Adultos jibarizados
Bajo el paraguas de la "participación" de las familias en el devenir escolar se cobijan tanto prácticas auténticas y fecundas como actividades que apuntan a la infantilización de los adultos o a su "utilización" como personal de mantenimiento y maestranza.
Bailar disfrazados de conejo al ritmo de canciones preescolares, hacer morisquetas varias mientras cocinan masitas o pasar largas horas sentados en el patio mientras sus hijos "hacen la adaptación" aunque los chicos lleven varios años concurriendo a ese mismo jardín son algunas de las convocatorias escolares a los padres. Padres jibarizados, casi tontuelos, que para volver a la escuela deben convertirse en lo que no son. Muchos de ellos se prestarán con cierta vergüenza y lo harán por amor a sus hijos. Otros sentirán culpa por negarse o tal vez por no disponer del tiempo para acudir a las insólitas invitaciones, ya que siempre suceden en horario escolar, que es horario laboral.
Aporte real
También, cuando los recursos no alcanzan, los padres son llamados o se autoconvocan para pintar paredes, limpiar los bancos, arreglar los techos, cambiar los vidrios. No está mal. Pero no es ése el exacto papel participativo parental escolar.
Sin embargo, los padres en la escuela pueden tener una presencia interesante y adulta. Pueden aportar cosas valiosas por amor a sus hijos, sin vergüenzas y sin culpas: lo que saben, lo que han vivido, lo que sueñan. Pueden compartir aprendizajes y emociones ayudando a los maestros a abrir el mundo y sus misterios a los ojos de los chicos. Pueden y deben tener voz en los aspectos importantes de la vida escolar que hacen a la propuesta educativa.
La relación entre las familias y las escuelas resulta ser uno de los factores importantes para el éxito de la escolaridad. Pero siempre que esa relación se sustente en un intercambio auténtico y relevante. Padres y madres no son showme n ni elementos decorativos ni asistentes ad honorem ni recursos didácticos de tracción a sangre. Son los primeros educadores y nunca dejarán de serlo.
La autora es directora del área de Educación de la Universidad Di Tella