calle Mayor Irusta. A unos metros, en la esquina con Américo Vespucio, está Carmen Segovia, que hace cuatro años tiene un puesto de tortillas. “¿Quién no lo adoraba a Diego? Yo soy de Paraguay y lo veíamos jugar con mi papá; él era fanático, todos lo éramos. Como te digo, ¿quién no lo adoraba a Diego?”, se pregunta Segovia.
A pocos metros de las llamas que salen de su parrilla desmontable, está enterrado Diego Armando Maradona, de cuya muerte se cumplieron ayer seis meses. Detrás de ella, asoma un mural del artista Damián Ferro que lo ilustra a Diego con la 10 y la cinta de capitán, mientras las nubes se abren y él camina hacia el cielo azul. “Acá descansa D10S”, se lee en la pared. En uno de los laterales hay, entre imágenes del ídolo con las distintas camisetas que vistió, una línea punteada que muestra el recorrido que hizo el “genio del fútbol mundial” luego de recibir el pase de Héctor Enrique hasta que amagó al arquero Shilton y convirtió, en el Mundial de México 86, el mejor gol de la historia. “¿De qué planeta viniste?”, se preguntaba durante el festejo de ese gol el relator, Víctor Hugo Morales.
Al lado del portón de madera del Jardín Bella Vista, Gómez enciende un cigarrillo. Lleva puesto un rompevientos negro y un jean azul. Durante casi toda su vida trabajó en seguridad. Primero en una garita, luego como custodio de transportes con mercadería y, antes del cementerio, brindó sus servicios para una empresa de eventos. Ahora, le toca cuidar un lugar muy sensible. Si bien él no conoció a los difuntos que lo rodean hace años, sí reconoce a todos sus familiares. De ese modo evita que cualquiera le mienta y diga que llegó al lugar para visitar la tumba de algún familiar, cuando en realidad la intención es acercarse a la lápida de quien fue el hombre más famoso del planeta.
Del lado de afuera del cementerio se ve un móvil de la bonaerense. Según pudo corroborar LA NACION, esa medida no fue solicitada por los fiscales que investigan la muerte de Maradona. La custodia del lugar está a cargo del Ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, que dispuso agentes las 24 horas. A lo lejos, vestido de azul, se ve a un policía que pasa sus días junto a “el Diego”, como lo hacen los regimientos que protegen los restos de los próceres de la Patria.
Entre ese selecto grupos de personas a los que Gómez les permite ingresar a este cementerio privado, alguna vez estuvo el propio Maradona. “Acá están enterrados doña Tota y don Diego. Él venía seguido a ver a sus padres y me saludaba, siempre me decía `hola, maestro´. Se pasaba horas al lado de la tumba de sus padres. Una vez yo estaba en la casilla y escuché a alguien hablando en voz muy alta, y por las cámaras de seguridad me di cuenta de que era él. Estaba llorando desconsoladamente. Lo golpeó mucho la muerte de sus padres. La última vez que vino entró con una camioneta negra y estacionaron al lado de las lápidas. Lo ayudaron a bajar, pero le temblaban las manos, estaba mal; creo que fue un par de semanas antes de su último cumpleaños. Le gustaba venir, acá nadie lo jodía”, relata Gómez.
Gómez cuenta que la relación de Diego con este cementerio comenzó mucho antes de que muriera su madre, en 2011. Todo empezó con uno primo de “el Diez” que hacía de casero en la quinta de Moreno desde donde Maradona le disparó con un rifle de aire comprimido a los periodistas que estaban agolpados del otro lado de la reja, en 1994. Había fallecido un familiar de ese primo y Diego le ofreció comprarle una parcela en algún cementerio. El primo eligió el Jardín Bella Vista. “Diego fue a ese servicio, le gustó el lugar, entonces tiempo después compró varias parcelas”, describe Gómez.
Gómez recuerda que la primera vez que estuvo cerca de Maradona fue el día que se casó Gabriel Calderón, uno de los jugadores que disputó el Mundial de Italia 90 para la selección argentina. A dos cuadras de la casa del delantero, en San Miguel, vivía Gómez junto a sus padres. Él, como también lo hizo casi todo el barrio, trató de acercarse para ver pasar al ídolo. “El papá de un amigo nuestro era jardinero en la quinta de los Calderón, entonces supimos que se casaba Gabriel y fuimos a ver si estaba Diego, pero no lo pudimos encontrar”, rememora.
La primera vez que lo vio en persona fue cuando falleció la madre: “Justo la enterraron en mi turno de trabajo, lo mismo pasó con don Diego. Vos lo veías de lejos y el tipo tenía una presencia tremenda. Y el día que falleció Maradona yo estaba de vacaciones en mi casa, pero me llamaron de urgencia y me vine. No sabes lo que era esto, me pude ir recién al otro día a las dos y media de la mañana. Y no sabés todo lo que pasó después. La gente venía a dejar flores, se largaban a llorar en la puerta del cementerio. Vino un pibito desde la provincia de Salta a dejar una cartita, vinieron socios vitalicios del Napoli, de todo. Pero acá no puede entrar nadie que no esté autorizado”, explica Gómez.
Cuando las flores se empezaron a marchitar, dos semanas después de su muerte, al cementerio llegaron 11 jugadores campeones en 1986. Según trascendió en distintos medios de comunicación, fueron Nery Pumpido, Ricardo Giusti, Oscar Ruggeri, Héctor Enrique, Jorge Burruchaga, Sergio Batista, Oscar Garré, Luis Islas, Julio Olarticoechea, Ricardo Bochini y Carlos Tapia. Ahora, cuenta Gómez, sobre todo vienen al cementerio sus hijas Dalma y Giannina.
Pero hoy, hasta el momento, nadie vino a visitarlo. Si no fuera por el móvil policial o el mural de la esquina, no habría indicios de que aquí descansan sus restos. Ya no hay flores pegadas en el alambrado, personas intentando saltar el cerco o falsos familiares de otros difuntos. Por eso, cuesta creer que él esté acá, bajo una tumba discreta y rodeado de un silencio sepulcral, como si la epopeya de Diego Armando Maradona hubiera llegado a su fin. Afuera, el día sigue su curso; Segovia aún está vendiendo sus tortillas y Yolo y Santino, dos jóvenes del barrio que viven justo frente al cementerio, juegan a la pelota, tal como lo hacía Diego en Villa Fiorito cuando aún no existían historias que demostraran que el sueño de ser Maradona era posible.
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