Antiguo Egipto: 5 enigmas milenarios sobre la tumba de Tutankamón que todavía no tienen respuesta
A 99 años de su descubrimiento en el Valle de los Reyes egipcio, en 1922, una de las tumbas más famosas del mundo aún encierra incógnitas
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El pasado 4 de noviembre se cumplieron 99 años del descubrimiento de la tumba del faraón Tutankamón por parte del arqueólogo británico Howard Carter en el Valle de los Reyes, cerca de la ciudad de Luxor, en Egipto. La búsqueda del sitio del último descanso del monarca egipcio de la XVIII Dinastía, muerto antes de cumplir los 20, había demandado al investigador y su equipo unos ocho años. Pero, sin dudas, todo ese tiempo invertido valió la pena.
“¡Puedo ver cosas maravillosas!”, fue la célebre frase con la que Carter describió lo que podía vislumbrar dentro de la tumba cuando echó un vistazo desde una pequeña abertura que había realizado en la entrada del recinto. En efecto, cuando en aquel noviembre de 1922, el arqueólogo y su mecenas, Lord Carnarvon, ingresaron al lugar, hallaron enormes tesoros que habían permanecido allí, ajenos a la vista humana, por más de 3300 años.
Entre los casi 5000 objetos presentes en ese sitio había estatuas, tronos, altares y cofres. La tumba tenía, además, cuatro cámaras. Entre ellas, la más importante era la que contenía el sarcófago con la momia de Tutankamón. Este decimotercer faraón de la XVIII dinastía del Antiguo Egipto, conocido como “el rey niño” -asumió su mandato a los nueve años-, había fallecido alrededor del año 1327 a.C., cuando tenía, de acuerdo con los diversos historiadores, entre 17 y 19 años.
Carter y un equipo de excavación del Museo Metropolitano de Nueva York y especialistas del gobierno egipcio lograron acceder a la cámara funeraria del ”Rey Tut” algunos meses después del descubrimiento de la tumba. Demoraron en descubrir y catalogar cada uno de los objetos hallados en las antecámaras -muebles, armas, vestidos, vasijas, perfumes, comida y jarras de vino- y finalmente accedieron al lugar del descanso final del faraón.
En una sala de cuatro metros por seis, la única que presentaba pinturas en sus paredes, unos 300 objetos rodeaban el sarcófago del joven monarca, ubicado en el centro del recinto. Cuatro capillas de madera recubiertas de oro cubrían el sarcófago de cuarcita roja que contenía los restos del pequeño rey.
La momia de Tutankamón yacía dentro de una serie de ataúdes antropomorfos hechos con el lujo correspondiente a su status faraónico. El féretro externo, de más de dos metros, enchapado en oro, con un peso de más de una tonelada, tenía en su interior otro de oro macizo decorado con piedras preciosas. Dentro de él descansaba el destinatario de todos los honores funerarios, con su cabeza cubierta por la máscara de oro que sería sin dudas el objeto más célebre y famoso de todos los tesoros hallados en este lugar.
Pasaron casi 100 años de este momento clave para la arqueología universal. La de Tutankamón es, hasta el momento, la tumba mejor conservada de todas las descubiertas en todo el Valle de los Reyes, una necrópolis que albergó más de 60 faraones en su postrero descanso durante unos cuatrocientos años.
Y por ello, y por la magnitud que alcanzó su descubrimiento, el Rey Niño -que gobernó su reino por menos de 10 años sin logros relevantes-, se transformó, más de 3000 años después de su muerte, en el faraón más conocido de la historia. Además, queriéndolo o no, dejó como legado para la posteridad a su momia, que se convirtió en la más célebre del planeta.
Y a pesar del tiempo transcurrido desde su descubrimiento, todavía existen algunos misterios, secretos y mitos que continúan fascinando al mundo.
La daga con hoja “extraterrestre”
En su intensa y cuidadosa búsqueda de objetos en la tumba del faraón adolescente, Howard Carter halló, en la envoltura de la emblemática momia, dos dagas. Una de ellas tenía la hoja de hierro y un mango una funda de oro con decoración. Lo que llamó la atención entonces de los arqueólogos fue que la daga no se hubiera oxidado con el correr de los milenios.
Y la sorpresa sería grande al analizar el material del que estaba hecha.
En el año 2016, científicos de origen italiano y egipcio observaron el metal de la daga a través de un espectrómetro de fluorescencia de rayos X con la finalidad de desentrañar cuál era su composición química. Allí encontraron que el arma que acompañó por miles de años a la momia en su aposento final tenía un alto contenido de níquel y de cobalto.
Ambos componentes “sugieren fuertemente un origen extraterrestre”, dijeron los investigadores, para asombro del mundo, en los resultados de su análisis, publicados en la revista Meteoritics & Planetary Science, en mayo de 2016.
El término ‘extraterrestre’ no sugiere que la daga haya sido realizada por seres de otros mundos, pero sí que fue elaborada con materiales provenientes de algún lugar fuera de la órbita de la Tierra. Específicamente el metal fue extraído de un meteorito.
En efecto, los investigadores compararon el material del arma blanca del faraón con una cantidad de estos objetos celestes hallados a lo largo de 2000 kilómetros alrededor de la costa del Mar Rojo, en Egipto. Y en uno de ellos, denominado Kharga, encontraron componentes coincidentes.
Según lo que se informa en la mencionada publicación científica, la comparación de los elementos “respalda firmemente el origen meteorítico” de la hoja de la daga. “Nuestro estudio confirma que los antiguos egipcios atribuían un gran valor al hierro meteorítico para la producción de objetos preciosos”, señala el informe.
En la edad de bronce, tiempo en que vivió Tutankamón, la escasez del hierro hacía que fuera más valorado que el oro. Solo se utilizaba ese material esporádicamente para objetos ornamentales, rituales y ceremoniales. De todas formas, la daga del faraón, elaborada con ese metal, sugiere que los antiguos egipcios tenían un “dominio significativo” de la manipulación del hierro.
Como la gran mayoría de los objetos hallados en la tumba de Tutankamón, la daga con su composición extraterrestre se encuentra actualmente en el Museo Egipcio de El Cairo.
Las “cámaras ocultas” en la tumba de Tutankamón
Otro de los misterios que esconde la tumba de Tutankamón y que la ciencia no parece terminar de discernir, tiene que ver con la existencia de supuestas cámaras o recintos ocultos tras las paredes de la sala funeraria del joven faraón. Las especulaciones de diversos científicos incluso aseguran que en una de estas recámaras escondidas pueden encontrarse los restos de la legendaria reina Nefertiti, una de las primeras esposas de Akenatón, el padre de Tutankamón.
Diversas exploraciones que intentaron vislumbrar a través de radares o herramientas similares lo que había más allá de los muros de la tumba de Tut, conocida por los arqueólogos como KV62, dieron con resultados diferentes. Algunas sugerían la existencia de más salas, y otras las descartaban por completo.
En 2016, por caso, un grupo de arqueólogos que lideraba el japonés Hirokatsu Watanabe señaló que había dos espacios vacíos tras una de las paredes de la tumba, según lo que dictaminó a través de un radar infrarrojo.
Ese descubrimiento afianzaba lo investigado en 2015 por el egiptólogo inglés Nicholas Reeves, que, a favor de su teoría, había observado unas pequeñas hendiduras en la pared norte de la tumba que podrían corresponder a una puerta sellada. Se habló incluso de un hueco de 1,5 metros de ancho por dos de profundidad.
Reeves consideraba que el lugar donde hoy descansa Tutankamón pudo haber sido construido originalmente para Nefertiti, reina de la XVIII dinastía, famosa por su belleza e inmortalizada en un busto con su figura realizado hace 3300 años.
Una nueva exploración realizada en 2018 con georradares, en tanto, arrojó como resultado que no había pasajes ni cámaras ocultas en el lugar. “Concluimos, con un alto grado de fiabilidad, que los datos del georradar no respaldan la hipótesis de la existencia de cámaras ocultas adyacentes a la tumba de Tutankamón”, decía el informe, publicado en la revista National Geographic. Esta investigación fue realizada con el apoyo de la mencionada publicación y fue coordinada por Franco Porcelli, director de la Universidad Politécnica de Turín, Italia.
En febrero de 2020 otro nuevo escaneo de las paredes de la tumba, realizado esta vez con un radar de penetración terrestre, dio como resultado la identificación de lo que parece ser un espacio similar a un corredor a pocos metros de la cámara funeraria de Tutankamón. Este hallazgo fue realizado por el exministro de Antigüedades egipcio Mamdouh Eldamaty y fue publicado en la revista Nature.
En este caso, los investigadores dudan de que la posible cámara hallada sea parte de la misma KV62, o corresponda a alguna tumba vecina.
Más allá de las contradicciones sobre la existencia de una cámara o no, los científicos están seguros de que, antes de proceder a la búsqueda física de un recinto adyacente, se debe estar completamente seguros de su presencia. “Cualquier investigación física no debe apresurarse, porque cavar a través del lecho de la roca sería extremadamente difícil y perforar la pared norte de la cámara funeraria dañaría una obra de arte invaluable”, señaló el propio Reeves al citado artículo de Nature.
Las manchas sobre las pinturas en la cámara funeraria
La cámara funeraria donde yace la célebre momia de Tutankamón es el único recinto de toda la tumba que tiene pinturas en sus paredes. Las imágenes, que contienen motivos religiosos y ceremoniales, poseen una característica única, que las diferencia de las demás pinturas halladas en otras tumbas del Valle de los Reyes. Pero esta singularidad no es algo positivo, ya que se trata de una cantidad inmensa de pequeñas manchas marrones presentes a lo largo y a lo ancho de todos los murales.
Un estudio de esas manchas que publicó National Geographic reveló en las mismas concentraciones de ácido málico, subproducto del metabolismo de algunos hongos y bacterias, algo que confirmaría que esas pecas marrones son de origen microbiano. El crecimiento en forma de círculos, además, corroboraría que se trata de hongos.
Los arqueólogos están convencidos que el crecimiento de estos hongos tuvo que ver con el apresuramiento en la finalización de la tumba, quizás por la muerte prematura del faraón niño. Eso hizo que posiblemente se sellara la cámara mortuoria cuando la pintura no se había secado del todo. La buena noticia es que los investigadores saben que esas manchas ya no representan un peligro para la conservación de los frescos.
“Creemos que los puntos marrones surgieron porque la sellaron demasiado rápido. Había mucha humedad y aparecieron hongos. Hoy los hongos están muertos, nunca crecieron desde que Carter abrió la tumba, podemos comparar las fotografías”, señaló el arqueólogo Neville Agnew, del Getty Conservation Institute (GCI), uno de los responsables de la restauración de la tumba para la reapertura al público, que se produjo en 2019.
En efecto, en las imágenes tomadas en los primeros días de la apertura de la cripta por parte de Carter y su equipo, se observa que las manchas están distribuidas exactamente de la misma forma que en el día de hoy. Pero, así como es verdad que los hongos muertos ya no pueden dañar las imágenes, también es cierto que las pecas marrones que salpican las imágenes están tan integradas a la pintura que resultaría imposible quitarlas sin que en el intento se dañen los pigmentos de los murales y por ende, su calidad artística.
¿De qué murió Tutankamón?
Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre la edad en que falleció el faraón Tutankamón. Fue seguramente antes de los 20 años, pero puede haber sido a los 17, a los 18 o a los 19, dependiendo del libro que se tome como referencia.
Y tampoco hay coincidencias en el momento de señalar la causa de su muerte.
Un estudio de ADN de la momia del faraón realizado por Frank Rhüli, de la Universidad de Zúrich, publicado en el sitio de divulgación científica Scientific American, da cuenta de que el joven monarca padecía malaria. Aunque no se puede concluir en que ese haya sido el motivo de su deceso.
Tomografías computarizadas indicaron, a su vez, que Tutankamón tenía un raro trastorno óseo llamado “enfermedad de Köhler”, una osteocondrosis por falta de irrigación que le produjo una deformación de su pie izquierdo, que se veía con la forma de un palo de golf. Esto lo obligaba al monarca a usar bastón -se hallaron varios en su tumba- y posiblemente también haya derivado en una desviación de su columna.
Se cree que este problema óseo y un estado de salud considerado endeble derivarían del hecho de que existía un lazo de consanguineidad entre los padres de Tut. Un estudio del año 2010 del que da cuenta el diario español El País señalaba que Akenatón, el padre de Tutankamón, lo había engendrado con una de sus hermanas.
A pesar de todos estos detalles consignados acerca de la salud del joven monarca, las causas de su muerte siguen sin establecerse con seguridad. En 2005, un estudio por tomografía computarizada señaló que poco antes de su deceso el faraón había sufrido una violenta fractura del fémur, a la altura de su rodilla.
Una de las hipótesis que explicarían la partida de este mundo de Tutankamón es la que dice que esta herida en su pierna, que fue expuesta, pudo haberse infectado. Eso, sumado al débil estado de salud del faraón, habría resultado un cóctel fatal. Otros especialistas no descartan que la fractura de la rodilla haya provocado una hemorragia mortal.
En 2012, un informe elaborado por Hutan Ashrafian, profesor y cirujano del Imperial College de Londres, y publicado en National Library of Medicine señalaba que probablemente el faraón muriera por un ataque de epilepsia. Esto le habría producido, además, la mencionada fractura de su miembro inferior. Esta afección, además, sería heredada de su padre. El científico fundamentó su teoría al unir varias características que presentaban Tutankamón y otros faraones de su dinastía muertos jóvenes -rasgos femeninos, alucinaciones religiosas, uso de bastón- y que podían relacionarse con una epilepsia del lóbulo temporal.
Otras teorías menos fundadas indican que el joven faraón fue asesinado, o que feneció atropellado por un carro o por la mordedura de una serpiente. Pero nada de ello ha sido corroborado aún fehacientemente por la ciencia.
La maldición de la tumba de Tutankamón
Una serie de sucesos desafortunados que ocurrieron poco después de que Howard Carter accediera a la tumba del joven faraón, fueron alimentando una supersticiosa creencia que perdura hasta el día de hoy: la de la maldición de Tutankamón.
Esta leyenda sugería -y aún lo hace- que el haber penetrado en la última morada del monarca del antiguo Egipto había despertado un maleficio que cayó sin piedad sobre los que osaron irrumpir en el recinto mortuorio a incordiar el sueño eterno del monarca.
Días después de haber arribado a la sala donde se hallaba sarcófago de Tutankamón, en abril de 1923, Lord George Carnarvon, el mecenas de la expedición de Carter en la aventura de descubrir la tumba del faraón egipcio, falleció tras haber sido picado por un mosquito. Al parecer, al aristócrata británico se le infectó la picadura del insecto como consecuencia de un corte que se hizo mientras se afeitaba. Esto derivó en una neumonía que acabó con su vida, a la edad de 56 años.
A esta tragedia hay que sumar, en favor de la teoría de la maldición, que Carter fue picado por un escorpión durante las excavaciones y que una culebra ingresó al aposento donde dormía el arqueólogo y se comió al canario que él tenía como mascota.
Además, algunos de los empleados egipcios que trabajaban en el lugar vieron un halcón sobrevolando la tumba, que se perdía en su vuelo hacia el oeste, la dirección donde quedaba “el otro mundo”, de acuerdo con sus creencias.
Pero los hechos trágicos no acabarían allí. En septiembre de 1923, Aubrey Herbert, hermano menor de Carnarvon, que también estuvo cuando se abrió la cámara de Tutankamón, falleció de una sepsis mientras atravesaba un tratamiento experimental para tratar su temprana ceguera.
Richard Betkell, secretario de Lord Carnarvon e hijo único de Lord Westenrys, falleció de una embolia en 1929. Y meses después fue su padre quien saltó al vacío desde un séptimo piso. La leyenda cuenta que el coche fúnebre que llevaba a Westenrys a su morada definitiva, en su camino atropelló y mató a un niño de apenas ocho años.
La tumba de Tutankamón se terminó de vaciar de objetos en el año 1930. Para entonces, le leyenda de su maldición había atravesado las fronteras de Egipto y se había instalado, con títulos sensacionalistas, en los medios de comunicación británicos y de muchos otros países. Fue Arthur Conan Doyle, el brillante creador de Sherlock Holmes, uno de los grandes personajes que dijo creer en la maldición egipcia y que hizo mucho por difundirla.
El que aparentemente pudo salvarse de la temible maldición fue el propio Howard Carter. Más allá de la picadura del alacrán y de la pérdida de su canario, el arqueólogo murió a los 64 años, víctima de un linfoma. Era el año 1939. Para ese entonces, la fama de su descubrimiento ya había alcanzado todo el globo.
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