Acusaron a su hijo de robar cuatro empanadas: ella, visitándolo en la cárcel, se enamoró de otro preso
El hijo mayor de Andrea Casamento fue enviado al Complejo Penitenciario de Ezeiza; en el penal, conoció a su actual marido con quien tuvo un hijo; hoy es una referente para quienes tienen familiares privados de su libertad
Andrea Casamento, de 53 años, fue a la cárcel por primera vez en 2004. Su hijo Juan estaba saliendo de un bar con una amiga cuando lo detuvieron por robar cuatro empanadas con un cuchillo tramontina, en un restaurante de Plaza Serrano. Fue acusado de un delito complejo: “robo en poblado y en banda con tenencia de arma y utilización de un menor” y fue absuelto tras cumplir seis meses de prisión preventiva.
“No está escrito en ningún lado cómo es tener un hijo preso”, dice Andrea. Luego, cierra los ojos y recuerda el momento en que se enteró de que su hijo mayor había sido trasladado al Complejo Penitenciario de Ezeiza (CPF), en la provincia de Buenos Aires. “A veces la vida da giros inesperados”, agrega.
En un bar en la esquina de Dorrego y Corrientes ella rememora, 13 años después, lo que fue el comienzo de una historia de amor. Su hijo Juan, que tan solo tenía 18 años, la llamaba todos los días; pero un día no llamó. Desesperada, Andrea contactó a un conocido cuyo hermano estaba preso en el mismo penal y le rogó que lo ayudara “desde adentro”. Fue entonces cuando Andrea conoció a Alejo, un preso condenado a 16 años de prisión por haber robado y reincidido.
Por una pelea, Juan había quedado recluido en una celda de castigo -a la que la jerga carcelaria llama “buzón”-. Según cuenta Andrea, fue en ese momento cuando Alejo se acercó a su hijo. A partir de entonces, el hombre comenzó a llamar a Andrea todos los días para aconsejarla y acompañarla durante el tiempo en que Juan permaneció en el penal. “El primer libro que me recomendó fue Rebelión en la granja, de George Orwell”, recuerda ella.
Antes de 2004, ella era catequista. Un amigo cura una vez le dijo: “La vida a veces solo necesita una grieta para estallar”. Hoy Andrea piensa que en la cárcel pasa igual. “Si vos dejás entrar una hendija de luz, ya está, se ilumina todo. Empezás a encontrar vida, encontrás amores, enojos, amigos. Pero, si no, la cárcel te aplasta”, reflexiona sobre su historia.
Un día, Alejo, después de las extensas charlas telefónicas, le pidió que se acercara al penal. La estaba esperando con su hijo para sorprenderla.“No sé como explicarte: cuando lo ví, no ví la cárcel, lo ví a él. Capaz suena muy loco pero me olvidé que estaba en la sala de visita. Me gustaban los temas que conversábamos y la posibilidad de hablar con alguien que me entendiese”. Después de que Juan fue absuelto en la causa, Andrea continuó visitando a Alejo y manteniendo el vínculo con él. Finalmente, en 2005 decidieron casarse en la parroquia ubicada en uno de los módulos del penal de Ezeiza; y hoy tienen un hijo, Joaquín. “Es pura vida”, dice.
“La cárcel no pudo con mi hijo más grande y no pudo con mi hijo más chico. Quienes hemos logrado preservar la vida a pesar de eso, y lo cuidamos, logramos vencer ese muro”, opina Andrea.
Una asociación civil para familiares de detenidos
En el mismo bar donde un martes hace nueve años atrás comenzó a pensar junto con tres mujeres lo que hoy es la Asociación Civil para Familiares de Detenidos en Cárceles Federales (Acifad) Andrea comenta que los familiares de presos son un “colectivo feminizado”. Las filas de visita en las cárceles de mujeres y de varones son de mujeres. Desde la organización Acifad, profesionales de distintas ramas acompañan a aquellas personas que tienen un familiar privado de su libertad. “Les damos orientación y los acompañamos. Es un lugar donde ellos se sienten cómodos contando lo que les pasa y en donde pueden evacuar dudas, desde cómo vestirse hasta qué le tienen que decir a sus otros hijos a quienes les va mal en el colegio”, cuenta Andrea.
“La lista de requisitos para entrar a un penal no está escrita en ningún lado. Uno se la entera ahí mismo, haciendo la fila de la cárcel o delante del oficial cuando ya está muy cerca de reencontrarse con un ser querido. Parece que dentro de la crema pastelera de una factura vos podes meter una navaja o no te dejan usar ropa ni negra, ni azul, ni gris, ni camuflada por una cuestión de seguridad. Y si vestís un pantalón negro tenes que volverte a tu casa, a pesar de las largas horas de espera en el penal, porque hay un protocolo que hay que cumplir”, relata a modo de ejemplo.
Cuando se refiere a las mujeres con quien integra la asociación, Andrea habla de una actitud militante: “Que no se vea debilidad, nosotras somos fortaleza, somos pura fortaleza”. Hace unas semanas dio una charla “TED x Río de la Plata” ante unas 10.000 personas que se titulaba “Salir de la cárcel”. Con respecto al motivo de esa afirmación, ella dice: “Yo me burlé de la cárcel, yo junto con otras. No hemos dejado que nos atrape y podemos entrar y salir que es lo que la cárcel nunca te deja, siempre quiere unos de un lado y otros del otro”. Y concluye: “No me voy a quedar afuera porque no me quiero quedar afuera, quiero ver que pasa ahí adentro pero también quiero poder salir y desde afuera ayudar a que otros puedan salir”.
Hoy el grupo de mujeres que conforman la asociación le siguen exigiendo al Estado que se haga cargo de un espacio de orientación para los familiares de detenidos en cárceles federales.
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