Apostar por el diálogo en familia, la clave
Hace una semana viajé invitada a la Feria del Libro de Antofagasta, en Chile, para hablar de las nuevas maneras que tienen los adolescentes de leer en un contexto de usos de múltiples pantallas, lo que provoca que vayan abandonando el formato de papel. Al terminar la charla, todas las preguntas de los padres y los docentes se centraron en un único tema: el juego La ballena azul.
En Chile, esta práctica perversa ya afectó a muchos adolescentes entre los 12 y los 15 años y la preocupación de los padres por su difusión es permanente.
El juego propone 50 pruebas que van aumentando en su complejidad, riesgo y peligro: no hablar un día con nadie, no comer nada durante 24 horas y dibujar con un cuchillo en el brazo una ballena, entre otras. Y una prueba final: quitarse la vida. Por cada una de ellas, los adolescentes deben enviar una foto del desafío, lo que les permitirá avanzar al siguiente paso. El juego se recibe por invitación y una vez aceptada, ya no se puede salir ni arrepentirse. Reciben mensajes del administrador en la madrugada y, con frecuencia, amenazan a los participantes con dañar a sus padres y a sus hermanos para que no pueda abandonar el juego.
La preocupación de los padres tiene sentido. ¿Qué pueden hacer? En primer lugar, estar al tanto de los usos que hacen los chicos de las tecnologías. Es frecuente que los adultos pregunten: "¿cómo fue el examen de matemáticas?" o "¿qué tal te fue en Lengua?" Sin embargo, pocos padres hacen preguntas como: "¿qué hiciste hoy en Internet?, ¿qué páginas visitaste?, ¿qué te enojó?, ¿con quién chateaste?, ¿hubo algo que te angustió?...". Éste es siempre el primer paso: saber qué hacen los chicos con las pantallas y preguntar al respecto.
Segunda recomendación: no equipar la habitación de los chicos con tecnología. Incluir las pantallas en espacios de circulación colectiva como el comedor, el escritorio o la cocina. De esta manera, aunque los padres no estén todo el tiempo con sus hijos, podrán ver de tanto en tanto, al pasar por el espacio elegido, qué imagen muestra la pantalla. La tecnología en la habitación genera más horas de uso y, sobre todo, más en soledad.
Tercera sugerencia: explicarles a los chicos que siempre que vivan una situación de angustia por algo que vieron en Internet, pueden contar con los adultos de la casa para compartirlo. También decirles que en Internet nunca estamos seguros de quién está detrás de la pantalla y que, por eso, no deben subir información personal a la Web ni contactarse con desconocidos.
La ballena azul es una trampa y encierra fuertes riesgos. La mejor respuesta para evitarla, como siempre, es el diálogo familiar.
La autora es doctora en comunicación, especialista en cultura juvenil. Escribió el libro Los chicos y las pantallas