Adrián Paenza: una estrella de rock que enseña a pensar
El biólogo celebra al ganador del premio Leelavati, cuyos libros y charlas nos invitan a jugar y a disfrutar de los misterios de la matemática
Tardé muchos años en ser su alumno. A diferencia de los miles que lo recuerdan en el aula frente a un pizarrón, a mí la oportunidad me llegó mucho después. Más allá de seguirlo en las ya lejanas charlas de los viernes en la facultad de Ciencias, de disfrutar su pasión por el básquet o de aprender a reconocer sus corbatas multicolores, finalmente apareció la ocasión de acompañarlo allí donde encontró su mejor lugar: el de contar la ciencia, el de fascinar con la matemática.
Uno nunca sabe que tiene un maestro hasta mucho tiempo más tarde. Sin embargo, con Adrián eso está claro desde el primer momento, no sólo por la claridad de sus explicaciones sino, sobre todo, por el empeño en compartir el conocimiento con todo el mundo, tiza o marcador en mano. Entrar a un estudio de grabación con él, o a una sala de conferencias, es una invitación a disfrutar del pensamiento y de los enigmas. También es saber que vamos a ser desafiados a jugar sólo por las ganas de jugar, tan contagiosas que es común que toda su audiencia, incluidos lectores y espectadores, pero también camarógrafos, iluminadores y hasta acomodadores de los teatros, se rasquen la cabeza buscando la mejor solución a un problema.
Paenza nos enseñó que la ciencia, y en particular la matemática, puede ser no sólo fascinante sino necesaria, que puede ayudarnos a encontrar respuestas pero sobre todo a formular preguntas, que enseñar es, ante todo, enseñar a pensar. La cantidad de pibes que me dicen que les cambió la vida, o que antes de escucharlo o leerlo odiaban la matemática, y después quisieron ser científicos, certifican la inspiración que representa para todos quienes son tocados por su varita mágica, siempre desde el afecto y la complicidad y nunca desde la autoridad de quien está más arriba.
Paenza nos enseñó que la ciencia, y en particular la matemática, puede ser no sólo fascinante sino necesaria
Adrián también logró algo verdaderamente único: ser una estrella de rock contando nada menos que las historias de la matemática, descubriendo que la ciencia puede estar escondida allí donde ni lo sospechamos, enseñándonos los misterios de un fixture de fútbol, las probabilidades de los cumpleaños o las cantidades de pelos en la gente (y confieso que esta última no se la puedo perdonar), visitando escuelas en todo el país, allí donde los chicos gritan fascinados sus soluciones a los problemas que plantea ese señor canoso y tan divertido.
Como él mismo suele contar, a la gente le encanta jactarse de no entender nada de matemática, de ser un desastre con los números, pero, de un plumazo, con un ejemplo o un cuento, Adrián nos hace descubrir otra faceta: la de pensar científicamente, la de congeniar razón e imaginación y, en el medio, pasarlo maravillosamente bien.
Y no para: sumado a sus libros, sus programas de tele, su padrinazgo en Tecnópolis o sus charlas en TEDxRiodelPlata, este año nos infló el corazón de orgullo al recibir el premio Leelavati que otorga la Unión Matemática Internacional al mejor divulgador de la matemática en el mundo. Nosotros ya lo sabíamos, ahora es justo que el mundo también lo sepa.
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