Aprendió a rapear en la cárcel, llegó a MTV y ahora hace ropa mientras cursa Sociología
La historia de Patón Argüello, nacido en la villa La Cava
"¿Dónde estuviste preso Patón?". "En máxima seguridad, en todas, Batán, Olmos, Sierra Chica, Azul en todas".
Patón despliega sus piernas que lo llevan al metro noventa y las vuelve a cruzar, estira los brazos y se acomoda la gorrita con la visera para atrás. Es un gesto que repite antes de cada respuesta. Piensa, acomoda, responde, como si antes de cada respuesta necesitara encajar los pedazos de su vida, el condenado a perpetua por homicidio, el modelo publicitario, el estudiante de sociología, el rapero que llegó a la MTV.
La historia de Ariel “Patón” Argüello tiene muchos comienzos y uno de esos tantos se fija en La Cava hace 39, cuando nació. De todas las villas que existen, quizás ésta, enclavada en el medio de San Isidro, sea la única en la que un paredón separa mansiones de casillas a medio construir. De ese lado del muro, donde las cloacas corren a cielo abierto, a Patón y sus once hermanos les tocó nacer.
-¿Por qué hacés rap Patón?
El rap que se hace en Argentina es de country, ninguno cuenta lo que pasa en los barrios. Yo nací en la Cava y nadie dice que ya no mandan los ladrones, el barrio cayó, es de los narcos. Está la cumbia villera pero no está bueno lo que cuentan, a los chorros los tienen como ídolos y yo no quiero contar eso. Además, estuve la mitad de mi vida preso, mirá si no tengo cosas para contar.
Patón tiene los brazos cubiertos de cicatrices. Cree que son más de veinte los facazos que recibió en la cárcel. Sus letras no cuentan lo que vio en una película. Tampoco hablan de un ataque místico que lo convirtió en predicador. Esa esencia fue la que lo llevó hasta las pantallas de la MTV cuando en 2015, apenas salido de prisión, la cadena eligió su primer video solista para incluirlo en su programación.
"¿Querés saber quién soy? hoy te lo canto rapeando. El mundo me dice Patón y es en la acción donde mando. Dieciocho en prisión y el pasado ya no pesa. Si está limpia la cabeza, hoy todo de nuevo empieza", canta en Una Misión.
El 5 de marzo de 1999, después de cumplir tres años por robo, Patón salió en libertad. Le duró 97 días. El 9 de junio cayó por homicidio. Le dieron perpetua.
-¿Te arrepentís Patón?
¡No! --contesta, en la única exclamación que se le escucha en la entrevista-- yo no hice nada, los que lo hicieron quedaron libres pero yo no iba a delatar a nadie, tengo códigos.
Patón reconoce en cambio que su vida era un desastre: “Me había tomado muy en serio eso de vivir en la edad media”.
Del amor al taller
En el mosaico que es su historia, hay un capítulo de amor y un nuevo comienzo. Jesica Silva iba a visitar a la cárcel a su hermano cuando un flechazo los cruzó. Entre rejas empezaron a salir y al poco tiempo “La China” quedó embarazada.
“Me desesperé, quería la libertad, sabía que tenía que hacer algo porque tenía una familia, y entonces pedí que me mandaran al buzón”, dice. Tres meses pasó encerrado por propia decisión en una celda de aislamiento, esas a la que los castigados llaman buzón. “Me tenía que separar de mi tribu --dice--, esperar haciendo la autoconducta. La cabeza te tiene que cambiar ahí adentro”.
Hizo entonces lo que hacen todos los presos que quieren una libertad condicional y se anotó en un taller. Eligió el de “versada popular”. El Centro Universitario que depende de la Universidad de San Martín recién empezaba a funcionar y Patón era entonces un referente de los “pesados”. Gabriela Salvini, ex directora del Cusam, revela que su prontuario hablaba de un hombre con “una personalidad agresiva, no hilvanaba una frase completa, tenía problemas con abuso de pastillas y se comunicaba a los golpes. Hoy Patón no sólo es un referente de cómo las cosas pueden cambiar, en la cárcel y también en su barrio. Habla poco, pero dice cosas de una densidad que te dejan reflexionando”.
Patón había crecido escuchando a los Wawanco, a Ricky Maravilla y Lía Crucet. Y en el poco tiempo que estuvo en libertad entre una condena y otra andaba por la Cava con un inmenso Sound Machine al hombro en el que sonaban a todo volumen los Guns N’ Roses.
El mundo de las rimas
Fue en la cárcel donde comenzó a escuchar rap. Descubrió a Tupac Shakur y Actitud María Marta. Y su cabeza se transformó en una máquina de producir letras. De esa época es “Nena Bolsita”, donde le ruega a su mujer que deje de aspirar pegamento (Nena, sos tan bonita, no quiero verte más con la bolsita).
Después de su autoencierro Patón regresó al mismo pabellón del que había salido. Pero era otro, regreso convertido en uno de los cantantes de Rimas de Alto Calibre, el grupo de rap que se formó en el penal. Del taller de escritura pasó al plan de alfabetización y de ahí a estudiar sociología. Ahora la agresividad la vomitaba en un papel. El nuevo Patón hablaba de Foucault y de Bourdieu. “Tenía que volver --recuerda--. Cuando empiezan a estudiar los presos piden traslado de pabellón, pero yo quería demostrar que podía seguir en el mismo lugar, no tenía nada que esconder”.
En 2014, consiguió la condicional. En casa lo esperaban la China y sus tres hijas, Romina, Tiara y Jana. Las tres concebidas y nacidas cuando él estaba en prisión.
También esperaba Gonzalo Vidal Meyrelles, un publicista que decidió dar un giro a su vida y abrir una agencia para trabajar con gente de la Cava. Fue él quien lo impulsó a seguir con su carrera solista y a enseñar a rapear a los pibes del barrio. Además, lo ayudó a lanzar su marca de ropa, Reo, porque a Patón no había nada que lo identificara. Patón aporta las ideas que Hernán Cibils traduce en diseños. “Patón tiene una magia especial, tiene una visión del mundo a la que uno no tiene acceso. Te lleva a otro universo”, explica el diseñador.
Las prendas llevan algunas de sus frases, como “se sufre pero se aprende” o “siempre fiel”.
Pero mientras su cara llegó a la MTV y sus prendas se agotan en el circuito alternativo de diseño, Patón sigue lidiando con la vida de cualquier ex preso. No puede conseguir trabajo, los recitales que da no le alcanzan para una familia numerosa y convive con el temor de volver a prisión. Es rara vez que se lo ve solo caminando por el barrio. Prefiere salir con sus hijas, un reaseguro para ahuyentar el pasado. “Yo vivo rodeado de drogas, tiros, peleas, tengo que cuidarme de muchas cosas de mi entorno. A mí todavía me siguen buscando para salir a robar”. En las noches, cuando sale a fumar elige siempre el mismo poste de luz, debajo de una cámara de seguridad, para quede grabado que sólo está haciendo eso, fumando.
“Los que están adentro piensan que cuando salís tenés todo pago, pero no es así, la vida afuera también es dura”, dice Patón, el rapero de la Cava.
La carrera y la condena
Para llegar al Centro Universitario San Martín, el Cusam, hay que seguir un trayecto de un kilómetro dentro de un predio que reúne tres cárceles, las 46, 47 y 48. Mientras viajamos por el Camino del Buen Ayre para llegar hasta José León Suárez, Patón saca de un bolsillo su carnet de docente. En épocas de clase es uno de los alfabetizadores. Después, habla de Jonathan, su hermano. En seis meses cumplirá una condena de 14 años por una larga lista de robos.
Desde que Patón dejó el penal, Jonathan pasó a ocupar su lugar como uno de los referentes. Lo primero que hizo la “nueva gestión” fue pintar dibujos en las paredes.
“Yo la tenía toda lisa”, se queja Patón. Piensa y sigue: “Bueno, es así, lo importante es que haya alguien que mantenga vivo todo esto”.
En el tiempo que todavía le queda en prisión Jonathan quiere aprobar tres niveles de inglés, sumar otras dos materias a las 19 que ya tiene aprobadas de sociología y seguir preparando la tesis que le permitirá convertirse en licenciado. “¿Si voy a seguir estudiando? No, yo me voy a recibir, sino te quedás en la representación simbólica”, promete entre citas del sociólogo francés Pierre Bourdieu.
Cruzamos barreras, muros y alambrados. Atrás nuestro se escucha el golpe seco de los cerrojos. “Ahí es máxima seguridad allá los buzones, este el lugar de las visitas”, explica Patón mientras avanza con trancos que cuesta seguir.
Al llegar al Cusam lo primero que ven los estudiantes es un cartel repujado en madera que dice “sin berretines amigo”. El centro fue creado en 2008. Los presos cumplen el mismo programa que los alumnos de la Universidad de San Martín. En 2015, con un diez en su tesis, Martín Maduri se convirtió en el primer licenciado en sociología del Cusam. Hasta ahora, llevan seis graduados a los que se sumarán otros cuatro que están en la etapa de corrección de tesis.
El centro recibe alumnos de los tres penales quienes comparten banco con efectivos del servicio penitenciario bonaerense que también estudian alguna de las dos carreras que se dictan, sociología y trabajo social. La oferta incluye además 15 talleres que van desde panadería y cerámica hasta filosofía y escritura y este año, se incorporará la Diplomatura en Gestión cultural comunitaria.
De esos talleres salió Rimas de Alto Calibre, el grupo de rap de Patón. En 2012, grabaron su primer disco dentro del penal y como invitados tuvieron a Andrea Prodran, Miss Bolivia, Sergio Dawi (ex saxofonista de los Redondos) y Alejo Ferrero, de Las Pelotas.
Patón dice que para él el Cusam “fue la llave, tenía el sueño de hacer algo y acá lo encontré”.
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