¿Alguien sabe cuánto aguanta el puente? La duda que circulaba en los cruces de la General Paz
Por fuera de los lugares de concentración masiva, hubo puntos de encuentro con perfil más familiar en el límite entre la Capital y la provincia de Buenos Aires
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La piel ya dolía de tanto sol. Los más chicos dormían abrazados a su papá, buscando una sombra para seguir aguantando, bajo un delgadísimo arbolito junto al puesto policial, del lado de la Capital. Habían pasado más de seis horas allí desde que llegaron al cruce de la avenida General Paz y Beiró desde Fuerte Apache para ser parte de este festejo. Para estar lo más cerca posible de esa copa que con la que sus hijos soñaron durante todo el último mes. “Les prometí que la iban a ver. No sé qué hacer. Voy a aprovechar que se quedaron dormidos y me los voy a llevar antes de que se despierten”, dijo Analía Fernández, de 25 años, madre de Simón, de 3, y de Braian, de 4. Kevin, el más grande, de 11, ya se había enterado y masticaba la bronca con los ojos rojos, pero sin quejarse para no despertar a sus hermanos. Los jugadores no iba a pasar por allí. “Tenían mucha ilusión de ver a Messi”, lamentó Analía.
Hubo alegría, cansancio y algo de desazón, entre los vecinos de Villa Devoto y de Caseros, que eligieron asomarse al puente peatonal del barrio para ser parte de los festejos. Era una apuesta. Así como algunos eligieron ir al Obelisco o a la Plaza de Mayo y otros a la AFA, muchos otros probaron no seguir a la multitud. Entonces se ubicaron desde temprano a los costados de la General Paz, en una suerte de gradas improvisadas, en ese pasto que muchas veces los vecinos utilizan como una extensión del patio de su casa para tomar fresco, jugar al fútbol o incluso hacer un asado. Parecía la tribuna del Dakar. La vista era buena. Podía fallar, pero si se daba, los que optaron por este punto tenían asegurada una foto de primera mano con Lionel Messi y toda la Scaloneta pasando muy cerca de su casa.
A medida que transcurrieron las horas, los laterales de la autopista se fueron cargando. Cada uno defendía su puesto, para no perderlo a manos de la muchedumbre que seguía llegando. No había policías ni vendedores ambulantes. En cambio, cada uno arribaba con heladeritas con bebidas frescas, hielo, paraguas, sillas y hasta sombrillas. Los kioscos de la zona aprovechaban la demanda inesperada para remarcar los precios y el boca a boca hacía correr las novedades. “No vayan a aquel kiosco, que tiene todos los precios con cartelitos nuevos. Vayan del lado de provincia, que todavía no subieron”, aconsejaban los vecinos. Junto al puesto policial, había una canilla con agua y el desfile fue constante para recargar botellas y mojarse la cabeza, mientras avanza el tiempo.
Al borde de la General Paz, la postal era impensada. Pasadas las 12.30, con el tránsito cortado, las chicas se sentaban con los pies colgando hacia la avenida, como si fuera una pileta. El olor al protector solar, las heladeritas y hasta las sombrillas hacía pensar en una playa. Desde la parte profunda de esa pileta llegaban las oleadas de cantitos, bombos y banderas que en un loop infinito, y con la voz cada vez más ronca repetían una y otra vez el hit “Muchachos”. Cada vez que volvía a sonar parecía que tomaba más fuerza.
El interrogante
“¿Alguien sabe cuánto puede aguantar el puente?”, preguntaba un hombre de sombrerito blanco y celeste, mientras intentaba sacar la cuenta de cuánta gente se asomaba desde ese balcón hacia la General Paz. “El puente no sé, pero las barandas seguro no están preparadas para tanto”, le contestó Alicia Llorens, una jubilada de 72 años que quiso ser parte de la fiesta y se quedó allí hasta que su hija la convenció de ir a sentarse a la sombra, en una placita situada en diagonal a la estructura.
Mientras tanto, conseguir señal para chequear por dónde avanzaba la caravana era una misión imposible. Algunos se alejaban algunos metros y otros intentaban encontrar un punto más alto para ver algo o conseguir internet.
“No nos podemos ir sin ver a Messi”, se lamentaban los chicos. “Y al Dibu”, sumó Felipe Dorrego, de 11 años, uno de los pocos niños que no tenían la camiseta con el 10, sino la del 23. “Es que él es arquero”, afirmó Valeria, su madre, que es empleada de un comercio y juega al fútbol en el club Parque, al igual que Felipe. Otro de sus hijos, el más chico, es fanático de Messi. “Se llama Thiago. Nació un mes después que el hijo de Messi y le pusimos así por él. Amamos a Messi. Nos vamos felices de ser campeones, pero tristes por no haberlo podido ver”, cerró.
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