¿Ántrax en Parque Patricios? La insólita confusión con una carta que desató la paranoia hace 20 años
Después del atentado a las Torres Gemelas, el terrorismo volvió a golpear a los Estados Unidos y llegó a la Argentina de la manera más inesperada
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La guerra contra el terrorismo declarada por los Estados Unidos después del atentado a las Torres Gemelas se trasladó a los países alineados con Occidente. Y la Argentina de ese entonces no fue la excepción. La palabra que se propagó con fuerza, y se convirtió en tema de conversación, era una sola, hasta entonces desconocida: Ántrax. ¿Cómo llegaba? Por correo, como un polvo tóxico que, de entrar en contacto con él, producía la muerte a las pocas horas.
En 2001 la psicosis se apoderó de los argentinos. La idea de un ataque terrorista bacteriológico cobró fuerza a raíz de una sucesión de hechos que, pasados los días, quedó en la nada: la amenaza, por lo menos en el país, no tuvo un reflejo concreto. Y las esporas de la muerte en forma de polvo blanco quedaron más en el imaginario popular que en los buzones.
Dicho de otra forma: los bacilos mortales de ántrax que llegaron al país nunca existieron, y el atentado bioterrorista pasó de ser una cuestión de Estado en el marco de una guerra bacteriológica a una farsa difícil de maquillar.
Chernobyl biológico
Después de que un comando de Al-Qaeda secuestrara cuatro aviones de pasajeros y los estrellaran contra el World Trade Center y el Pentágono, el 11 de septiembre de 2001, cientos de cartas de correo postal con esporas de ántrax fueron enviadas a distintos puntos de los Estados Unidos.
Algunas de estas cartas contenían un polvo blanco con la bacteria Bacillus anthracis o ántrax, que produce una enfermedad, considerada zoonosis, por pasar de los animales a los seres humanos, y que una vez transmitida a las personas resulta mortal en su variante respiratoria.
La humanidad conoció sus efectos durante cientos de años, quizá miles, por lo menos desde la domesticación del ganado, pero solo después de la Segunda Guerra Mundial comenzó a ser ensayada por diversos países como un arma biológica.
Estas cartas “envenenadas” con carbunclo, como se conoce a la enfermedad en el campo argentino, llegaron a las manos de algunos estadounidenses influyentes, como el senador demócrata Thomas Andrew Daschle o el popular presentador televisivo Thomas John Brokaw.
Los antecedentes de este patógeno empleado como arma bioterrorista no se conocían pero se presumían tremendos. De hecho, solo en la Unión Soviética un bacilo de ántrax modificado había matado casi un centenar de personas, luego de la fuga accidental en el laboratorio de la ciudad de Sverdlovsk, el 2 de abril de 1979, lo que más tarde se conocería como el “Chernobyl biológico”, a pesar de haber sucedido mucho antes del accidente nuclear de Ucrania.
Argentina bajo el ántrax
Los sobres con ántrax habían sido enviados a políticos, periodistas y personajes influyentes de los Estados Unidos poco después de los atentados a las Torres Gemelas; y en pocos días habían matado a cinco personas, dos de ellas en Florida.
En ese contexto, algunos sobres provenientes de Miami llegaron a Buenos Aires y, días después de las elecciones de medio término del 14 de octubre de 2001, cuando el gobierno recibió un duro revés, se confirmó que el arma bacteriológica había llegado a la Argentina de la misma manera que en los Estados Unidos: en forma de polvo blanco dentro de un sobre postal.
El ministro de Salud de la Nación, Héctor Lombardo, confirmó en aquel entonces que una carta proveniente de los Estados Unidos, y que había recibido una vecina de Parque Patricios, contenía las esporas de la bacteria letal. La enfermedad podía llevar a una persona a la muerte en solo 48 horas.
El pánico se apoderó de la población. En el Instituto Malbrán y en el hospital Muñiz comenzaron a recibir cerca de 300 sobres sospechosos por día para ser analizados.
Cuando no había pasado una semana de las elecciones, el 18 de octubre de 2001, Jorge San Juan, jefe de terapia intensiva del hospital Muñiz, aseguró que el contenido del sobre enviado a la vecina de Parque Patricios había dado positivo por ántrax. Lo que sucedió después es digno del recuerdo.
En total, entre el Malbrán y el Muñiz recibieron casi 20.000 sobres sospechosos enviados por distintas reparticiones del Estado para ser analizados, y en el transcurso de solo un día más de 5000 personas que habían estado en contacto con material postal que consideraban sospechoso acudieron a las distintas guardias hospitalarias por temor a haberse contagiado.
El presidente Fernando De la Rúa se mostraba muy activo con este tema y junto con el ministro Lombardo armaron un comité de crisis; entre otras medidas instruyeron a la Comisión Nacional de Energía Atómica para que irradiara todas las cartas postales que llegaran a la Casa Rosada con el fin de desactivar el potencial microorganismo patogénico.
Todavía más, el Correo Argentino anunció que trataría las cartas con ozono y los servicios de correo privados proveyeron guantes y barbijos a sus empleados, como una manera de protegerlos del ataque terrorista. Algunos laboratorios incluso deslizaron que contaban con vacunas contra el ántrax para proveer al Estado.
Sin embargo, en solo 48 horas se demostró que todo había sido una farsa grotesca realizada con fines que al día de hoy no están del todo claros.
Las esporas halladas en la carta de Parque Patricios no solo no enfermaban ni mataban a los ratones de laboratorio, porque no eran bacilos ántrax -tal como se confirmó luego de una serie de estudios- sino de thuringiensis atípico, como anunció después el director del Malbrán, Andrés Ruiz.
El país pasó de haber sido atacado por el bioterrorismo a una gran farsa. Las acusaciones cruzadas estallaron y el gobierno de la Alianza quedaba cada vez más desacreditado. A partir de ahí explotaron las versiones cruzadas, casi de sobremesa, entre quienes habían seguido con miedo la situación: ¿fue una maniobra de los servicios de inteligencia locales para distraer a la opinión pública del inminente estallido de la convertibilidad? ¿Fue una operación de los servicios de espionaje estadounidenses para involucrar a la Argentina en la guerra contra el terrorismo decretada por George W. Bush? ¿O fue simplemente paranoia colectiva?
Los fiscales que trabajaron en el caso que se tramitó en el juzgado federal de Jorge Ballestero apuntaron contra agentes de la entonces Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE, actual AFI) y los servicios de la Policía Federal, sin que hubiera resultados concluyentes.
En los Estados Unidos se supo que las cartas que sí contenían las esporas de la bacteria mortal y habían matado a cinco personas no habrían sido enviadas por terroristas fundamentalistas islámicos vinculados con Al Qaeda, como se había sugerido al principio.
En realidad, el autor del ataque habría sido un estadounidense, el microbiólogo Bruce Edwards Ivins, que se suicidó, el 29 de julio de 2008, con una sobredosis de Tylenol, cuando el FBI estaba a punto de presentar cargos contra él, luego de una larga investigación.
La agencia de investigaciones federales había interrogado al microbiólogo Irvins y, si bien negó ser el autor de los atentados, admitió en cambio que había realizado ensayos no autorizados con ántrax en sus oficinas.
El científico se llevó todos sus secretos a la tumba, no se sabe si por decisión propia o la de terceros, y el caso de los ataques con ántrax contra políticos y periodistas nunca se terminó de esclarecer en los Estados Unidos. Tampoco en Argentina.
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