En la entrada a los Valles Calchaquíes, con la misión de recuperarlo, dos hermanos decidieron montar un restaurante en la estación ferroviaria
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ALEMANÍA, Salta.– Nadie sabe a ciencia cierto por qué se llama así. Alemanía es un pueblo olvidado usado como locación de filmes de terror. De sus 1500 habitantes que dicen que tuvo en los primeros años del siglo pasado, apenas 62 personas viven en casas construidas hace alrededor de un siglo. No hay señal telefónica ni internet, y el agua es recurso muy limitado, aislado. En la entrada a los Valles Calchaquíes, dos hermanos decidieron trabajar juntos y en la estación ferroviaria montaron un restaurante con comidas típicas y recetas familiares. “No hay vuelta atrás, queremos recuperar el pueblo”, dice Abel Torres.
“Estamos en medio de la nada, seguimos nuestro instinto”, cuenta Abel, quien hasta el 2021 estudiaba economía en la UBA, en la ciudad Autónoma de Buenos Aires, y con algunos pocos ahorros le propuso a su hermano Hugo, bartender, que vivía en Salta capital, hacerse cargo de una epopeya: abrir un comedor en la vieja estación de Alemanía, el pueblo natal familiar. “Somos nosotros y nuestro padre en la cocina”, afirma.
El cambio de vida funcionó. “Proponemos recuperar sabores ancestrales, no todo tiene por qué ser locro en Salta”, señala Hugo. El menú es un estandarte de sus principios: el ciento por ciento de lo que usan son productos locales.
Los pocos vecinos de Alemanía, en su mayoría artesanos y hippies que llegaron en los 80 para hacer una comunidad alejada del mundo, hacen cultivo de subsistencia y en los cerros algunos puesteros crían cabritos de altura, la carne más cocinada. “Si nos va bien a nosotros, a ellos también”, reafirma Abel.
No hay recolección de basura en el pueblo, por lo que todo se reutiliza. Hacen compost y las botellas plásticas de gaseosas las llevan a una planta de reciclado en Salta. “Nos sobra belleza, pero tenemos pocos recursos y hay que cuidarlos”, reconoce el exestudiante de economía. “La idea es sencilla: invitarte a un pueblo que está al costado del camino del tiempo”, agrega su hermano.
En 2010 el pueblo fue la locación elegida para el film de terror And Soon The Darkness (Y pronto la oscuridad), protagonizado por Amber Heard y Karl Urban.
En Alemanía los habitantes no tienen internet ni señal telefónica. “Estamos como si fuera el lejano oeste”, describe Hugo. El pueblo más cercano es La Viña, a 21 kilómetros por la ruta 68. Una escuela primaria recibe a 16 alumnos; cuatro de ellos quedan albergados, son hijos de puesteros que viven muy lejos en los cerros. Alrededor de la estación de tren, que supo ser de gran importancia, existe una calle de tierra con una hilera de casas, todas abandonadas, excepto una.
“Sólo queda un solo vecino nacido y criado aquí”, dice Abel. Detrás de la estación, la arboleda oculta las demás casas. Todas precarias, se vive una existencia sencilla, pero honesta y genuina, no se necesita mucho en la salvaje serranía salteña. El agua es escasa, una bomba la distribuye lentamente, pero llega con poca presión a las casas que están al fondo del pueblo. Si necesitan comprar víveres tienen que ir a La Viña, o sino a Salta, a 100 kilómetros. La Estación de tren y sus aromas caseros atrae a los turistas que pasan hacia los valles Calchaquíes. Alemanía tiene una segunda oportunidad.
Un año de esfuerzo y creatividad
El restaurante La Estación abrió en febrero de 2022. En un año lograron mucho. Comenzaron con un capital muy pequeño. “Tuvimos que ser muy creativos”, advierte Hugo. La municipalidad de Guachipas (pertenece a ella) desde el 2017 comenzó con las tareas de restauración. En principio iban a poner una oficina de informes turísticos, pero los hermanos Torres ganaron con su propuesta de recuperar los aromas de un territorio desconocido para el turismo convencional. “Ahora hay turistas más aventureros”, reconoce Abel.
“Hay muchas recetas que se van perdiendo”, afirma Hugo. La idea es anclarlas en el menú del restaurante. Las paredes están intervenidas con frases y firmas de turistas que durante más de un año fueron cruzando el puente que separa la ruta del cauce terroso del río Las Conchas hasta frenar en la estación. La mejor opción es comer en el propio andén, con la postal de los cerros, la tierra roja y las casas de un pueblo que murió y resucitó.
“Acá disfrutas del tiempo, no apuramos a nadie. Queremos demostrarte que lo tenés de tu lado, tenemos buenas historias para contar”, anticipa Abel. Alemanía es un pueblo mínimo, su tierra roja recuerda una postal misionera. Los minerales oxidados son la causa: el río Las Conchas es de un rojo intenso. Dos cauces se unen, uno es transparente, el río Alemanía. En la costa es posible acampar y muchos caminan un sendero hasta una cascada que trae agua fresca que viene de deshielo. Se ve poca gente en el pueblo, algunos artesanos al costado de la ruta venden sus obras en piedra y arcilla.
“Vienen a buscar una Salta desconocida”, asegura Hugo sobre los invitados (no los llama turistas) que llegan al pueblo. La gastronomía es un portal a una experiencia inolvidable. El menú es un resumen del proyecto familiar. “Es el regreso a la comida de nuestra abuela”, confiesa Abel. Descendiente de diaguitas, viven en la casa de ella, ya fallecida, aunque una figura central en la familia. Empanadas de queso de cabra, de cabrito, provoleta de cabra braseada, tamales, humita, tallarines hechos con harina de maíz morado, frangollo y cazuela de cabrito.
La historia del pueblo es una de las atracciones más interesantes. ¿Un pueblo alemán en Salta? Hay cuatro teorías sobre el origen del topónimo, con la llamativa tilde en la i. Hacia 1790 se habrían asentado colones alemanes a trabajar la tierra, y de manera desconocida, se fueron del lugar. Un siglo después, llegaron los ingleses a comenzar con el diseño ferroviario y se habrían encontrado con un nombre que los locales usaban para referenciar el paraje, “Alemalandia”.
Algunos dicen que la estación recibió ese nombre en homenaje al ingeniero Josep Heinrich Theodor Rauch, quien creó la traza ferroviaria del Tren a las Nubes; y la cuarta es que allí vivía un pueblo originario denominado, alemaníes. “Nadie sabe bien por qué se llama así el pueblo”, resume Hugo. Sobre la tilde, así llamaban al país europeo los locales.
“Fue una estación muy importante”, agrega Hugo. Se pensó como una estación intermedia entre Salta y Cafayate, llegaron cientos de obreros de todo el país para trabajar en la dura tarea de tender las vías que pretendía penetrar por la Quebrada de las Conchas. El pueblo a principios del siglo XX fue epicentro de una febril actividad. Tuvo muchos comercios y los memoriosos cuentan que los ferroviarios gastaban todo su dinero en las fondas. Cuando irrumpió en el mundo la primera guerra mundial, el proyecto se frenó. En 1971, el tren dejó de pasar por Alemanía, sellando la suerte del pueblo.
“La idea original de este tren era llegar hasta Iquique (Chile)”, afirma Abel. Sueños grandiosos de otra época. Nada de eso queda ahora. “Alemanía nunca se planificó como pueblo, pero fue creciendo con el tren”, dice Abel.
De a poco, los “invitados” y aventureros de los desvíos, frenan y se sienten atraídos por el pueblo que tiene el nombre de un país europeo. “Nadie quiere vender terrenos, no queremos ser invadidos por el turismo masivo”, cuenta Hugo. Y, además, es lo que piensan los habitantes del pueblo.
“Queremos preservar nuestra noción de tiempo”, acuerda Abel. Los niños del pueblo crecen sin internet. No parecen sentir necesidad de tenerla. “Hay mucha charla, juegos, correr y descubrir”, dice.
Para trabajar, los hermanos debieron comprar un costoso amplificador de señal que la toma de la “una antena lejana” Sólo pueden emitir y recibir WhatsApp. El humo de un horno de barro humea el pan casero que se está cocinando en su interior. También las clásicas empanadas, que aquí se ofrecen en un plato decorado con api (infusión de maíz morado). Salta en su estado de absoluta pureza. “No hacemos ningún simulacro, el viajero necesita experiencias honestas, es lo que estamos haciendo”, concluye Hugo.
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