Andamios colgantes y botellas de amor: la obra casi artesanal de puesta en valor del Puente de la Mujer
La estructura diseñada por el arquitecto español, Santiago Calatrava, estuvo cerrado al público durante casi todo el año pasado; reabrió después de siete meses de trabajos
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Llegó como una obra de vanguardia que prometía modernizar el sistema de puentes móviles de Puerto Madero, el barrio más moderno de la ciudad; un diseño exclusivo del arquitecto español Santiago Calatrava, que trazó un cruce peatonal entre los dos extremos del Dique 3. Al Puente de la Mujer había que mirarlo con imaginación para lograr visualizar en esa estructura blanca y puntiaguda, no un arpa, sino una pareja bailando tango. Se inauguró hace 21 años, un convulsionado 20 de diciembre de 2001. Su estructura compleja y poco convencional atrajo la mirada de locales y turistas: todos querían sacarse una selfie, cuando las autofotos ni siquiera se llamaban así. Pero años después, esa obra distinguida y declarada Patrimonio Cultural de la ciudad en 2018, se convirtió en un dolor de cabeza para los responsables de su mantenimiento. No había grúa capaz de llegar a los casi 37 metros de altura de la pluma.
Por eso, pasaron años hasta que le llegó la hora. Finalmente, en abril del año pasado comenzaron las obras y en noviembre último finalizaron. Ahora, el puente se encuentra otra vez abierto al público, después de permanecer en total más de un año cerrado. La obra demandó una inversión de 100 millones de pesos y estuvo a cargo de las firmas Elevare y Pulcrus, dos empresas del Grupo L, que son las que se encargan habitualmente del mantenimiento mecánico y de higiene de los cinco puentes móviles de Puerto Madero. Además, la firma Sinteplast donó al gobierno porteño toda la pintura para la puesta en valor de este puente emblemático.
Devolverle su esplendor original no fue sencillo, menos aún con el objetivo de que la obra tuviera el menor impacto ambiental. Para ello, se reemplazó el deck de madera original, que ya estaba muy corroído y desgastado, por tablones flotantes de “madera ecológica”, tal como se llama al material que se hace con botellas recicladas. En total, según estimó Cristian Losada, director de la obra, “se usaron unas 100.000 botellas de amor”. Ese es el nombre que llevan los recipientes limpios rellenos con plásticos de un solo uso, que preparan los vecinos y entregan en los puntos verdes, para evitar el impacto negativo del descarte de ese material. Las maderas en buenas condiciones se enviaron a una escuela de danza del barrio de Villa Lugano para utilizar en el nuevo piso.
Una vez que removieron la estructura de madera, los responsables de la obra se encontraron con toneladas de basura que a lo largo de los años se había acumulado debajo. “Había millones y millones de colillas de cigarrillo. Ahora, con la nueva estructura, la basura no cae dentro”, explica Losada.
Pero el piso, probablemente, fue la parte más sencilla de la obra. Sucede que este puente, no solo es una estructura escultural que recorta bellas postales de Buenos Aires, también fue diseñado con forma de arpa para que los 19 tensores lo sostengan en el aire, mientras gira sobre uno de sus extremos en busca de un pivote a mitad del canal, donde reposa para que pasen las embarcaciones de mayor porte. Esa es la función de ese diseño tan particular: que la torsión de los tensores soporte el peso del puente sobre sí mismo, mientras se mueve. Sin embargo, en la práctica, son pocas las veces que la estructura se abre: una vez por semana, los jueves por la mañana, aunque solo para su mantenimiento y limpieza. La mayoría de los yates que amarran en el Dique 4 eligen salir hacia el norte, y solo se abre, por ejemplo, para el tránsito de las fragatas, operación que realiza la Prefectura, a pedido de los capitanes de las embarcaciones.
El autor
El Puente de la Mujer fue diseñado por Calatrava, autor de estructuras que jerarquizaron el perfil urbano de numerosas ciudades como Venecia, Lyon, Nueva York, Dublín, Lisboa; Toronto, y Malmö, al sur de Suecia, entre otras. Costó unos seis millones de dólares, que donó el empresario Alberto González. Pesa unas 100 toneladas.
Antes de comenzar las obras de remodelación, según dijo la empresa que ganó la licitación de los trabajos, tanto ellos como los responsables de obras del gobierno porteño habrían intentado consultar a Calatrava.
“No creemos que se generen conflictos por las obras. Fue simplemente una consulta de rigor”, dice Losada a LA NACIÓN, durante una recorrida realizada por el puente.
Desde el gobierno porteño no confirman el intento sin éxito de contactar a Calatrava. LA NACIÓN intentó comunicarse con el arquitecto, a través de su sitio oficial. La respuesta llegó dos días después de la publicación original de este artículo. En ella, la empresa asegura que nunca fue consultada por la empresa de refacciones ni por el Gobierno porteño. “Ni el gobierno porteño ni la empresa encargada de la remodelación se pusieron en contacto con nuestro estudio antes de realizar los trabajos de mantenimiento del puente. En todo caso, consideramos que dichos trabajos, entran dentro de la dinámica normal de mantenimiento de cualquier estructura de este tipo y dado que no se ha realizado alteración alguna a los aspectos estéticos del puente, no vemos necesario que se hubiesen puesto en contacto con nosotros salvo que se hubiesen encontrado con algún tipo de dificultad que requiriese nuestra ayuda”, detallan en un correo electrónico, como respuesta oficial, desde el desde el estudio de Calatrava en Zúrich.
Meses de trabajos
“Después de meses de trabajo y puesta en valor que requirió, entre otros desafíos, armar un andamio sobre el agua, reinauguramos este icónico puente tan transitado por miles de vecinos y turistas que visitan la ciudad. Utilizamos materiales como madera plástica, gracias a las miles de botellas de amor que recuperamos entre todos. Elegimos trabajar con materiales sustentables, que entre sus múltiples beneficios requieren un mínimo mantenimiento y poseen mayor durabilidad”, apunta Clara Muzzio, ministra de Espacio Público e Higiene Urbana de la ciudad. De hecho, según explicó Losada, los fabricantes de los tablones ecológicos afirman que tienen una vida útil de unos (incomprobables) 500 años.
¿Pintores en barcazas?
Devolverle al puente su blanco original no fue sencillo. Después de estudiar las distintas posibilidades, desde colgar grúas desde los márgenes, a evaluar subir a los pintores a barcazas, se llegó a la conclusión que lo mejor era montar andamios desde el puente, que prácticamente lo envolvieran en una malla metálica. No se los podía apoyar sobre el lecho del río, sino que la base debía estar sobre la obra, siempre calculando el peso que podía soportar. Los andamios tenían una estructura rodante que le permitían a los pintores deslizarse por los costados y hasta llegar al extremo más alto. Pero había que tomar muchos recaudos. “Monitoreamos todo el tiempo el viento. Si había vientos de más de 30 km por hora, suspendíamos los trabajos, porque era peligroso”, explica Diego Cottini, gerente de Higiene de Pulcrus.
Pintar no fue sencillo. “Descartamos usar arenado o granallado para remover la pintura anterior, porque generaría mucha contaminación que hubiera caído sobre el agua. Lo mismo que si se hubiera pintado con soplete. Por eso, se hizo un trabajo muy artesanal. Se removió la pintura hasta llegar a la estructura metálica original, se le hizo un tratamiento anticorrosivo y se volvió a pintar con rodillo”, detalla Helmut Kupczyk, gerente de obras de Elevare.
Adiós a los grafitis y los candados
Los grafitis y los candados con los que las parejas sellan su amor eterno son un dolor de cabeza para quienes realizan el mantenimiento del puente: hay quienes encuentran en su blanco el pizarrón perfecto para dejar mensajes y grabar sus nombres. Antes, simplemente se borraban las obras con pintura sintética blanca. Ahora, cada día se inspecciona y se remueven los grafitis y se vuelve a pintar con la pintura original. También se retiran los candados, que solo se permiten sobre los malecones: “No aguantaría la estructura del puente el peso que generan”, explica Losada.
Kupczyk describe: “Como no es un puente vehicular sino de transeúntes tiene una capacidad de 400 kilos por metro cuadrado. Por eso, decidimos construir andamios tipo carro, para poder desplazarnos y cubrir toda la superficie”.
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