Amalita Fortabat, la reina del cemento que se codeaba con Andy Warhol y soñó con un equipo de fútbol invencible
El campo de juego estaba liberado para su aterrizaje. Los jugadores debían suspender su entrenamiento cuando les avisaban que restaban minutos para la llegada de la dueña del club. El sonido de las astas de los rotores anticipaba la inmediata presencia de Amalia Lacroze de Fortabat, la empresaria atípica que impulsó el crecimiento del Club Social y Deportivo Loma Negra, nacido en el seno de su famosa industria cementera de Olavarría, en la provincia de Buenos Aires. Cuando Amalita, como la llamaban los más cercanos y no tanto, descendía de la nave con su característica melena rubia flameando por el viento en medio del campo de juego, el equipo se alistaba para saludarla en un ritual de agradecimiento y cierto halo monárquico. Acaso el vínculo de la empresaria con el deporte defina el carácter atípico, la insurrección de una mujer que gozó el poderío económico y se impuso en un universo de hombres. Hoy se cumplen nueve años de su fallecimiento y su nombre sigue siendo símbolo de opulencia y mecenazgo.
Y en el medio, el fútbol...
Yes, oui
María Amalia Sara Lacroze Reyes nació el 15 de agosto de 1921, en una familia de alto poder económico, símbolo de la aristocracia más reservada del país. Tal era el linaje de los suyos que sus primeros idiomas fueron el inglés y el francés. Recibió la mejor educación, la que le permitió ser el basamento de su desarrollo económico. “Sin cultura no hay poder que sea válido”, sostuvo en la vernissage de un artista al que había apoyado. Su origen porteño no le impidió ser una ciudadana del mundo y una mujer apegada a lo telúrico del campo argentino.
Lo suyo no fue la insurrección caprichosa. Sabía que esforzarse en sus estudios la ubicaría en un lugar de privilegio, de autoridad validada. Con todo, de niña demostró no ser de los que se someten a cualquier arbitrariedad, buscaba siempre el por qué de las cosas y no se conformaba con una respuesta de compromiso. Siempre detectó a la distancia quién sabía y quién no.
En 1942, con solo 21 años, se casó con el abogado Hernán de Lafuente Sáenz Valiente. Fruto de esa relación nació María Inés de Lafuente Lacroze, la única hija de una pareja que nunca terminó de afianzarse. La pequeña descendiente tenía dos años cuando sus padres se separaron. Osadía de Amalia, en un tiempo donde el mandato era “hasta que la muerte los separe”.
Tampoco estaba bien visto que una mujer volviera a reincidir, mucho menos si no había enviudado. A ella no le importó y en 1955 contrajo matrimonio con Alfredo Fortabat, el fundador de la empresa cementera Loma Negra, a quien había conocido un año antes de casarse con de Lafuente Sáenz Valiente. Detrás de los negocios de su marido fue una primera dama con vuelo propio. Aprendió casi todo al lado de Alfredo, hasta su muerte en 1976.
Viuda, Amalita se hizo cargo de Loma Negra, le triplicó el patrimonio en tres años, convirtiéndose en la mujer más rica de la Argentina. A lo largo de 25 años, la empresaria posicionó en lo más alto a su compañía en un país siempre convulsionado. Fue en 2001, furibunda crisis económica de por medio, cuando vendió su coloso cementero a un grupo brasileño. Acaso esos años posteriores le sirvieron para canalizar full time su pasión por el arte, los placeres cotidianos, cultivar la amistad, sin dejar de ser una mujer consultada y temida por el poder político.
Y en el medio, el fútbol...
Insurrecta
Amalita no era de las rebeldes que se jactaban de eso y ejercían el desacato caprichosamente. Su insurrección se sostenía en sus gustos, en codearse con artistas, en su seducción hacia los hombres en tan solo una conversación, en sentarse sin oropeles a comer un asado con los obreros de su fábrica. Claro que cuando tenía que ejercer el poder, nadie la detenía. No era de gritar, pero una mirada suya podía callar al más audaz.
Amalita mantenía una muy estrecha amistad con Ramón Palito Ortega, gozaba de sus visitas a la Botica del Ángel de su amigo Eduardo Bergara Leumann y amaba que su amiga China Zorrilla le contara anécdotas improbables. Así como era una enamorada del espectáculo argentino, era la misma mujer a la que Andy Warhol le podía dedicar una de sus icónicas creaciones. El rostro de Amalita tamizado por el arte del vanguardista yanqui fulguraba de maravillas. A Jorge Luis Borges lo escuchaba atentamente: el autor de El Aleph era un guía a la hora de cultivarse.
Su amigo Oscar de la Renta elogiaba su charme. Amalita no era una nueva rica, no necesitaba ostentar groseramente para demostrar qué poseía.
Y en el medio, el fútbol...
Fascinante
Amalia Lacroze irradiaba un aura especial en los hombres. Era una mujer empoderada, aún cuando el término era desconocido en tiempos de patriarcados furiosos. Si en el siglo pasado el rol de la mujer era relegado a maternidades, labores domésticas y alguna que otra profesión “femenina”, Amalita rompió con todo eso y se puso al frente de Loma Negra con tanta o más autoridad que su fallecido esposo.
Sabía cómo conducirse en el mundo de las finanzas millonarias que cotizan en las Bolsas del mundo. Sabía cómo disponer de su dinero y hacerlo crecer. Sabía sentarse a negociar en una mesa de varones con tanta o más sabiduría y autoridad que ellos. Sus amigos Henry Kissinger y David Rockefeller hablaban de igual a igual con ella.
Amalita sabía seducir. Lo hacía permanentemente. Espléndida, era una mujer de estirpe. Sabía qué decir, cómo mirar, cuándo sonreír para lograr sus objetivos. Lo conseguía. Derretía a sus interlocutores. Más de uno se fue con la sensación de haber triunfado en medio de un fracaso absoluto. Amalita tenía el don de lograr que los hombres la obedecieran, perdieran la partida y se fueran con sensación de éxito.
Luego de enviudar no volvió a formar pareja, aunque se le endilgaron romances nunca probados con diversas figuras del espectáculo y con el coronel Luis Prémoli. “Nunca me enamoré de un hombre si él no se enamoraba antes de mí”. Todo dicho.
Los poderosos de la política experimentaban con ella una sensación de ambigüedad: la necesitaban, pero no querían ceder ante sus caprichos empresarios. Acaso Amalita era más poderosa que más de un presidente. Tenía afinidad con Arturo Frondizi y Carlos Saúl Menem la veía de manera aspiracional. Y no solo eso: el riojano sucumbió ante la señora y en 1999 juró como Embajadora Plenipotenciaria.
Durante la dictadura, también los militares sucumbieron ante ella. Loma Negra fue empresa proveedora que trabajó fluidamente en la construcción de las autopistas porteñas ideadas por el brigadier Osvaldo Cacciatore y en la remodelación de los estadios de fútbol con miras al Mundial ´78.
Y en el medio, el fútbol...
Sudar la camiseta
En 1929 se creó en la empresa Loma Negra un club de fútbol para que los operarios pudieran practicar un deporte grupal en horarios alternativos como modo de descanso, cuidado del físico e integración social. La casaca amateur participó en la Liga de Olavarría.
Amalita siempre miró con curiosidad ese equipo apasionado conformado por sus empleados. Era una forma de canalizar su mirada sobre un deporte que siempre le llamó la atención, ya sea por el fanatismo que despierta como por los millones que maneja.
Coherente con esa inquietud, a comienzos de la década del ´80 decidió profesionalizar el equipo nacido en las canchas del predio cementero. Buscando el éxito, como siempre, comenzó a contratar a figuras como Carlos Squeo de Racing; Ricardo Lazbal de River Plate; Jorge Vázquez de Atlanta; Osvaldo Gutiérrez de Vélez Sarsfield; y Mario Husillos de Boca Juniors. Rápidamente, el talento de los recién llegados al club comenzó a dar sus frutos. En 1981, Loma Negra ya jugaba en la Primera del fútbol nacional. Es más, ese año, el cuadro de Olavarría salió tercero, luego de Ferrocarril Oeste y River Plate.
Amalita disfrutaba del rol de empresaria deportiva. Una suerte de hobby que le permitía distenderse. La dama del cemento no fue una mujer extremadamente excéntrica o lo todo excéntrica que su fortuna le podía permitir ser. Acaso el fútbol fue su mayor extravagancia.
Si de locuras se trata, ni bien se declaró la Guerra de Malvinas, en Olavarría se llevó a cabo un encuentro muy particular que, aún hoy, los veteranos de la ciudad recuerdan. Amalita contrató a la Selección Nacional de la Unión Soviética para disputar un amistoso. El encuentro se realizó en el predio de Racing de Olavarría porque la demanda de entradas superaba la capacidad del estadio del equipo de Fortabat.
El acontecimiento hoy resulta insólito, pero tenía que ver con esos permisos que la empresaria se permitía en el mundo del fútbol. Amalita contrató a los soviéticos por 30.000 dólares, aunque la recaudación del evento fue por menos de la mitad. Con gol de Husillos, Loma Negra ganó 1 a 0. En el mundo, el score resultó llamativo: la selección extranjera llevaba 18 partidos invictos. El resultado generó un pequeño escándalo, aunque la mayor controversia se desató en la AFA. Los directivos de la Asociación le pidieron a Amalita moderación en los cachets de sus jugadores, dado que estaban por encima de la media, en un momento de crisis financiera y con el país padeciendo los coletazos de un conflicto bélico fracasado.
En 1983, Armando Husillos, el delantero del club, fue el máximo goleador de la temporada. De todos modos, por una diferencia de goles, Loma Negra quedó fuera de competencia. De a poco, el club desapareció de las grandes ligas.
A esta altura, Amalita había logrado un elevado nivel de popularidad, sobre todo en estratos donde era desconocida. El fútbol y la tarea social de su fundación, la ayudaron a penetrar en gran parte de la sociedad. Esto motivó que la Unión Cívica Radical le propusiera postularse como candidata a la vicegobernación de la provincia de Buenos Aires. Se sabe, el fútbol y la política, a veces, van de la mano.
Agonía
En 1994 comenzó una seguidilla de infortunios de salud: obstrucciones intestinales, desplazamiento de vértebras, una caída doméstica que afectó su cadera, neumonía, anemia, descompensaciones cardíacas. Demasiado para un solo cuerpo. El 15 de agosto de 2011 celebró su cumpleaños 90 con un reducido grupo de íntimos. Cerca de la Navidad de ese año mantuvo su última charla con monseñor Jorge Casaretto. Aquellas semanas finales las atravesó con internación domiciliaria. Murió el 18 de febrero de 2012, en su vivienda de avenida Del Libertador.
Su museo en Puerto Madero es un legado a la comunidad que recuerda su pasión por las artes plásticas. Fue mecenas y construyó una colección formidable. Les dio la mano a artistas nóveles y supo acercar al país a aquellas firmas ilustres. Hoy se cumplen nueve años de la partida física de un personaje atípico. Cauta y excéntrica. La mujer más rica de la Argentina. La reina del cemento. La líder de un equipo de fútbol. La que aterrizaba sobre la cancha cuando visitaba a su equipo. Amalita, un nombre que símbolo de opulencia y poder, con el fútbol de por medio.
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