Almacenes de campo. En pleno auge se preparan para su peor enemigo: el frío
“Acá la gente se viene a reiniciar del 2020”, afirma con entusiasmo Daniela Ramos, una de las nuevas encargadas del histórico almacén El Crisol, que el año pasado cerró sus puertas a causa de la pandemia y la prolongada cuarentena, dejando sin un invaluable punto de encuentro social a toda esta región rural de Salto y Arrecifes (se asienta en el primer Distrito, en la frontera con el segundo).
Con más de cien años de existencia, su cierre causó profundo dolor en la familia rural. El pasado 5 diciembre junto a su marido y un socio, decidieron alquilarlo y reabrirlo. “Nunca pensábamos que nos podía ir tan bien”, afirma.
Los comedores de campo y pulperías viven una temporada auspiciosa que sorprende a los propios protagonistas. La reapertura de El Crisol es un ejemplo de una tendencia que comenzó con las primeras salidas permitidas en cuarentena. “La gente viene a buscar aire libre, libertad y tranquilidad, acá los protocolos se respetan desde siempre: nos sobra espacio”, sostiene Daniela.
“Nadie creía que el almacén se reabriría”, confiesa, quien se quedó sin trabajo en pandemia. Para ella, era recuperar lo perdido. El Crisol a comienzos del año 2020 debió cerrar poniendo fin a casi un siglo de actividad. Los caminos vecinales y rutas estaban clausurados, la prolongada cuarentena empujó al anterior inquilino a cerrar las puertas. El hecho causó estupor.
El Crisol es además un paraje donde viven 30 personas, el almacén fue el punto de encuentro histórico. También una solitaria escuela rural lo acompaña. “Todavía no sabemos si va a abrir”, aclara Daniela.
“Sabemos que el país está en crisis, pero nos animamos”, afirma Leonardo Rulen, el socio que acompaña a Daniela y su marido. Para él, la experiencia tiene algo de épica. Concurría al almacén desde los 14 años. Hoy, con 45, la emoción lo domina. “Está todo muy parado, pero la gente del campo tiene otra manera de ver las cosas”, reafirma. La esperanza anida en estos rincones.
El almacén está en un cruce de caminos rurales, es de chapa y madera, algo atípico, lo que lo convierte en una construcción llamativa, dicen los memoriosos que las chapas provenían de un barco. Su clientela fue siempre fiel. “Teníamos miedo, no sabíamos si iban a venir”, confiesa. En medio de la incertidumbre, a principios de diciembre del año pasado, cuando aún se esgrimía la vuelta a las fases de cuarentena, negociaron con su propietario, y lo alquilaron. Se animaron. No lo pensaron demasiado. “Sabemos que ahora se buscan estos lugares”, confirma Leonardo.
“No es sólo un almacén, parte de la historia Salto y Arrecifes pasó por acá”, sostiene Daniela. La intuición funcionó y con su marido se mudaron al almacén, en una casa contigua.
La respuesta fue inmediata. Después de estar gran parte del 2020 cerrado la vieja esquina resurgió con ánimo. “Es un sueño que queríamos cumplir”, confiesa Leonardo. “Se llenó de gente desde el primer día”, asegura Marcelo Torres, esposo de Daniela.
La propuesta es simple y categórica: mesas al aire libre, delante de un dilatado y bello horizonte pampero. La galería es el lugar elegido para el juego de naipes y las largas sobremesas. La gastronomía atrae: carnes al asador, minutos y picadas. “Aunque las estrellas son las empanadas, nos salen perfectas”, dice Daniela.
“Llegan a caballo por los caminos rurales”, asegura sobre los clientes. Las charlas y las sonrisas, recuperaron espacio en este templo criollo que amagó con desaparecer. “Vienen abuelos con sus nietos”, cuenta Daniela. “Les muestran dónde vivían, y se quedan contando historias”, sostiene. “Apostamos al regreso de la familia al almacén”, manifiesta Leonardo. En tiempos de pandemia, la reapertura de El Crisol significó la reconquista de las tradicionales ceremonias camperas.
“Vienen a recuperar lo perdido”, testimonia Daniela. Aperitivo, reunión de amigos y familias, encuentro de puesteros y parada para aventureros de los caminos rurales. “Todavía no podemos hacer bailes”, afirma Leonardo, recordando los que se hacían en su adolescencia en el almacén. “Eran multitudinarios”, recuerda.
Con señales propias del mundo rural, el almacén tiene sus propios protocolos. “Tengo el barbijo, pero sólo me lo pongo si la gente lo pide”, afirma Daniela. “A la gente del campo le gusta verse la cara, además nos sobra espacio”, afirma. No se necesita reserva para ir, abre todos los días de 10.30 hasta las 1.30. “Cuando hacemos cordero, sí pedimos reserva porque se llena”, sostiene.
“Recibimos antiguos clientes, pero también gente de la ciudad, que no quiere estar más amontonada, acá sobre aire”, reafirma Leonardo.
La postal de mesas con amigos y familia, la desinteresada y emocional escena de compartir una comida, jugar a los naipes y recrear las ceremonias rurales, se repite tierra adentro en la provincia de Buenos Aires.
“Contra todos los pronósticos estamos trabajando más que el verano 2020”, afirma Romina Somi, a cargo del almacén Cuatro Esquinas en Tandil. “La temporada va muy bien, notamos mayor afluencia de turistas y vecinos”, sostiene. “Sentimos la gran necesidad que tiene la gente de conectar con la naturaleza y compartir una buena comida al aire libre”, asegura.
“Históricamente el verano es temporada baja, pero considerando que salimos de ocho meses de estar cerrados, podemos decir que estamos conformes”, enfatiza Oscar Rivas desde el restaurante de campo La Lechuza, en Navarro, de culto para los defensores de los sabores criollos. “Los clientes no tienen miedo, tenemos mucho espacio y los riesgos sanitarios son mínimos”, completa.
“La gente ha modificado sus destinos y eso nos ha beneficiado”, asegura Fernanda Pozzi, detrás del mostrador de la legendaria Pulpería de Cacho en Mercedes, a orillas del río Luján, con un gran parque arbolado. Abierta desde 1832, es un baluarte de la tradición.
“Van perdiendo el miedo y se eligen los lugares al aire libre”, sostiene. Visitado por el turismo nacional, pero también internacional, siente un poco la ausencia del segundo. “No estamos trabajando igual que antes, pero cada vez tenemos más concurrencia”, asegura.
“Maximizamos los buenos pronósticos y vemos que la gente se va muy feliz de haber pasado un día al aire libre”, sostiene. Nuevamente el secreto es la gastronomía criolla. Carnes asadas, la famosa empanada de Cacho y las picadas con salame quintero, claves para entender el goce de los que la eligen. “Sostenemos el desconcierto, planificamos todo mes a mes”, completa, con premura.
“Estamos trabajando mejor, este verano no hubo baches, fue muy estable”, cuenta desde el Distrito 9 de Julio, Karina Marullo, a cargo del restaurante Las 5 Esquinas, a un costado de la ruta 5. “Se fue muy poca gente de viaje, y eso se nota, porque los vecinos nos han visitado durante todo el verano”, afirma. “Es la propia gente la que quiere romper los protocolos, sentarse en grupo”, asegura.
Ella y su marido son los que cocinan y atienden. “Les cuento cómo hago el pan, y las tapas de empandas”, asegura. César Viscardi, su marido, al finalizar de cocinar, sale a saludar. “Esto da mucha seguridad”, completa.
Los buenos meses de verano y el renacimiento de estos espacios rurales, con sus amplios espacios al aire libre, tienen un enemigo: la incertidumbre de los fríos días de otoño e invierno. “Estamos trabajamos el doble que antes, pero no sabemos qué pasará cuando se vaya el calor”, afirma Sandra Nadal, desde el comedor Don Pascual en La Invencible (Salto), a 50 kilómetros de El Crisol. “Vemos bien todo hasta después de Semana Santa. Luego habrá que evaluar cuando empiece el frío y ya no contemos con la posibilidad de armar mesas afuera; los números van a ser otros”, concluye Romina desde Tandil.
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