"¿La cuarentena?". La vendedora repite la pregunta con una mueca burlona, como si se le hubiera consultado la obviedad más grande del mundo. Luego de unos segundos, responde tajante: "Acá ya no existe más". Y basta asomarse a la puerta del local de indumentaria donde trabaja para confirmar que no exagera.
El sol pega fuerte en la peatonal Ignacio Arieta al 3200, en pleno centro comercial de San Justo, partido de La Matanza. Es jueves y todos los comercios de la cuadra –indumentaria, jugueterías, electrodomésticos, comida al paso– tienen sus puertas abiertas. El movimiento es habitual para un día de semana al mediodía: los transeúntes miran vidrieras, consultan precios, o disfrutan de un almuerzo en los bancos de la peatonal. Si no fuera porque la mayoría lleva tapabocas, la escena podría haber ocurrido hace un año, cuando nadie había escuchado aún hablar del Covid-19.
La situación se repite a lo ancho y largo del conurbano bonaerense, oficialmente en fase 3 de la cuarentena. Más allá de la normativa, en zonas tan distantes como Tigre, Martínez, Lanús, Quilmes o Morón, los vecinos reconocen que ya retomaron buena parte de su vida de siempre, y salen a pasear, a tomar algo, hacen deporte e incluso se desplazan a otros distritos para visitar amigos y familiares.
Las restricciones que impone el aislamiento aparecen en ciertos detalles. En las escuelas, las iglesias y los clubes que todavía permanecen cerrados. O en las cifras de los comerciantes, que siguen en rojo a pesar del regreso de los clientes. "Está flojo de ventas, pero en cantidad de gente es lo habitual", indica Tamara Duplaá, que atiende una marroquinería en el centro de Quilmes. "La gente da muchas vueltas para comprar y no puede entrar para ver", aporta Matías López, empleado de una juguetería de la zona.
El recuerdo de las calles desiertas quedó muy lejos. El tránsito en las principales autopistas lo demuestra: entre el 14 y el 20 pasado en el Acceso Norte y en el Acceso Oeste circularon un promedio de 288.680 y 278.734 vehículos diarios, respectivamente, según datos de sus gerenciadoras. Representan un 81% y un 76% de los números registrados la primera semana de marzo, antes del aislamiento. Cifras que se aproximan mucho a la normalidad.
Ayer, el gobierno de Axel Kicillof cambió la metodología de registro de las muertes y sumó, en 24 horas, más de 3500 decesos. Una decisión que fue criticada por la oposición y por especialistas. Sin embargo, la nueva cifra no fue incluida en el parte del Ministerio de Salud de la Nación, que informó que en la provincia, ayer, se notificaron 5600 nuevos infectados y un total, desde el comienzo de la pandemia, de 394.432 casos.
Los municipios de las zonas que recorrió LA NACIÓN coinciden en que hay fiscalizaciones en el calles, en comercios, y en el tránsito.
Más confianza
"Estamos más confiados con el tema del virus, hay más libertad, se siente más oxígeno", opina Miguel Candia, profesor y pastor pentecostal de 55 años, mientras sonríe a sus nietas Morena (8) y Melody (6) que corretean en el sector de juegos de la plaza San Martín de San Justo. El lugar está lleno de los gritos y risas de otros veinte chicos que también juegan allí. "Es como un día normal", dice Candia. En su familia, ya empezaron a hacer reuniones los domingos o para festejar cumpleaños: "No tenemos miedo, pero tratamos de cuidarnos".
En esa misma plaza, Milagros Salomón y Gabriela Barreta, dos amigas de 19 años, se juntaron a ponerse al día. "La gente ya está cansada del encierro, aprendimos a convivir con el virus", afirma Salomón. Cada fin de semana, cuenta, hay fiestas en casas y departamentos con mucha concurrencia de jóvenes: "Las publican directamente en las redes sociales como ‘fiestas clandestinas’. Yo no voy, pero sí me junto con amigas en casa o al aire libre. A mis abuelos no los veo".
Aunque los locales de indumentaria, calzado y las jugueterías no están habilitados para recibir compradores en el salón, la regla se cumple a criterio de cada comerciante. En la peatonal de San Justo, muchos atienden en la puerta, pero otros dejan entrar a la clientela y, a veces, se producen amontonamientos en espacios demasiado pequeños. Consultadas por LA NACION, fuentes de la Municipalidad de La Matanza indicaron que "están fiscalizando con inspectores en los locales abiertos, y con policías y guardia urbana en el transporte público para que viajen solo esenciales".
Algo parecido ocurre con la distancia social en las filas afuera de los bancos y en las paradas de colectivos: mayormente se respeta, pero algunos ya olvidaron aquella recomendación sanitaria. La sensación general es de tolerancia y acostumbramiento.
"Hasta ahora no tuve problemas con la municipalidad", cuenta una mujer que vende ropa en la calle en el centro de Morón. La informalidad es otro de los termómetros que registra el regreso a la normalidad. Recicladores con sus carros, manteros y artistas callejeros volvieron a las calles hace rato, impulsados por las dificultades económicas. En los bordes de la plaza San Martín se ofrece ropa, calzado, bijouterie, plantas, sahumerios y otras artesanías a precios de remate. El producto más vendido, sin dudas, es el tapabocas, en múltiples colores y formatos.
Disfrutar del aire libre
Muchos vecinos celebran el regreso de las mesas en el exterior de bares y restaurantes. En Morón se habilitaron esta semana. "Este es un momento de reposo, lo amo. Al aire libre y respetando la distancia, no hay problema", dice, con alegría, Beatriz Lobo, sentada en una mesa en la vereda de una confitería céntrica. Vive en Acassuso, en zona Norte, pero decidió acompañar a su marido al oeste, donde él tiene su estudio jurídico. "Veo más gente sin protección que la última vez que vine", afirma.
Desde el municipio reconocen que "la sociedad está con intenciones de salir" pero plantean que la mayor actividad y circulación están vinculadas "con las aperturas en el resto del AMBA y la Ciudad de Buenos Aires". En Morón, explican, "hay presencia en la calle de seguridad urbana y una red de voluntarios para intervenir donde haya conglomeración de gente para aportar sensibilización y concientización". En este sentido, "bares y restaurantes están con una prueba piloto y se hacen recorridas y publicidad para promover el uso de barbijos y el distanciamiento social".
También los espacios verdes recuperan su fisonomía prepandemia. La primavera ayuda. El río es otra vez el punto de encuentro preferido por los jóvenes, reaparecieron los deportes náuticos, los barcos, kayaks y tablas de kite y windsurf. "Desde que empezó el calor y la cuarentena comenzó a cansar a la gente, el río se empezó a llenar. Viene mucha gente, con chicos. Nosotros tratamos de recordar el uso de barbijos y la distancia", resume Francisco Pereyra, uno de los guardavidas de la ribera quilmeña.
En zona norte el panorama se repite. "Casi todos vienen acá", explica Ludmila Olivera, una joven de 20 años, que junto a su amiga Inesita Bosch, se acercó a la costanera de Martínez para almorzar y pasar la tarde. Bosch aporta: "Ya no estoy todo el tiempo en cuarentena. Me junto con amigas, salgo a andar en bici. Lo único que sí sigo haciendo en casa es la facultad".
Hay, igualmente, quienes todavía esquivan las multitudes. Como Daniela Castaño, una docente de 33 años que espera, en la vereda, el pedido que encargó en un restaurante de comida rápida de San Isidro. "Hay más gente de la que había antes de la cuarentena. Voy a comer en el auto. Prefiero. Acá me da miedo", explica.
Ella no suele salir mucho de su casa en San Fernando, pero hoy acompañó a un amigo a un estudio médico. Cuando mira alrededor, se siente un poco sola: "Soy de las pocas que cumplen con la cuarentena. Mis amigos y vecinos hacen lo que quieren. Todos los viernes y sábados se escuchan reuniones y asados multitudinarios".
Informes de María Nöllmann y Javier Fuego Simondet
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