Adiós a Carl Sagan, buscador de otros mundos
Cosmos: el creador del libro y de la serie televisiva, uno de los divulgadores científicos más notorios de fines de siglo, murió de neumonía, a los 62 años.
WASHINGTON.- Carl Sagan estaba convencido de que existe vida en otros mundos. Razón más que suficiente para que haya develado ayer sus propios enigmas en ese Cosmos que supo darle título a una de las series televisivas más vistas de este mundo.
Murió por la mañana. A los 62 años. En Seattle, Washington, cerca del Pacífico y de Canadá. Desde hacía un par de años, el Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson, de esa ciudad, era su guía para paliar los dolores que le provocaba el mal en los huesos. Padecía cáncer óseo. Había recibido un trasplante de médula en el mes de abril de 1995.
No hubo estación de radio ni canal de televisión norteamericanos que no difundieran desde primera hora la noticia, rara mezcla de pesar y de misterio por tratarse de uno de los divulgadores científicos más prestigiosos de este vertiginoso fin de siglo.
Sagan supo vencer el vedettismo de las cámaras, explicando con tono ameno los más intrincados secretos del universo. Era de esos que sabían con certeza, vaya a saber por qué, que había vida fuera de este planeta. Merced a los recientes indicios de algo parecido en Marte y en la Luna, Sagan apenas confirmó sus presunciones.
En 1978, por su obra "Los dragones del Edén: especulaciones sobre el origen de la inteligencia humana", ganó el premio Pulitzer. Ya circulaban otros tantos libros de su autoría cuyo propósito era traducir la información científica en lenguaje cotidiano. Como Isaac Asimov y como Edgar Rice Burroughs, sus modelos desde el campo de la la ciencia ficción.
Viaje a las estrellas
Sagan había nacido el 9 de noviembre de 1934 en Nueva York. Descendía de rusos. En la Universidad de Chicago alcanzó los doctorados en astronomía, primero, y en física, después.
Y, sabiéndose diminuto en su propio océano de dudas, enfocó su telescopio hacia los dominios de Star Trek (Viaje a las estrellas) mientras dictaba cátedra sucesivamente en Harvard, Massachusetts; en Berkeley, California, y en Cornell, Nueva York.
Tenía cinco hijos y un nieto. Estaba casado con Ann Druyan. Con ella compartía su profesión de astrónomo, combinada, en su caso, con los relatos fantásticos.
Desde los tempranos años sesenta, Sagan colaboraba en la NASA con los pioneros de la conquista del espacio. A él se debe, por ejemplo, la placa que llevan las naves Surveyor, de modo de dar cuenta a los habitantes de otros mundos de la existencia de nosotros mismos.
Era inquieto, meticuloso, fanático de una causa cuyo resultado iba más allá de la dimensión conocida. Y, tal vez por eso, dedujo a los veintipico una teoría que luego sería corroborada por astronautas soviéticos: el excesivo calor de Venus.
Hablaba con frecuencia de la exobiología, prolongación de la biología con la cual procuraba estudiar toda forma de vida extraterrestre. Afirmada, desde ya, su existencia.
Perdido en el espacio
En 1995, después de trabajar codo a codo con el científico Stanley Demott, llegó a una conclusión fascinante: continentes y lagos campean en la superficie de Titán, el satélite más grande de Saturno, lo que supone toda una revelación frente a hipótesis que sólo mencionaban líquidos como todo elemento.
Ya había escrito "Vida inteligente en el espacio", editado este año; "Sombras de antepasados olvidados", en el cual rastrea la evolución del hombre y compara su comportamiento con el de otras especies; "El frío y las tinieblas"; "Cometa"; "El cerebro de Broca", y "La conexión cósmica", entre sus 30 títulos.
Su novela "Contacto" fue un best seller antes de que poblara las librerías. Lo mismo sucedió con "Cosmos", obra fundamental para todo el que quiera introducirse en el fascinante dominio de la ciencia, que ocupó durante 15 semanas consecutivas el primer lugar de la lista de The New York Times.
De la serie homónima, ganadora de tres premios Emmy, surgieron parodias referidas a los billones y billones de estrellas de los que solía hablar Sagan.
Desde chico lo único que quería hacer era dedicarse a la ciencia, investigar la naturaleza y descubrir cómo funcionan las cosas -dijo alguna vez-. Eso es lo divertido. "Si estás enamorado de lo que haces, tú mismo querrás contárselo a todo el mundo". Tanta pasión lo llevó inclusive a actuar en política. Aunque, en su caso, tuviera objetivos demasiado precisos como para pretender un cargo electivo: que aumentara el presupuesto federal para las misiones espaciales y para preservar el medio ambiente.
Ahora, el Cosmos le pertenece.