Anatoli Nemov no se define como inmigrante. Este hombre nacido en Moscú hace 65 años prefiere presentarse así: "Yo soy esposo de mi esposa". A la mujer argentina con la que se casó la conoció en Rusia en 1999. "Nos casamos allá. Vivimos siete años en Moscú y después vinimos acá. Ella me robó", dice y se ríe durante varios segundos. Su tez blanca se colorea de rosado, como si aún se ruborizara al recordar el inicio de ese amor.
Cuenta que vivieron unos dos años en la Argentina, luego cuatro en Ucrania, otros tres en Emiratos Árabes y ya hace tres que están de regreso en Buenos Aires. "Ella viaja por trabajo, es diplomática", aclara. El es el que acompaña, acomoda su vida –y también la de los dos hijos que tienen juntos- a la carrera de su esposa. Sus palabras recuerdan los versos de Trabajar cansa, de Cesare Pavese: "...la casa estaría donde estuviese esa mujer y valdría la pena".
Se percibe en sus frases cuidadosamente armadas un idioma aprendido de grande y que no practica todo lo que le gustaría. Esa falta, está seguro, lo complica para salir a buscar trabajo como actor, la profesión que ama y extraña en porciones iguales. Su principal descontento es esa imposibilidad: salvo algún trabajo esporádico en alguna escuela de cine, en la Casa de Rusia o en el centro cultural Moscú, no consigue desempeñarse en lo suyo.
En su país Anatoli actuó en más de veinte películas y programas de televisión, además de otra veintena de obras de teatro. Su aspecto de "galán" le permitía ocupar papeles centrales en las tiras. Rememora aquellas épocas y el contraste le resulta demoledor. "Yo tuve suerte en el año 2005 porque grabamos una telenovela con coproducción de Rusia y Telefe: Tango para tres. Salió en la televisión allá", dice. En la pantalla argentina no se vio. La novela cuenta la historia de una argentina que estudiaba en Moscú, se enamora allá pero tiene que volver. "Ese fue el único trabajo grande que hice".
Con más decepción personal que vergüenza, reconoce: "Yo soy dependiente de mi esposa. Hoy estoy acá. Mañana nos vamos".
-¿Qué hace en el tiempo libre?
-La verdad es que no tengo tiempo, trabajo como papá. Tengo dos hijos: Sofía, de 16, y Santiago, de 13. La escuela, preparar de comer, cocinar, porque no estamos acostumbrados a comer afuera. Hay muchas cosas que hacer en la casa.
Las circunstancias lo llevaron a ser un marido feminista, cuyo rol de padre en la crianza es muy presente, algo que Anatoli dice que disfruta a pleno.
Cuenta que viven en Vicente López, un sitio que eligieron porque está lejos del ruido del centro. "Somos varias familias rusas que nos asentamos en Vicente López y Olivos. En los dos barrios hay centro cultural y sala de concierto ruso", dice. Son lugares que frecuenta como espectador y, a veces, como artista. Además de actuar, Anatoli canta y toca la guitarra.
"En mi casa soy yo el que salgo al almacén a hacer las compras, el que charlo con los vecinos", dice. Son los momentos en que más practica el español. "En casa hablamos cualquier idioma, una mezcla. Mi esposa quiere hablar en ruso, yo en castellano, mis hijos más que nada castellano o inglés", dice. Celebra que la entrevista sea en español, un momento de práctica más en el día.
-¿Le gusta que el Mundial sea en Rusia?
-Me gusta el fútbol pero no soy fanático. Mi hijo sí, juega en River. Yo, cuando sé que juegan los equipos nacionales, miro.
-¿Es hincha de Rusia?
-A veces, de los dos países. Si juegan Rusia y la Argentina no sé, porque el corazón está acá y allá.
Anatoli habla de lo que le gusta de Rusia, lo que extraña, lo que siente a veces de los argentinos. Se percibe que tiene recuerdos encontrados con la nieve de Rusia. En un momento de la conversación, cuando se le pregunta por qué le gusta la Argentina, dice que porque no tiene tanta nieve como su país. Se ríe de la ocurrencia. Pero, cuando habla de lo que extraña, luego de los amigos y su trabajo, vuelve a la nieve. "A veces me falta la nieve", dice. Asiente, achina los ojos, nostálgico.
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