El proyecto educativo Más ATR cuenta con más de 30.000 docentes y pretende compensar el aprendizaje perdido durante el año pasado, cuando por el confinamiento por el Covid-19 no hubo clases presenciales
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“Escuchá el sonido que hago: dul-ce. ¿Es con c o con s? Porque ambas suenan igual, pero intentá recordar cómo lo viste escrito”. Demian, de 11 años, borró la s y colocó una c. Estaba escribiendo en el pizarrón cuál era su sabor de helado favorito, para que todos sus compañeros lo supieran. Mariana, la docente del aula, le enseñaba a escribir ayudándose con el sonido de las letras.
Hoy es el cuarto sábado que la Escuela de Primaria N°28 Juana Manso, de José León Suárez, en el Municipio San Martín de la provincia de Buenos Aires, imparte clases de apoyo para que los alumnos recuperen los contenidos atrasados por la pérdida de escolaridad durante el aislamiento social preventivo y obligatorio por la pandemia de Covid-19. Con barbijos, ventilación en todas las ventanas y alcohol en gel, los chicos asisten a las 9 de la mañana. El programa educativo Más ATR, con el objetivo de intensificar la enseñanza, comenzó en el distrito bonaerense el 1° de octubre y cuenta con más de 30.000 docentes. De las cinco maestras que trabajan los sábados en la Escuela N°28, únicamente dos pertenecen a ese mismo establecimiento educativo de gestión estatal.
Un esquema que la Ciudad de Buenos Aires inició antes de las vacaciones de invierno y que engloba 31 centros educativos con más de 7000 alumnos; trabajan el Centro de Acompañamiento a las Trayectorias Escolares (CATE).
Es un sábado atípico en el que asistieron apenas 12 alumnos a las dos horas de refuerzo, de 9 a 11, debido a las condiciones climáticas de este fin de semana. “Llovió toda la noche y hay condiciones habitacionales en este barrio que impiden llegar a algunas familias. Muchas casas amanecen inundadas”, señaló a LA NACIÓN Irene León, directora de la escuela. El centro cuenta con más de 500 alumnos, de los cuales 138 están inscriptos al programa en clases de apoyo que también se brindan durante la semana.
“Mi nieto lleva cuatro años en el programa de apoyo que cede la escuela. Esto me parece aún más beneficioso, porque hay muchas cosas que yo no le puedo enseñar en casa. Él tiene problemas de aprendizaje y este programa le ayuda. También va al psicopedagogo y hace un tratamiento neurológico”, señaló Clara, la abuela de Demian. Aunque al pequeño le costó levantarse a las 8, tiene muchas ganas de aprender y desempeña su esfuerzo. “No se queja”, agregó Clara.
A las 10.30, salieron al recreo. Las maestras pintaron unos números en el suelo y, mediante diversos juegos, los niños tenían que saltar de un número a otro, en función de las reglas. “¡Casi me caigo por intentar llegar al 22!”, gritó Demian entre risas. Después volvió al último lugar de la fila, esperando que sus compañeros hicieran el recorrido.
Una atención más personalizada, aunque grupal, y más reducida que el aula llena de 30 alumnos, centrándose principalmente en prácticas del lenguaje y matemática. “Se trata de poder enseñarles a los chicos de otro modo. Son alrededor de 6 o 7, grupalidades menores, porque no todos los chicos aprenden del mismo modo y al mismo tiempo. La asistencia es más compleja, porque los sábados están dedicados por las familias a otras cosas”, agregó. La directora señaló, además, que la actitud de los chicos es muy positiva.
A Aylén, de 11 años, según relata su padre, Alejandro, le cuesta mucho madrugar. “Pero viene contenta. Es una manera de que los chicos avancen en el aprendizaje. El año pasado fue muy difícil conseguir que hicieran la tarea. Tengo cinco chicos y, cuando uno tenía que estudiar, le decía que se aislara en el cuarto. Mientras, entretenía al resto jugando en la calle para que no le molestaran”, agregó.
Falta de acceso a la conectividad
La mayoría de los 138 chicos que se incorporaron al programa ATR en esta escuela no tuvo acceso a la conectividad durante el cierre de los colegios por la situación de emergencia sanitaria en la Argentina. “La pandemia fue complicada para nuestra comunidad. No todas las familias cuentan con dispositivos electrónicos, y las que cuentan, capaz no tienen un dispositivo para cada chico. Y la continuidad pedagógica dependía de la conectividad”, indicó León.
“Mi hijo estuvo casi todo el año pasado sin estudiar porque en mi casa no hay internet. Perdió mucho contenido. Le costó un montón adaptarse, pero viene porque le encanta aprender. Es bueno para ellos, pero también para nosotros, los papás. Hay muchas cosas que yo no entiendo y no le puedo ayudar con la tarea”, señaló Cintia, madre de uno de los alumnos que este sábado acudieron a la escuela.
León agregó: “Intentamos solucionarlo con cuadernillos personalizados para que avanzaran con las tareas, pero no es lo mismo que la enseñanza en el aula. La vuelta a la presencialidad salvó la escolaridad. Es un número minoritario en lo cuantitativo, pero con que haya un chico que no se haya conectado, nos importa igual. Este programa viene a cubrir esa carencia que dejó la pandemia”.
Un aprendizaje con diversión
Yanina Ayala, una de las docentes de la escuela, que no pertenece al centro, está terminando sus estudios terciarios en Villa Ballester. Mientras, este programa le permitió colaborar con el proyecto y, además, adquirir su primera experiencia profesional. “La disposición de las familias fue muy positiva. Falta que vayan viniendo, pero de momento vamos trabajando con los más chiquitos”, señaló a LA NACIÓN.
El curso de secundaria todavía no comenzó los sábados, porque por el momento no cuentan con el personal de limpieza suficiente que se requiere para higienizar cada media hora los baños y espacios comunes, explicó la directora.
“Si uno enseña, los chicos aprenden, es una ley”, apuntó Ayala. Y agregó: “Al ser clases más personalizadas, se sienten más cómodos los que son vergonzosos y participan menos en grupo. El juego suma mucho: hacemos chistes, aprendizaje con juegos. Los chicos se terminan divirtiendo”.
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