Joaquina, de 4 años, y Santos, de 3, corrían, jugaban y se embarraban como nunca. Una semana después de haber llegado a Capitán Sarmiento, provincia de Buenos Aires, la más grande ya había aprendido a andar en bicicleta y recorría las veredas de la zona con sus nuevas amigas, vecinas de la cuadra. Su padre, Martín Eugas, de 38 años, la observaba con admiración. "De repente, era una chica libre, igual que lo era yo a su edad".
Los hijos de Eugas vivieron desde que nacieron en un departamento en Palermo, pero hace cinco meses, desde que empezó la cuarentena, la familia se mudó a Capitán Sarmiento, la ciudad de origen de Eugas, en donde vive su familia paterna. Al principio, la decisión era temporal, mientras durase la cuarentena social y obligatoria por Covid-19, pero con el tiempo Eugas y Dolores, su mujer, comenzaron a replantearse su futuro.
"Allá, si salíamos a dar una vuelta y los chicos se separaban a más de 10 metros de nosotros, ya estábamos a los gritos —recuerda—. Desde que nació Joaquina, todos los años me repetía a mí mismo «este es nuestro último año en la ciudad», pero nunca lo cumplíamos. La cuarentena hizo florecer ese sueño, concretarlo y darnos la posibilidad de probar otra vida". Según confirma, hay otras tres familias jóvenes que tomaron esta misma decisión: volver a Capitán Sarmiento de manera definitiva.
Hoy, sus hijos ya están inscriptos para el año que viene en un colegio de la zona. Él renunció a su trabajo y compró una pyme; su mujer, que es fonoaudióloga, planea conseguir nuevos pacientes. "La idea es vivir con otros tiempos, poder tener la puerta de la casa abierta, como está en este momento, y volver a almorzar con nuestros hijos cada mediodía", planea.
La historia de Eugas y su familia se repite, con diferentes matices, en otros pueblos y ciudades de la Argentina. Durante la cuarentena, muchos residentes de la Ciudad de Buenos Aires (CABA) con raíces en otras partes del país decidieron volver a sus lugares de origen. A pesar de que la gran mayoría planea regresar a la Ciudad cuando su trabajo o sus estudios vuelvan a ejercerse de manera presencial, para algunos de ellos, los últimos cinco meses fueron un momento de inflexión en sus vidas, una pausa que los llevó a replantear su estilo de vida en la Ciudad y a decidir mudarse de manera definitiva a su pueblo o ciudad de origen.
"A veces, uno tiene la falsa idea de que todo sucede en la Capital y que si no estás ahí, estás desconectado", dice Milagros, de 31 años, que prefirió preservar su apellido porque todavía no le comunicó a su jefe la decisión de mudarse. Oriunda de Tres Arroyos, cree que la cuarentena le concedió dos oportunidades únicas: la primera fue darle la certeza de que puede trabajar a distancia, y la segunda, probar una vida junto a su novio en el pueblo de su infancia y adolescencia.
La cuarentena los hizo acelerar la decisión de mudarse de la Ciudad, algo que la pareja iba hacer tarde o temprano. Pero Tres Arroyos nunca había estado en la lista de posibilidades. "Si no fuera por estos cinco meses de prueba, creo que nunca hubiéramos decidido instalarnos acá", dice Milagros, que acaba de comprar un terreno a las afueras de la ciudad.
La pareja tenía fecha de casamiento en marzo, en Tres Arroyos, pero tuvo que suspenderla por la pandemia. Unos días antes de que empezara la cuarentena, viajaron a la ciudad en donde se iba a celebrar el matrimonio para terminar de arreglar unas cuestiones de la suspensión, y nunca más volvieron a Capital. Al principio, se quedaron en la casa de los padres de Milgaros y, después de unos meses, se alquilaron un departamento.
"Un día estábamos manejando y vimos un loteo de terrenos. Nos acercamos a preguntar y empezamos a soñar con la idea de comprar. Sé lo linda que es la vida acá, y la quiero para mis futuros hijos. Creo que vamos a poder mantener nuestros trabajos de Buenos Aires, pero, en caso de que no, planeamos buscar trabajo acá", dice Milagros, que es ingeniera agrónoma.
"Acá el día te alcanza para todo", agrega María Inés Laura, de 28 años, quien también volvió a Tres Arroyos. La joven, recientemente recibida de odontóloga, viajó a su ciudad de origen junto a su novio, ingeniero industrial, para hacer la cuarentena. Pero, una vez ahí, decidieron que no volverán a la capital porteña cuando finalice el confinamiento. Laura dejó el consultorio odontológico en el que trabajaba y su novio consiguió trabajo en un frigorífico en Azul. "Para mi, Buenos Aires es una Argentina y el resto del país es otra —afirma Laura—. Queremos seguir viviendo en el interior, sea en Tres Arroyos o en Azul".
Otro estilo de vida
Para Belén, nacida en San Martín de los Andes, Neuquén, la calidad de vida que tiene ahora, en su pueblo de origen, no se compara con la que tuvo los últimos nueve años en CABA. "Salgo a caminar, a correr, a escalar. También, empecé a hacer ski de travesía, que nunca había hecho. Acá el aire es más limpio", dice la joven de 26 años, quien prefirió preservar su apellido.
Al igual que una importante parte de la juventud de San Martín de los Andes, Belén se mudó a Buenos Aires para hacer su carrera universitaria. Ella estudió arquitectura y se recibió hace dos años. Cuando se decretó la cuarentena, estaba de visita en el pueblo patagónico, y aún sigue ahí. Aunque todavía no lo tiene completamente decidido, su idea es quedarse a vivir en el pueblo de manera definitiva.
"Toda la vida supe que en algún momento quería volver. Me encanta estar cerca de mi familia, los deportes y el estilo de vida de San Martín", cuenta. Sus padres, dos de sus tres hermanas y su única sobrina viven ahí. Belén ya consiguió trabajo y está alquilando un monoambiente.
En estos cinco meses, se dio cuenta de que ya no tenía nada que la incentivara a quedarse en la capital porteña: ni facultad, ni trabajo, porque había renunciado antes de ir a San Martín. "Sí extraño a las amigas que me quedaron allá, las noches de Buenos Aires y el clima. Pero acá estoy muy bien. Muchos de mis amigos vinieron a pasar la cuarentena acá y tengo a mi familia", destaca.
En este momento, San Martín de los Andes está colmado de jóvenes, algo que, generalmente, solo sucede durante la temporada turística de verano. La cuarentena cambió los planes de muchas de las personas de la generación Belén, y, a pesar de que gran parte de ellos volverán a Buenos Aires una vez que se reanuden las clases universitarias y los trabajos presenciales, por ahora, su presencia convirtió al pueblo en un lugar repleto de vida social y de programas.
Desde la casa de sus padres en Chovet, un pueblo de 2500 habitantes en Santa Fé, Ignacio Bozikovich, de 30 años, describe en una palabra el fundamento de su vuelta: "Fue por arraigo", dice, luego de un breve silencio. Bozikovich se mudó a Buenos Aires en 2018 para dedicarse a la gastronomía. Chovet le parecía muy chico, había poco trabajo para su profesión y quería conocer la vida nocturna de Buenos Aires. En poco tiempo consiguió un puesto en un bar de renombre y fue ascendido a gerente de una de las sucursales. Pero, tras el cierre provisorio del local, el joven decidió volver a su pueblo hasta que pudiera volver a trabajar. Al llegar, volvió a encontrarse con la vida que había dejado atrás, y sus planes cambiaron.
"Me había acostumbrado muy bien a la vorágine de Buenos Aires. Me encantó vivir allá, pero me di cuenta que tengo un gran arraigo al sur de Santa Fe. Acá, en Chovet, somos todos una gran familia distribuida en 30 manzanas", opina.
Sus hermanos, Mateo, que vivía en San Juan, y Wenceslao, que residía en Buenos Aires, también volvieron a Chovet para hacer la cuarentena y ahora tienen la idea de quedarse. Los tres jóvenes decidieron abrir un emprendimiento de distribución de comida en su pueblo, y según dicen, les está yendo "muy bien".
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