En muchos casos, son los docentes los que detectan situaciones de peligro de estudiantes de secundaria; los establecimientos privados replantean iniciativas y llegan programas a los estatales; desde desórdenes de alimentación hasta ideas de suicidio, los trastornos psíquicos se evidencian en las aulas y plantean un desafío inédito en el ámbito escolar
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“Ahora entiendo a los adolescentes que se suicidan por el colegio”, le dijo Ana a su mamá. Automáticamente se encendieron las alarmas no solo en su casa sino también en la escuela. En la institución privada de Vicente López a la que asiste, docentes y autoridades están muy atentos y hacen un seguimiento de su comportamiento. Es que el flagelo de la crisis de salud mental adolescente se evidencia en las aulas y los profesionales de la educación deben afrontar esta abrumadora realidad.
Ana, su verdadero nombre fue modificado para preservar su identidad, terminó la primaria en medio de la pandemia de Covid-19 y hoy está en segundo año de la secundaria, habiendo vivido ese pasaje prácticamente de manera virtual. Sus sentimientos de tristeza y desborde ante la exigencia escolar la llevaron a hacer ese preocupante comentario. “Mi hija está completamente angustiada porque no puede organizarse, no sabe cómo. No quiere ir al colegio. Llega y se queda apoyada en la puerta con la mochila colgada con cara de ‘no doy más’. Muchas veces dice que va a hablar con un juez para que la autorice a dejar el colegio. Hace un tiempo me pidió ir a un psicólogo y lo que empezás a ver durante la búsqueda de un profesional es un horror. Los psicólogos de adolescentes están desbordados, sin turnos por obra social ni particular. Es muy terrible”, afirma su mamá, Mariana.
Las escuelas son testigos de esta crisis sin precedentes que LA NACION comenzó a reflejar a través de la serie“¿Sabés qué pasa por la cabeza de tu hijo?”. Docentes, directivos, equipos de psicopedagogía y voceros de los ministerios de Educación de la ciudad y la provincia de Buenos Aires dan cuenta del aumento de distintos padecimientos psíquicos que se observan en los secundarios, sobre todo a partir de la pandemia: depresión, trastornos de ansiedad, fobias, desórdenes alimentarios, ataques de pánico y autolesiones, entre otros. En muchos casos, el riesgo es detectado en el aula.
“Pedro dibujaba un cuerpo en una morgue, figuras de fantasmas, la palabra muerte escrita de forma muy artística, sangre, una mano desgarrada... El profe de Literatura también empezó a notar que escribía cuentos con ideas que no eran de un chico sano”, describen desde el equipo de psicopedagogía que acompañó a este alumno de un colegio de zona norte. “Después del cuarto o quinto encuentro, Pedro nos mostró sus antebrazos. Se estaba cortando hacía tres meses. A partir de ahí entró en tratamiento psiquiátrico por la enorme depresión que atravesaba”, añaden.
El caso de Paula, una estudiante de tercer año en otra institución de la misma zona, se suma para ilustrar lo que está sucediendo. “Pidió salir al baño durante una clase y se cortó los antebrazos y la panza. Cuando volvió al aula, la docente, que estuvo piola, se dio cuenta que algo pasaba, pero esperó a que todos salieran, le preguntó, y entonces vio los cortes. El colegio llamó a la ambulancia y a los padres, que a su vez me contactaron a mí”, relata el profesional que atendió a la adolescente. “Paula tenía un trastorno de la conducta alimentaria y tuvo una situación de bullying, pero eso no es causa suficiente para lo que pasó. Fue hostigamiento a una persona con depresión, y eso fue puro impacto de la pandemia”, analiza.
Síntomas en el aula
Vanesa Paolucci, licenciada en psicopedagogía y miembro del Departamento de Orientación Escolar (DOE) del Colegio Esteban Echeverría ubicado en la ciudad de Buenos Aires, precisa que desde que volvieron a la presencialidad la intervención del DOE aumentó al menos en un 50%. La profesional está viendo una gran cantidad de cuadros de ansiedad, ataques de pánico, abulia, principios de depresión, bulimia, anorexia y autolesiones. “Creíamos que lo peor había sucedido durante la pandemia, pero hoy nos estamos encontrando con que ahora está explotando todo de una manera sideral. Hay chicos que no quieren venir, no quieren hacer actividades ni encontrarse con sus pares. Le tienen pánico a mostrarse frente a otros. Es muy triste ver cómo la pandemia afectó a los adolescentes”, reflexiona.
Según Paolucci, el panorama es generalizado, pero evalúa que los chicos que transitaron el pasaje de primaria a secundaria casi exclusivamente en cuarentena fueron especialmente afectados. “Hicieron el período de adaptación casi sin haber estado en el colegio. Esos chicos todavía tienen las normas de la primaria y están muy angustiados”, explica.
El relato de María Laura Vella, profesora de Literatura de primero, segundo y tercer año de secundaria del Instituto Parroquial Don Bosco, en Castelar, es coincidente. Con el fin de las restricciones, se encontró con que una de las primeras cosas que le decían sus alumnos era que le tenían miedo a las pruebas. Temblaban, lloraban, tenían que salir del aula y quedarse con la directora.
“Había mucha angustia, mucha ansiedad, les transpiraban las manos. También noté que empezaron a ser un poco más contestatarios. Por ejemplo, me suelen decir ‘y vos quién sos para decirme esto’. Antes no estaban esas respuestas”, indica Vella, que está muy preocupada sobre todo por la desmotivación, la tristeza y los comentarios como “no sé qué hacer con mi vida”.
Según una encuesta del ministerio de Educación de la ciudad de Buenos Aires realizada junto a INECO y UNICEF en abril de 2021, siete de cada diez adolescentes presentaron síntomas de ansiedad, depresión, sentimientos de soledad y baja satisfacción con la vida tras el primer mes de presencialidad. Además, en 2021 aumentaron las solicitudes de intervención formuladas a los Equipos de Orientación Escolar y los Equipos de Asistencia Socioeducativa (EOE y ASE) en el nivel secundario, especialmente por autolesiones e ideación suicida. En 2020 se registraron 2330 pedidos, en 2021 hubo 2600 y, hasta junio de 2022, se realizaron 1345.
En la provincia de Buenos Aires la situación es similar. Desde la Asociación de Institutos de Enseñanza Privada (AIEPBA), dijeron que el nivel de intervención de los Equipos de Orientación Escolar aumentó aproximadamente un 40% debido a situaciones conflictivas entre pares o situaciones de angustia de adolescentes.
Gustavo Galli, director de Educación Secundaria en la provincia de Buenos Aires, asegura que están observando trastornos de ansiedad, fobias y algunas cuestiones relacionadas con la pérdida porque dentro de las muertes por Covid-19 hay familiares y amigos de los chicos. “Cuando uno va dialogando con ellos surge el pedido a los adultos de que los ayudemos con cuestiones relacionadas a la salud mental”, comenta.
“Al menos en la provincia de Buenos Aires lo que se está incrementando son las autolesiones, que a veces son un intento de suicidio, pero muchísimas otras veces no, y son un modo del malestar contemporáneo que genera mucha preocupación”, dice Julieta Calmels, subsecretaria de Salud Mental bonaerense. Ese sufrimiento se expresa en el ámbito escolar con mayor o menor impacto.
El abordaje escolar
¿Existen guías para abordar la problemática de salud mental adolescente en el ámbito educativo? A nivel nacional rige el programa de Asesorías en Salud Integral en Escuelas Secundarias, elaborado en julio 2018, antes de este aceleramiento de los trastornos. En tanto, los colegios desarrollan iniciativas propias, en el caso de los establecimientos privados, y planes provinciales o municipales, en el caso de los estatales.
En la provincia de Buenos Aires, a raíz de los primeros indicios de los efectos que dejó la pandemia, se lanzó un programa que busca anticipar e intervenir en situaciones que impactan y generan sufrimiento en los alumnos, aporta Eliana Vázquez, directora de Psicología Comunitaria y Pedagogía Social bonaerense. Desde el ministerio de Educación porteño, precisan: “Ya empezamos a trabajar con docentes, supervisores y equipos directivos para acompañar y abordar estas necesidades en los estudiantes. Implementamos instancias de capacitación, elaboramos dos guías de orientación y llevamos adelante encuentros tutoriales”.
Los privados, en muchos casos, readaptaron iniciativas que ya habían puesto en marcha. En el Colegio Michael Ham, con sedes en Vicente López y en Nordelta, funciona un departamento de Educación Emocional desde el que venían trabajando antes de la pandemia. Esto les dio cierta preparación para afrontar lo que sucede hoy, pero no los dejó exentos del problema porque durante 2021 duplicaron la necesidad de intervención del equipo. Además, orientan a los padres con profesionales externos para sus hijos, dice Mariana Gallagher, vicedirectora académica y directora de Educación Emocional.
“Lo que estamos viendo en la secundaria son trastornos que ya existían antes de la pandemia, pero ahora están más acentuados, como miedos, inseguridades en la separación de los padres, trastornos de la alimentación, ansiedades, depresiones. Otros están exacerbados como si no tuvieran límites, eufóricos. En nuestros colegios el personal está muy entrenado para detectar situaciones riesgosas y cuando ven a alguien apagado o fuera de eje, se cita a los padres. El colegio no puede diagnosticar, pero sí detectar para que la familia consulte externamente”, explica.
Como parte de las actividades que organiza el área, la “Sempatía” es una semana dedicada a trabajar la empatía y un tiempo durante el que los chicos tienen un espacio para pedir ayuda. Además, durante la pandemia reforzaron el programa de tutorías, por el que cada estudiante tiene momentos de reflexión individual con un adulto que lo escucha. También promueven el desarrollo profesional de los docentes para que tengan herramientas para aplicar en el aula, por ejemplo, a través de cuentos plantean conversaciones e identifican situaciones problemáticas.
El Florida Day School, en Vicente López, viene trabajando en programas de desarrollo personal desde hace al menos 15 años. Por eso, María Eugenia Bordo, directora de secundaria, asegura que no tuvieron que generar nuevos planes sino reorientar los existentes a la problemática actual. “También contamos con un programa de tutorías en el que entendemos que todos los docentes son tutores. Además, semanalmente los profesores tienen encuentros en los que se piensan estrategias en conjunto y hay una puesta al día en la que se puede ver a los alumnos en todas sus dimensiones”, señala Bordo.
“Desde febrero nuestro foco es el bienestar emocional porque sabíamos que íbamos a tener esta situación. El impacto se nota mayormente en el vínculo social de los adolescentes. Hubo un hiato en su socialización, habían crecido y se encontraron con diferencias cuando volvieron. El otro aspecto relevante fue enfrentar los desafíos y la exposición. Aparecieron miedos y pánico ante las evaluaciones y las malas notas. Tenemos que entender que estas son generaciones inéditas y es un aprendizaje continuo”, considera Bordo.
Prevención ante la emergencia
Preocupado por la cantidad de alumnos en crisis que veía transitar por las escuelas sin que nadie levante la mano a tiempo, Fernando Buconic, psiquiatra, psicoanalista y especialista en adolescencia y juventud, comenzó a pensar qué se podía hacer. Hoy trabaja en el Colegio Cardenal Newman, en Boulogne, y en el Colegio San Pedro Claver, en Ricardo Rojas, coordinando grupos de acompañamiento educativo.
Para Buconic no alcanza con mirar. Hay que estar, hacer, pesquisar, caminar el pasillo, dialogar con los alumnos, con sus padres y con profesionales externos cuando hace falta. “Si tenés 550 chicos, tenés que entrevistar a todos, a los que llaman la atención y a los que no, porque si no se aborda a la población total, entonces no es prevención”, plantea.
Respecto a la estrategia implementada explica: “El acompañamiento educativo es un método para que todos los trabajadores, docentes y no docentes, puedan intervenir. No se trata de llenar de psicólogos y psiquiatras los colegios, lo importante es abordar a los alumnos con los recursos humanos propios de una escuela porque la prevención primaria es en la comunidad, no en el hospital. Los adultos somos los responsables de parar la pelota y ralentizar esto”, sostiene.
Carolina Hirsch, psiquiatra y directora del Centro de Desarrollo y Fortalecimiento de la Niñez, Adolescencia y Familia Ramón Castillo de San Isidro admite que, al menos en ese municipio, los servicios de salud mental están desbordados: “Intrapandemia ya se empezó a ver un incremento importantísimo en la demanda de servicios de salud mental y pospandemia explotó. Las patologías que más prevalecen son los trastornos de ansiedad con ataques de pánico, depresión, intentos de suicidio, autolesiones y consumos”, dice. Ante este contexto, el centro empezó a trabajar en conjunto con todos los colegios de San Isidro para detectar situaciones de riesgo y orientar el tratamiento.
“Ya el año pasado nos empezamos a reunir con las inspectoras distritales porque ellas también empezaban a ver estos trastornos en las escuelas y planteamos un circuito de acciones conjuntas para poder acompañar a los colegios y a los chicos. Hoy estamos trabajando con más del 60% de los colegios públicos y privados del municipio y en este momento la mayoría de la demanda es de colegios privados que trabajan excelente y se ocupan un montón de la salud mental, pero están desbordados. Intervenimos 4 o 5 veces por semana en las escuelas y eso antes de la pandemia no existía”, comenta.
El sufrimiento de las familias
Los padres de los chicos que padecen cuadros severos saben que el acompañamiento de los colegios es vital. Si bien los establecimientos reaccionan, apuran estrategias y arman un puente imprescindible con las familias, hay excepciones.
Martín -no es su nombre real- tuvo un ataque de ansiedad seguido de depresión tras un episodio asmático. Desde entonces no pudo volver a clases. Lo que más lo angustió fue explicar a sus amigos lo que estaba atravesando. Tenía pánico a ser juzgado. Además, la respuesta inicial de la escuela-una institución privada en Olivos- descolocó a su mamá, Silvia. Le avisaron por mail que su hijo había quedado libre.
“Después me pidieron disculpas por la falta de tacto y se pusieron a disposición. Creo que los colegios están desbordados porque no tienen herramientas. Los profesores no tienen un coaching para abordar estos problemas. Algunos no prestan atención y no usan el vocabulario adecuado. Hay una profesora que le dijo a Martín que ella también pasó por lo mismo y con ella se entiende”, afirma Silvia.
Para Karina, en cambio, la experiencia fue totalmente diferente. Su hija Catalina, de 16 años, se tomó 80 pastillas de ibuprofeno, algo que había visto en TikTok. Según le dijo a su mamá después de un lavaje de estómago que le salvó la vida, su intención no era suicidarse sino aliviar un dolor. Quería que le doliera el cuerpo y no más el alma.
“Tuvo un problema con su grupo de cinco amigas del colegio que le hizo mal. Además, la pandemia la afectó mucho. Yo soy enfermera y el año pasado me contagié. Estuve grave, por eso tuvimos cuidados máximos y Cata no vio a sus amigas durante mucho tiempo”, señala Karina.
La adolescente estuvo una semana con asistencia mecánica respiratoria y después pasó a internación en salud mental. Su mamá reconoce que la escuela privada de La Matanza a la que asiste siempre estuvo presente. Mientras permaneció internada le mandaron trabajos prácticos para retomar la rutina de a poco. Incluso, su profesor de Literatura fue a visitarla y le llevó un libro con una carta escrita por todos los docentes.
“Creo que el colegio se manejó bien. Nos dio la posibilidad de elegir si contar lo que había pasado a los compañeros o no, y le explicaron a Cata que si lo contaba ellos tendrían que informar a la inspectora y hacer una charla con los padres. Le advirtieron que así como algunos la iban a apoyar, algunos la podrían juzgar. Le dijeron que ellos la iban a acompañar con lo que quisiera hacer”, destaca.
La Asociación Educar para el Desarrollo Humano es una institución que durante la pandemia brindó apoyo a muchos colegios para fortalecer sus currículas con neurodidáctica y conciencia emocional. Desde esa organización, la directiva Bélen Soba Rojo destaca el enorme esfuerzo que están haciendo todos los establecimientos.
“La intensidad de lo vivido durante 2020 y 2021, hizo que aquellos chicos que volvieron al colegio en 2022 -porque no hay que olvidarse de quienes se cayeron del sistema-, lo hicieron con una cantidad de reacciones para las cuales la mayoría de los colegios no estaban preparados. Hoy los colegios están haciendo su mejor esfuerzo, pero es un esfuerzo que no está muy sistematizado. Tienen voluntad, pero no tienen la formación necesaria para hacerlo, por eso están buscando ayuda masivamente”, sostiene.
Un espacio para escucharlos
Los profesionales también coinciden en que, si bien el trabajo no es mensurable, cuando se sienten contenidos, los chicos hablan y comparten lo que están atravesando. “En la entrevista uno a uno se abren, te dicen todo. Si uno ajusta el ojo, ellos cuentan que están tristes, que no saben qué hacer, su desgano, sus problemas vinculares, la violencia.. Los chicos que se quieren morir empiezan con comentarios como ‘quiero desaparecer’, o tienen conductas de riesgo como agarrar el auto borrachos e irse a la Panamericana. Si se sienten pensados, registrados, y no solo mirados, hablan”, indica Buconic.
Claudia Esther Cáseres es presidenta de la Asociación de Profesionales del Quehacer Psicopedagógico (APQP) y trabaja en el gabinete de psicopedagogía de un colegio privado en San Fernando. Su experiencia marca que, a veces, con una conversación de 15 minutos los adolescentes ya se expresan porque se sienten cuidados. “Si saben que tienen un seguimiento, ellos mismos te buscan para charlar. Se nota que necesitan ese espacio y que a su vez ponen lo mejor para estar bien. Los papás son los que muchas veces tienen más resistencia, aunque después se acercan a agradecer”, asevera.
Según Galli, a pesar del padecimiento, algo interesante es que entre los adolescentes se está hablando con mayor naturalidad sobre salud mental. “Tenemos muchos problemas y situaciones complejas, pero es un avance que los chicos permanentemente pongan en palabras el tema”, asegura.
Hace algunos meses, en un colegio privado de San Isidro, una alumna detectó que una de sus compañeras se autolesionaba en el baño. No bajaba al recreo ni compartía momentos con sus pares y estaba siempre en el baño. Ante la sospecha, avisó a los adultos. A partir de ahí intervino el EOE, que contactó a la familia y a un profesional externo para acompañar a la adolescente.
El caso ilustra otro punto en el que los especialistas están de acuerdo: el rol de los compañeros es fundamental porque muchas veces son los que observan, escuchan y registran señales de alerta entre ellos y, como son una generación que vive con más naturalidad la salud mental, piden ayuda a los adultos.
“A veces viene un compañero preocupado por otro y esto es fascinante. Los chicos también aprenden a mirarse y a acompañarse entre ellos. Las intervenciones no son solo de uno a uno”, concluye Buconic.
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