Aníbal Ibarra inicia su segundo mandato
Retoma como ejes de la gestión muchas de las promesas electorales que no cumplió durante el período que termina hoy
Hace tres años y cuatro meses, cuando Aníbal Ibarra accedió a su primer mandato como jefe del gobierno porteño, la Argentina aún gozaba del uno a uno, Fernando de la Rúa aún tenía como vicepresidente de la Nación a Carlos Alvarez, la Alianza generaba esperanzas ante una situación económica que empezaba a complicarse, Eduardo Duhalde parecía un caudillo aparentemente derrotado, Carlos Menem no tenía polola y a Néstor Kirchner se lo conocía bastante poco fuera de la provincia de Santa Cruz, de la que era gobernador.
No era otro país, aunque los datos pretendan disimularlo. Era otro contexto. Otra realidad. Y en ese mundo aparentemente tan diferente, Aníbal Ibarra también era un político con poderes y capacidades distintas.
Aquel Ibarra
Accedió al Palacio Municipal con promesas varias, de las cuales cumplió pocas. Algunas, por impericia. El resto, por la crisis que explotó cuando nadie en la Ciudad la preveía.
Una diferencia sustancial marcó su arribo al poder porteño antes y ahora. En 2000, Ibarra fue designado candidato por un acuerdo entre los líderes del radicalismo y del Frepaso. Debió distribuir los cargos en partes iguales entre ambas fuerzas, incluso con algún agregado para aliados menores, como el socialismo. Ahora, si bien se asoció electoralmente con el kirchnerismo, ARI, la CTA y el Partido Socialista, nadie discutió su liderazgo. Así, con poder real -no delegado-, eligió su gabinete, donde cedió poco ante las presiones de la nueva alianza.
Aunque desde afuera resulte difícil comprenderlo, la gestión que hoy finaliza era de la Alianza (al menos hasta que aquella coalición explotó), mientras que la que hoy empieza es de Ibarra. La diferencia es abismal.
Aquel jefe de gobierno planteó un proyecto de ciudad acorde con los tiempos del uno a uno. Su audacia dialéctica llegó hasta el intento por conseguir la sede de los Juegos Olímpicos de 2012, proyecto abortado a poco de haberse hecho público.
Después, la convertibilidad, los contratos en dólares y la pertenencia al mismo partido que gobernaba la Nación lo envalentonaron para prometer decenas de obras (reservorios, tres líneas nuevas de subterráneo, etcétera) y, sobre todo, para afirmar que se convertiría en un "fiscal para la ciudad" y para asegurar que conseguiría la transferencia de la Policía Federal, la Justicia, el puerto, el juego...
No, nada. LA NACION no le cedió nada. Y las obras, que se retrasaron cuando pudieron hacerse, durmieron en un cajón desde que explotó la crisis, en diciembre de 2001.
En realidad, el trauma económico para la Ciudad empezó antes: durante todo el segundo semestre de 2001 la recaudación resultó menor que la esperada. Fue entonces cuando Ibarra decidió postergar las obras en la vía pública, las nuevas líneas de subte, los reclamos por la cesión de la policía, la autopista ribereña...
A la fuerza, sobre todo a partir de la implosión de diciembre de 2001, tuvo que cambiar su proyecto de ciudad. Así, abandonó el progreso en infraestructura y dirigió sus esfuerzos hacia las áreas sociales.
Mantuvo la dirección en el área de educación, sostuvo como pudo la de salud y reforzó la acción social. Sobre esos ejes basaría luego sus intentos reeleccionistas, como oposición, además, al descontento que había generado en los porteños el pobre mantenimiento urbano.
El discurso de la crisis, primero escondido por estrategia y luego adoptado por necesidad cuando el malhumor de los porteños parecía incontrolable, le sirvió para escudarse ante las críticas por una supuesta inacción.
A pesar de sus promesas, no urbanizó las villas ni construyó un reservorio, no hizo el corredor verde y tampoco equilibró el Sur con el Norte, no se convirtió en un fiscal para la ciudad, no entregó en concesión ni la basura ni el mobiliario urbano, no impulsó una reforma política y no acabó con las listas sábana, entre muchos otros temas.
Sin embargo, mantuvo a Buenos Aires como la capital cultural de América del Sur (reconocido por los intendentes del Foro de Mercociudades), promovió la educación pública con el desarrollo de escuelas bilingües como eje, mantuvo las obras en la nueva línea H y extendió la línea B de subtes, efectuó algunas obras hidráulicas que permiten una mayor conducción de agua por hora y evitó cualquier estallido social en las villas, entre varios éxitos que Ibarra promociona.
Este Ibarra
La realidad, de la gestión que hoy termina a la que hoy comienza, también cambió. Mejoró. O se estabilizó, al menos. Ibarra entiende que ahora puede planificar a mediano plazo. Puede imaginarse una ciudad para 2007 sin temor a que un nuevo estallido le desarme los planes. Al menos, él lo cree así. Y que él lo vea así resulta determinante para proyectar la Capital de los próximos cuatro años.
De allí que el jefe de gobierno haya prometido el regreso de las obras públicas, la construcción de la autopista ribereña y de la de circunvalación, las tres nuevas líneas de subte, el corredor verde, algunos reservorios y la urbanización de las villas. Mucho de lo mismo que prometió hace tres años. Pero en otro contexto.
Esta vez, Ibarra no reclama la policía, sino una participación en la discusión y en la toma de decisiones en materia de seguridad. Tampoco exige la Justicia. Y ya pactó para que el juego quede en poder de la Nación, a cambio de que una parte de los ingresos se comparta con la Ciudad. Juró que no detendrá el ritmo en las áreas sociales y, para ello, se mostró ambicioso: apunta al plan de deserción cero a nivel secundario (hoy es de más del 9%) y a la articulación de políticas de salud consensuadas con el conurbano.
También prometió dar en concesión la recolección de basura, los refugios de colectivos, las pantallas de publicidad en la vía pública y parte de la pavimentación. Y aseguró quer se interesará en las comunas y en la reforma política, temas que ya se discute con los de la oposición.
De aquel Ibarra a éste hay diferencias. Es otro contexto. Y es otra la experiencia con la que encara el gobierno. Ambas cuestiones resultan centrales para que, ahora, casi cualquier excusa quede en un segundo plano.
Prometio y...
... no cumplió
- La seguridad
Dijo que se haría cargo de la Policía Federal y la Justicia, pero la Nación no le cedió ninguna y él abandonó los reclamos cuando estalló la crisis.
- Ciudad
Dijo que equilibraría el Sur con el Norte. Puso en marcha la Corporación del Sur, que no arrojó resultados
- Obras
Durante su primer año, manejó más proyectos que concreciones. Luego, lo sorprendió la crisis.
- Urbanización de villas
Criticó siempre las ideas de erradicación. La Comisión Municipal de la Vivienda hizo muy poco y, así, no sólo no urbanizó los asentamientos, sino que se instalaron no menos de diez villas más. Hoy, son alrededor de 30.
... cumplió
- Extensión del subte
Aunque con lentitud, mantuvo las obras en la línea H y prolongó la línea B.
- Obras hidráulicas
La ciudad puede tolerar hoy una lluvia de 45 milímetros por hora. Cuando Ibarra asumió, la capacidad era de sólo 30 milímetros, en promedio.
- Cultura
Dijo que Buenos Aires no perdería su imagen de capital cultural de América del Sur y lo consiguió. Inventó el Mundial de Tango, que tuvo aceptación internacional.
- Desarrollo en educación
Creó las escuelas bilingües, llevó casi a cero el nivel de deserción escolar en la primaria y promovió becas para que los chicos estudien.
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