La noticia, escueta, dijo que la policía había rescatado la semana pasada 18 perros desnutridos en una casa del barrio de Boedo. La historia, sin embargo, encierra algo más que maltrato animal y se remonta, por lo menos, a 2011. Desde ese año, decenas de vecinos de la calle Inclán al 3300 viven un verdadero suplicio que incluye olores nauseabundos, materia fecal arrojada a la vía pública, gusanos, perros muertos, invasión de ratas y cucarachas, ladridos constantes, un principio de incendio, riesgo de derrumbe, amenazas y actos de violencia. Todo como consecuencia de una pareja de contadores que padece trastornos psiquiátricos y se convirtió en acumuladora de basura y de mascotas a las que después descuida.
En 2007, Walter y Claudia, que tienen un lubricentro en Pavón y Sánchez de Loria, se mudaron de Flores a Boedo junto a sus hijas, por entonces menores de edad, para estar más cerca del lugar de trabajo y porque les gustaba el barrio. Se instalaron junto a otras familias en la calle Inclán en un lindo edificio de dos plantas con nueve departamentos tipo PH a estrenar. En muy poco tiempo, el sueño de la casa flamante se convirtió en una pesadilla por la fetidez, el ruido a cualquiera hora del día y de la noche y las ratas que venían de la vivienda de al lado.
Los roedores, de gran tamaño, anidaron dentro del cielo raso de yeso del pasillo común y también pasaron, a través de un agujero en la pared medianera, al gabinete de los medidores de luz.
Un buen día saltaron las térmicas y del gabinete salió humo. El principio de incendio no pasó a mayores y las únicas víctimas fueron las ratas que murieron electrocutadas por comerse los cables.
Los vecinos estaban tan desesperados que, al no encontrar respuesta de las autoridades, cortaron el tránsito y llamaron a medios de comunicación. En un solo fin de semana, Walter mató 25 ratas. Su técnica era tan sencilla como arrojada. Abría el gabinete de los medidores y, cuando caían y salían corriendo, las pateaba por el pasillo. Otro vecino afinaba su puntería con una pistola de aire comprimido.
Finalmente, en 2011, la policía y funcionarios municipales allanaron con orden judicial la vivienda de al lado y se encontraron con un panorama dantesco, al punto que tuvieron que usar máscaras y barbijos. Bolsas de cosas hasta el techo, basura en cantidades industriales, ropa sucia, comida podrida, orines, caca de todo tipo, color, tamaño y consistencia, animales muertos dentro de un lavarropas descompuesto lleno de agua, mugre, suciedad e inmundicia por todos lados. El número de ratas era tan grande que tuvieron que llamar a Control de Plagas, una dependencia del gobierno de la ciudad que, paradójicamente, entonces quedaba a dos cuadras, en Garay al 3200.
Un nido de ratas
En diálogo con LA NACIÓN, Enrique, el diariero del barrio, declaró que todavía recuerda los comentarios de los empleados de Plagas: "Había una habitación, dijeron, a la que no podían ingresar, la puerta estaba trabada. Desde afuera, por los ruidos, parecía que había un criadero de pájaros. Cuando por fin entraron, comprobaron que no habían escuchado el canto de los canarios, sino los chillidos de las ratas. Nunca habían visto algo así".
Agregó Enrique que, entre venenos, trampas y otras acciones un poco más drásticas, los especialistas mataron arriba de cien ratas. Algunas escaparon, se reprodujeron y causaron una infestación de roedores en calles aledañas, por ejemplo en el pasaje Cabot.
Por último, el canillita contó que la pareja llevaba una vida aparentemente normal hasta hace una década. Él era cliente con cuenta corriente en la parada de diarios. La casa de Inclán entraba en el reparto. Recibía Clarín todos los días y los fines de semana sumaba LA NACIÓN. Además, se suscribía a colecciones de libros. De buenas a primeras, el hombre –que tenía una conversación amable y lucía prolijo– empezó a verse con un aspecto descuidado en el aseo personal y en el vestir. Dejó un tendal de deudas en el kiosco y Enrique lo consideró un deudor incobrable cuando supo del allanamiento.
En aquel operativo de 2011, a los acumuladores prácticamente les vaciaron la casa. La basura, que incluía electrodomésticos inútiles, fue cargada en contenedores gigantes. También se llevaron decenas de perros.
Sin embargo, la pareja estuvo internada en los hospitales Borda y Moyano muy poco tiempo (al parecer, por intervención de la medicina prepaga que tenía en aquel momento). Con el correr de los meses, volvió a reunir cantidad de cosas inservibles y a poblar la vivienda de animales. Los altercados con los vecinos se volvieron moneda corriente y más de una vez tuvo que acudir la policía frente a reyertas que incluían gritos, amenazas y amagues de violencia.
A la mujer la acusan, por ejemplo, de tirar bolsas con excrementos en el frente de la casa para que no estacionen los autos y de dañar la moto del hijo de una de las denunciantes.
Gusanos en la heladera
La semana pasada, frente a la reiteración de presentaciones judiciales de los vecinos, la casa volvió a ser allanada por maltrato animal y por arrojar residuos peligrosos en la vía pública. La policía rescató 18 perros y los entregó a una ONG proteccionista. Además, el gobierno de la ciudad retiró bolsones enormes de basura (básicamente, ropa sucia y andrajosa), una heladera llena de gusanos y otro refrigerador con materia fecal humana, según informaron a LA NACIÓN Walter y Claudia, la pareja del lubricentro.
Agregaron que sigue habiendo ratas y cucarachas y que llevan gastada una fortuna en venenos para mantener a raya las plagas. Además, advirtieron sobre el peligro de incendio, ya que la instalación eléctrica de la casa de los acumuladores está desquiciada, con cables sueltos y conexiones precarias por todos lados. A esto, concluyeron, debe sumarse el riesgo de derrumbe. Hace décadas que la vivienda no tiene mantenimiento y, en una de las últimas tormentas, llamaron al 103, Emergencias del gobierno de la ciudad. La Guardia de Auxilio acudió y tiró abajo mampostería del frente que estaba a punto de caer.
Quiénes son los acumuladores
El síndrome de Diógenes es un trastorno que se caracteriza por el abandono personal, el aislamiento y la acumulación en el hogar de grandes cantidades de desperdicios. En los últimos años se volvió algo visible. Hubo casos en distintos barrios y hasta hay un programa de televisión producido en Estados Unidos sobre esta problemática. Aquí se ve por cable.
Los acumuladores de la calle Inclán se llaman Gabriel P. y Susana E. (se preserva su identidad porque en definitiva son personas enfermas). Los dos son contadores públicos y se casaron en 1992. No tienen hijos. Él, de 64 años, hace mucho que no sale de la casa ni desarrolla actividad profesional. En el allanamiento de la semana pasada se lo vio muy flaco, desmejorado y sucio. Ella, de 58, conserva ciertos rasgos de normalidad. Se viste para salir y supuestamente hace trámites o trabajos, aunque después es capaz de agredir verbalmente o de salir a la vereda semidesnuda, con una bombacha y un camisón harapientos que dejan ver todo, según los vecinos.
Alimentan a las ratas
Patricia, otra de las propietarias del edificio en PH de Inclán, dijo que la pareja problemática "les da de comer semillas de girasol a las ratas, por eso las tenían domesticadas cuando los allanaron por primera vez; en aquella oportunidad, sacaron muebles para tirar a los contenedores y de los muebles salían ratas".
Margarita, la hermana de Gabriel P., contó que en 2012 promovió un juicio civil para declararlo insano, ya que la situación le impide a ella gozar de bienes de herencia. Insólitamente, dijo, los magistrados, a instancias de una pericia psiquiátrica favorable al acumulador, desestimaron su pretensión.
La hermana añadió que Susana E. encierra a Gabriel P. y le pega. Muestra como evidencia un candado de moto con forma de U que asegura la reja de entrada; la llave la tendría únicamente la mujer. Claudia y Patricia, dos de cinco vecinos denunciantes, confirmaron: "Se escuchan golpes y él grita de dolor".
Margarita sostuvo además: "Mi hermano no come o come galletitas de agua y ella se va a cenar a un restorán de Boedo; ella es compradora compulsiva, la que trajo la manía fue ella".
Tras sufrir casi una década de verdadero calvario, Patricia, Claudia y Walter concluyeron: "Es insólito que los únicos avances logrados sean por maltrato animal. Está bien que rescaten a los perros desnutridos y es un horror todos los perros que ellos dejaron morir e incluso incineraron. Pero necesitamos que las autoridades nos rescaten también a nosotros. A los humanos. Esta pareja no puede vivir más en sociedad. Los tienen que internar. Nos sentimos indefensos y privados de justicia".
Mientras duró la charla con los vecinos, el olor en la vereda era constante y nauseabundo.
Las autoridades que intervienen en este caso son el titular de la Unidad Fiscal Especializada en Materia Ambiental (UFEMA), Matías Michienzi, la jueza penal y contravencional número 4 de la ciudad, Graciela Dalmas, y la fiscal Carolina Vidal.
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