Si Donato llega a ser apicultor cuando sea grande, sería la tercera generación de su familia con ese oficio. Con once años, cuando está de vacaciones acompaña a su papá a los campos donde tiene colmenas. "Es el mejor lugar para aprender, ojalá que de grande se dedique a la apicultura. Me encantaría", dice sonriente José Manuel Battaglia, "Bocha" para todos los que lo conocen en Dudignac. Sin embargo, la profesión cada vez tiene menos cultores.
En 2019 se registraron 11.811 productores de miel en el país y un total de 3.016.488 de colmenas. Pero pasan los años y estos números decrecen. Los especialistas dicen que hay menos tierras y flores para la polinización que realizan las abejas. La agricultura ocupa gran parte de los campos y queda poca tierra para las flores silvestres que las abejas necesitan para vivir. Además, los avances tecnológicos, como el uso de herbicidas y plaguicidas para proteger a los cultivos, afectan directamente a la producción apícola.
"Fue la solución para el campo, pero a nosotros nos mató", agrega Lucas Daniel Martínez, presidente de la SADA. La preocupación de los apicultores por el futuro de sus abejas crece año a año. "Los productos utilizados son tóxicos para las abejas, matan a la mayoría", explica.
Fue la solución para el campo, pero a nosotros nos mató
Para muchos apicultores es una profesión que está decayendo, cada vez son menos los que se dedican de manera exclusiva a este trabajo. Es poco rentable vivir solo de eso. Quedan unos pocos apasionados por la miel y que eligen tener este trabajo como hobbie, solo por su amor a las abejas.
Los Battaglia eran dos hermanos que se dedicaron siempre a la apicultura. "Mi viejo y mi tío llegaron a tener 1070 colmenas, eso daba mucha miel", cuenta José Manuel. Cuando murió su tío, volvió de Santa Rosa donde estaba estudiando, para poder darle una mano a su papá. Solo no iba a poder, necesitaba otro apasionado y enamorado por la apicultura. El fue el elegido.
Treinta y dos años después, con 51 años, sigue trabajando de apicultor. Pero hace ya unos años que no es el único trabajo que tiene. Trabaja de albañil en Dudignac, profesión que también heredó de su padre y que lo ayuda a tener ingresos más altos que la producción apícola. Ahora tiene 260 colmenas, las trabaja solo, sus abejas no le producen como antes y tampoco se vende tanta miel. "Si tenés suerte, una colmena te puede llegar a dar $2000. Con todos los gastos a cubrir en casa y la compra de materiales, vivir solo de la apicultura no me alcanza", explica.
Ariel Cadevila tenía 24 años cuando su papá le regaló cinco colmenas para su cumpleaños. "En ese momento lo odié, le tenía mucho miedo a las abejas. Pasó el tiempo y me fui haciendo la idea", recuerda. Ahora, con 43 años, tiene 100 colmenas y aseguró que le gustaría vivir solo de eso.
"Fui creciendo muy de a poco. Lo que uno llega a vender no cubre todos los costos de mantener lo que se necesita", explica Cadevila. Como a José Manuel, a Ariel le encantaría que su hijo mayor se dedique a la apicultura. "El es el único que me ayuda, pero sólo cuando él puede", dice.
Paula Carolina González empezó con la apicultura hace 11 años, pero siempre tuvo gran admiración por las abejas. "Mi abuela tenía en Córdoba dos colmenas en el jardín de su casa, mi pasión nació ahí", dice. Fue a los 36 años cuando empezó el curso de iniciación apícola en la Sociedad Argentina De Apicultores (SADA). Aún trabajaba en un cultivo de la familia, donde vendían todo tipo de plantas y flores a los viveros. Tiempo después realizó el curso de perito apicultor nacional. Y cuando lo finalizó le ofrecieron ser profesora de los cursos que se dictan ahí. Desde ese entonces es profesora y además mantiene sus colmenas. Cuando arrancó tenía solo cinco núcleos, colmenas chicas. Ahora ya tiene 70 colmenas y ella misma es la que se encarga de todo.
En la ciudad, pero con la mente en el campo, Roberto Bellucci sigue apasionado por su trabajo de hace más de 60 años. Llegó a tener 1000 colmenas y era él con un poco de ayuda quien trabajaba de sol a sol en tiempos de cosecha. Ahora con 84 años, el cuerpo no se lo permite. Sólo tiene 50 colmenas en San Miguel del Monte. Cada tanto va y se pone a trabajar, pero es un amigo cercano el que hace todo el trabajo duro. Si fuese por él, seguiría feliz con su traje blanco, guantes y máscara, sin importar el frío y el calor, sacando la miel de cada placa de sus colmenas. Ahora atiende su local en Villa Crespo, donde vende desde caramelos de miel y propóleo, hasta madera para el armado de las colmenas.
"Cada vez somos menos los que nos dedicamos a esto. La gran mayoría lo tiene como hobbie", afirma Martínez. La profesión de apicultor está desapareciendo. Solo quedan algunos amantes de la naturaleza y tienen sus propias colmenas para consumo personal. "Los jóvenes ya no quieren trabajar de esto, no tienen la pasión que teníamos antes", agrega Bellucci.
Cada vez somos menos los que nos dedicamos a esto. Muy pocos ejercen la profesión y trabajan todos los días de apicultor
González opinó igual que sus colegas. "Hace unos años la apicultura estaba enfocada más como un primer trabajo, los apicultores se dedicaban más de lleno a la apicultura. Hoy las condiciones no se dan como para tenerlo como único ingreso", dice.
En los últimos años, en la Argentina se comenzó a dar una transformación de la apicultura. "Lo bueno de la apicultura era que muchos estancieros te alquilaban, o en el mejor de los casos te prestaban, una parcela de tierra para armar un apiario -cuenta Bellucci-. Ahora no hay tierra. Todo el espacio es para la soja y el maíz que se vende bien".
Al apicultor se le hace difícil lidiar con todos los factores externos que se les van presentando. "La flora apícola es cada vez menor. Es lo que necesita la abeja pero lo que al campo no le conviene", aclara González. La mortandad de abejas es cada vez mayor y por ende la despoblación de colmenas también.
Donato no le saco la vista de encima a su papá en toda la tarde. Lo ayudó a levantar las tapas de las cinco colmenas y a limpiar el apiario. La semana que viene van a volver para extraer la miel, Battaglia no se esperaba encontrar con producción. El último año fue malo y esperaba tener miel más adelante. Por suerte, para Donato todavía falta para el inicio de clases, puede volver a acompañar a su papá y ayudarlo la próxima semana.
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