A Wainraich no se lo ve nada Frágil
Versátil, profundo, irónico, Sebastián Wainraich aparece en el escenario del teatro Maipo con su valija de clown y expone su historia con total franqueza; y la supuesta fragilidad (que le da nombre al espectáculo, Frágil) se convierte en fortaleza a medida que el stand up avanza sobre su propia vida, sus pasiones, su familia, sus miedos y hasta su versión de una típica mujer de clase media que supuestamente podría tener la edad de su madre. Se anima a convertirse en Estela, se pone en su piel, le inventa palabras que salen de su boca como las que diría cualquier mujer de ese estilo: “Los hombres son terribles, son de esta o de tal manera, les gusta tal o cual cosa”; una esposa que muestra el sometimiento que todavía existe.
Pero no quiero centrarme en lo que deberíamos decir o hacer las mujeres de hoy o en lo que sentíamos en otros tiempos, sino en la forma en la que nos atrapa un hombre talentoso, que se pregunta si es mejor tomarse la vida en serio o hacerse el distraído y vivirla como viene. Wainraich se plantea si salir o no de la zona de confort. Y se ríe de la imagen trillada que nos remite a una permanente invitación que se puso de moda. ¿Qué es salir de la zona de confort? “La vida es densa y a la vez es frágil”, dice Sebastián. Y, también, se plantea que puede ser una especie de viaje de la contradicción, en el cual, la discriminación, la corrección política, el ser judío, el fútbol, la religión, la muerte, la vejez, lo habitan y lo mueven de un extremo al otro.
¿Cómo decir ciertas palabras que ya no se pueden pronunciar por miedo a discriminar? ¿Cómo entender que el fútbol sea una pasión tan animal para muchos? ¿Las cosas pasan porque Dios lo quiso? ¿El peronismo es una religión? ¿Por qué tengo que pelearme si no me interesa, aunque sea hombre? Son algunas de las preguntas que quedan picando mientras el guionista y actor pasa de decir un monólogo desenfrenado, que nos lleva al máximo de la risa, a convertirse en un personaje que busca calma para reflexionar, para sentir. Se aproxima y nos acerca, sin que nos demos cuenta, hacia zonas más vulnerables.
Cuatro personajes se desprenden del monólogo, cuatro caras de la misma moneda, cuatro lados de sí mismo: su pasión desmesurada por el fútbol se refleja en un hincha que no entiende la vida si no pasa por su equipo, al que pone delante de cualquier otra cosa, casi hasta de la muerte de su propia madre. Atlanta es el club de sus amores y lo lleva adonde vaya. Su contradicción de creer o no creer que todo lo que nos alcanza en la vida, hasta el sufrimiento más profundo, sucede porque Dios lo quiso es encarnado para contarlo por un rabino que despliega, como si fuera poco, sus dotes de cantante. Aparece la esencia de ser mujer en Estela, que le permite entender que el machismo se puede colar en todas las facetas de la vida de un matrimonio. Y cerca del final, la representación de él mismo en su vejez, ensayando cómo será su sentir en el último tramo. Y la pregunta del comienzo: ¿Es mejor tomarse la vida en serio o hacerse el distraído y vivirla como viene? Para reflexionar en medio de las carcajadas y aplausos.
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