¿Abuela, por qué no te gusta el Mundial? Historias de los que en noviembre vivirán a contramano del mundo
Según una encuesta, casi el 20% dice que le interesa poco o nada lo que vaya a ocurrir en los estadios de Qatar; hay quienes prefieren recorrer la ciudad o hacer compras cuando todos están delante de la TV viendo jugar al seleccionado argentino
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No son de dejarse llevar por la corriente. Sin embargo, este mes que empieza saben que tendrán que nadar contra la corriente. Estarán, más que nunca a contramano del mundo. Porque mientras miles de argentinos organizan asados y juntadas para estar al borde del televisor alentando a la selección argentina en cada partido del Mundial, ellos, ni fu ni fa. Algunos, hasta tienen planeado aprovechar esas horas desiertas que cada cuatro años les regala un Mundial para sentirse dueños de la ciudad. Ir al supermercado sin gente, o viajar hasta el centro en auto y llegar en 15 minutos, visitar algún museo o simplemente salir a caminar por ahí. Saben que no van a poder evitarlo. Cuando la alegría estalle, ellos se van a enterar. Por alguna notificación del celular, o por el estallido de júbilo que se escapa por las ventanas de los vecinos. Pero, mientras tanto, ellos disfrutaran de sus propios planes.
Son los antimundiales, las personas a las que la fiebre del Mundial que se vive por estas horas no los interpela en lo más mínimo. Más bien todo lo contrario. A veces, es un sentimiento que no pueden compartir demasiado, a riesgo de ser mal interpretados, juzgados y crucificados por conocidos y desconocidos. Sin embargo, no son pocos. Según una reciente encuesta que realizó la Universidad Abierta Interamericana (UAI) sobre qué le genera los argentinos la llegada del Mundial surge el dato de que a uno de cada cinco argentinos no le interesa esa competencia futbolística. Cuando les preguntaron cuánto les importaba, dijeron que poco o nada. Además, un 6,3% dijo que no mirará ningún partido, ni siquiera los de la Argentina. “En el Mundial pasado, en Rusia, se realizó la misma pregunta y allí encontraron que el 24% dijo que poco o nada. Es llamativo que se mantenga en valores similares el desinterés, dada la buena performance que viene teniendo la selección. Quiere decir que no tiene que ver con los resultados”, explica Daniel Vazquez, vocero de la UAI.
Más allá del dato, las explicaciones son muchas. Están los que no se identifican con la pasión futbolera y la viven como un exceso, hasta los que lo ven como una conspiración o manipulación de masas. También están los más pequeños, los miembros de la generación Z, nacidos después del año 2000 que, aunque son apasionados por el fútbol, prefieren jugar al Fifa en la PlayStation, o mirar un resumen, antes que “un eterno partido” de mínimo 90 minutos.
En la casa de los abogados Miguel Bosco y María Alicia Marotta, en Haedo, todo el año flamea una bandera argentina. Sin embargo, por estos días, Miguel tiene pensado descolgarla, el mismo ritual que sigue cada Mundial. No quiere que su pasión por la bandera se confunda con la fiebre mundialista. “Nada más lejos en nuestra casa”, cuenta Miguel, que tiene 64 años y es padre de dos hijos. “No me gusta el fútbol y no soy de los que aunque no le guste el fútbol ven el Mundial. Simplemente no me gusta que el patriotismo, el amor por el país y los valores nacionales se confundan con una camiseta que nos ponemos cada cuatro años. Opinaría lo mismo si en lugar de fútbol fuera polo”, apunta. Sin embargo, no fue sencillo en todos estos años sostener esa postura. Ni con la familia extendida, con sus colegas y con sus amigos. “Ahora se ríen, pero ya saben cómo somos. Acá no miramos los partidos”, cuenta.
En algún mundial pasado, cuando las audiencias todavía eran presenciales dice Miguel, aprovechaba los horarios de los partidos para ir a Tribunales, llegar en 15 minutos y no toparse con un mar de gente. “No les resultaba muy simpático a muchos. Me decían… ¿Doctor, qué hace acá? ¿No le gusta el fútbol?, y me miraban de reojo con la vista clavada en el televisor. Y, no. No me gusta. No miro el Mundial”, cuenta. En su familia, ni a su esposa ni a sus hijos les gusta el fútbol. Pero con sus primos es distinto. La mitad de River y la otra de Boca. “Me salió mal. Una vez, cuando era la final en Tokio, una tía se la jugó e invitó a todos los sobrinos de Boca a Japón. Y yo me lo perdí porque no miro fútbol”, cuenta.
Emilse Sánchez tiene 60 años, es médica y trabaja como auditora. Es una de esas argentinas a las que el Mundial le resulta un fastidio. “No lo soporto. Yo sé que es muy odioso lo que digo. Pero me resulta muy invasivo el Mundial. Nivel insoportable. Invade todo, las publicidades, las charlas, los programas. Todo gira en torno al Mundial. Aburre, es el monotema. Me molesta ese fenómeno de que se pare un país, que todos interrumpan sus rutinas, que el país se pare por un partido de fútbol es algo que vuelve a asombrarme cada Mundial”, asegura. A tal nivel la aburre que es capaz de salir al supermercado o a comprar ropa en el horario del partido, con tal de no tener que escuchar de fondo ese zumbido del relato de fútbol. “Hace unos años, una casa de ropas había lanzado una promo con un gran descuento durante las horas de los partidos y allí fui. Me sorprendió la cantidad de personas que pensaron igual que yo. Nos probábamos los pantalones en medio del local”, recuerda.
Sus tres hijos salieron súper futboleros. “Pero ellos saben que no cuentan conmigo para ver un partido. Es más, jamás se les ocurriría venir a mi casa un día de partido. Se juntan entre ellos. Saben que yo me pongo auriculares y escucho música con tal de no ser parte”, cuenta Emilse. Ahora que tiene nietos, las cosas no cambiaron. “A ellos les gusta, pero que lo miren con sus papis. El otro día, mi nieto de dos años y medio me preguntó unas cuatro veces, ¿abuela por qué no te gusta el Mundial? Y, qué va a ser. Somos un poco así, incomprendidos”, ironiza.
Antipatriótico
“No es antipatriótico que a uno no le guste o no disfrute del Mundial. Hay mucha épica al respecto. Y no es así. Algunos no lo dicen porque sienten que van a quedar excluidos. Y lo cierto es que no le están faltando a nadie”, apunta el filósofo y ensayista José Eduardo Abadi. “Cuando la gente siente que se le impone un nivel de emoción, que es la única forma de ser parte de una sociedad durante ese tiempo que dure el Mundial, puede volverse reactivo. Lo siente como una imposición de emocionarse. En este punto, tenemos que vivirlo en armonía. No es un requisito para ser argentino ser amante del fútbol”, apunta.
Raúl Marquez, de 42 años es un antimundialista reconvertido, dice. Durante mucho tiempo, cuando jugaba la Argentina directamente no los miraba. Hace dos mundiales, se fue durante un partido al Cementerio de la Recoleta. “Fue espectacular. Me lo recorrí todo mientras jugaba la Argentina. Lo que me parece más espectacular es esa sensación de ciudad vacía para recorrer”, cuenta Raúl. Las opciones van desde salir a caminar, visitar algún rincón vacío. Pero nunca alguna actividad como sacar un turno médico ni ir al supermercado, para no complicarle la existencia a otra persona que sí le interese el Mundial. Su actividad favorita es deambular por la ciudad desierta durante el partido. “No hay nadie y sabés que aunque no quieras verlo si hay un gol te vas a enterar porque estallan los balcones y todo el mundo sale a festejar”, cuenta.
“Pero, en el último mundial me reconvertí porque empecé a ver el Mundial con amigos. En realidad, empecé a verlo más como una situación social. Un asado o una picada, y el partido de fondo. Eso me gusta más. Terminé de entender que un Mundial, más allá de lo deportivo es un encuentro social. Y me empezó a gustar esa sensación de todos pujando para el mismo lado”, apunta Raúl.
Mateo Gongi tiene 14 años y es un fiel hijo de la generación Z. Al fútbol lo prefiere envasado dentro de los juegos de consolas. Puede mirar partidos en Twitch o resúmenes en TikTok. Pero mirarse todo un partido así, de una sentada le parece tortuoso. “Ojo que me encanta el fútbol. Tanto que cuando lo veo me dan ganas de jugar. Por ahí aprovecho el entre tiempo para patear un rato. Y los primeros minutos también, porque ahí casi no pasa nada”, cuenta. La madre, que es fanática del fútbol y espectadora número uno en los mundiales cuenta otra versión. “Nunca miró un partido entero en su vida. Es mucho para él. Veremos si este año lo logramos con el Mundial. Se va y me dice llamame si pasa algo interesante. Un crack”, dice. No es el único. De hecho, durante el último superclásico, se juntó con varios compañeros del colegio y miraban solo de a ratos el partido. Después, estaban jugando paralelamente en la Play. Mateo es parte de esa generación que de hecho preocupa a la FIFA en términos de nuevos espectadores de atención demasiado breve. Ver todo un partido les resulta demasiado extenso. Mejor ver algún resumen después por YouTube, o arrimarse a la tele cuando otra generación grita o festeja un gol.
“Para este Mundial tengo pensado sentarme y verlos. Pero se me hacen muy largos. Eternos. Deberían durar menos. Probablemente para los jugadores ese sea el tiempo necesario. Pero para los espectadores, 45 minutos de corrido se te hace muy largo. Deberían tener pausas cada 20 minutos”, propone.
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