Al margen de ciclotimia
A raíz de la publicación en La Nación de la serie de notas sobre urbanidad, el periodista Pepe Eliaschev se suma a esta iniciativa con el siguiente artículo.
Como éramos insoportablemente rígidos, creímos que había llegado la era de una permisividad entendida como contraseña para legitimar el maltrato y la falta de respeto.
En la escuela, de la que se dijeron panegíricos durante décadas mientras la Argentina se analfabetizaba velozmente, las violencias pequeñas pero persistentes que trazaron el cuadro de la agresividad nacional produjeron un fenómeno de desconsideración de la vida que fue otra foto más del escenario global de la sociedad civil.
Quienes cursamos la escuela secundaria en los años sesenta nos formamos en medio de una dogmática imposición de valores, presentados como paradigma de la ley, del orden, de la familia y de la tradición.
Treinta y cinco años después, los claustros son hoy una fiesta. En la Argentina hay Estado de Derecho y funcionan instituciones y rudimentos nada desdeñables del gobierno de la ley.
Una sinuosa interpretación de las libertades personales y de las opciones maduras pretende equiparar a la democracia con espasmos de violencia irracional. Esto produce abaratamiento de la calidad orgánica de las instituciones educativas y, en general, notoria confusión entre el oxígeno indispensable de las libertades garantizadas por la Constitución y el destructivo vale todo que derrumba con su salvaje nihilismo construcciones sociales que demandaron décadas.
Los estudiantes deberán saber respirar el embriagante aire de la libertad, pero no podrán autojustificarse olvidando responsabilidades y obligaciones que son la quintaesencia de la vida.
La escuela, a la que se le pide todo, incluyendo contención psicológica y alimentos cotidianos para estómagos insatisfechos, no puede ser el microcosmos paradisíaco con el que engañan fabuladores hipócritas.
Si hasta diciembre de 1983 en las aulas se respiraban los aires densos y opresivos de las libertades ausentes, hace ya 16 años que la Argentina se ha ido poniendo en condiciones para compaginar una educación para la libertad en la cual no sea necesario cortejar a los adolescentes con estudiantinas seudolibertarias, ni tampoco seducir a los centuriones de la moral única con disciplinas castrenses nunca tan obsoletas como hoy.
Es un arduo camino crítico en un país difícil, pero no hay otra alternativa. Lo único estricto debe ser la custodia de la libertad, pero esa libertad se nutre del orden que sólo la escuela tiene la posibilidad de asegurar.
El autor es periodista hace 35 años. Conduce "Esto que pasa" (Del Plata) y "Provocaciones" (Canal 7).