En festivales, salas y a través del streaming, audiencias de los más diversos rincones del globo se sorprenden y emocionan con la película. Darín, la defensa de los valores democráticos y tres o cuatro claves más para entender el fenómeno
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Los nueve minutos de ovación que recibió tras su proyección en el Festival de Venecia fueron el primer indicio. Luego siguió el Premio del Público en el Festival de San Sebastián, el Globo de Oro a la mejor película hablada en lengua no inglesa, el Goya a la película iberoamericana, la nominación en el rubro mejor película internacional para los Premios Oscar que se entregarán el próximo domingo.
Algo viene generando Argentina, 1985, y ese algo no parece ser pequeño ni querer circunscribirse al selecto circuito de los festivales de cine.
Emiko Yamaguchi la vio en Tokio, con subtítulos en japonés y doblada al inglés. “No pude escuchar la linda voz de Ricardo Darín”, se lamenta
Con dirección de Santiago Mitre y guion de Mitre y Mariano Llinás, la película viaja a la década del ochenta, al segundo año de recuperación democrática tras la victoria de Raúl Alfonsín en las urnas; recrea el aspecto que Buenos Aires –en especial la zona de Tribunales– tenía en esa época y reconstruye el juicio a las Juntas Militares con el foco puesto en la figura del fiscal Julio César Strassera. Tema, locación y personajes locales, muy locales. Sin embargo, Argentina, 1985 no solo viene ganando los premios cinematográficos más prestigiosos del mundo, sino que está siendo vista, en salas o a través del streaming, por audiencias de Madrid, Roma, Nueva Delhi, Tokio. ¿Por qué captura la atención de los extranjeros? O, en todo caso, ¿qué ven quienes la ven más allá de las fronteras de nuestro país?
Local y global
Cuando en septiembre del año pasado la película se estrenó en la Argentina, protagonizó un suceso que fue más allá de lo puramente cinematográfico. En el cine Lorca de la capital, las largas filas de espectadores, que llegaban hasta casi la esquina de Avenida Corrientes y Paraná, parecían una postal sacada de los mismos años ochenta retratados en el film. En la mayoría de las salas donde se proyectó se repetían escenas similares: familias que llevaban a sus hijos adolescentes a verla –como una suerte de iniciación ciudadana–, llantos contenidos durante la función, algún tarareo de canción ochentosa. Y aplausos en los momentos culminantes, sobre todo tras el célebre “Señores Jueces, nunca más” del alegato del fiscal Strassera encarnado por Ricardo Darín. “La película fue recibida con mucho entusiasmo no solo porque es buena sino porque recupera una experiencia nacional que tuvo éxito, en un momento en que la Argentina está en una profunda crisis”, escribió el crítico Gonzalo Aguilar en un medio uruguayo.
“Es una película perfecta para esta época en que la democracia está amenazada en todo el mundo”, dice Margaret Sobel, profesora de Lengua Inglesa, desde Nueva York
Por esos mismos días Argentina, 1985 también se había presentado en España. El periodista Juan Pedro Velázquez (66) la fue a ver a un cine de Madrid. “La sala estaba abarrotada–describe–; durante la proyección se sentía la conmoción en el público”. Cuenta que, tras verla, pensó que hubiera estado bien llevar a su sobrino, parte de una generación para la que la década del ochenta es algo así como la prehistoria. Y no tiene reparos en confesar lo que sintió al salir de la función: envidia.
“Para quienes fuimos jóvenes en los setenta, las Madres de Plaza de Mayo, el golpe de Estado en la Argentina, son temas conocidos. Nosotros salíamos de una dictadura, vosotros ibáis en la dirección opuesta –se explaya–. Y entonces dices ostras, ¿por qué no ha sido posible hacer algo así en España, ver cómo los responsables de la dictadura se sientan en el banquillo y enfrentan a la Justicia?”.
Juan Pedro no es el único. El mes pasado, durante la entrega de los Goya, el presentador de la gala, Carlos del Amor, lanzó un comentario que pronto se volvió viral (y generó no poco revuelo mediático en su país): “¡Qué envidia ver esta película, con el dictador juzgado y no muerto en la cama!”.
“Es difícil saber por qué la película gusta tanto, además de la atracción de figuras como Darín que está en camino de convertirse en un actor global –reflexiona Aguilar, en un intercambio de mails con La Nación–, creo que hay una dimensión internacional de lo que fue el Juicio a las Juntas que es solo comparable con la resolución que tuvieron las violaciones de los derechos humanos o el terrorismo de Estado en Sudáfrica. Fueron dos resoluciones muy diferentes, que en la Argentina tuvo en contra el hecho de que los militares nunca admitieron sus crímenes (al contrario de lo que pasó en Sudáfrica) y que fue una resolución increíble para poner fin a un ciclo (los países que no lo hicieron como Brasil o Chile todavía están sufriendo las consecuencias)”. Aguilar destaca la destreza y capacidad narrativa que se pusieron en juego en Argentina, 1985: “Para quienes no tienen mucha idea, ya el título de la película y las redes dan mucha información y entonces la historia de cómo hacer justicia en un caso tan excepcional y cómo fueron sus entretelones se transforma en una historia apasionante y, paradójicamente, en íntima y épica a la vez”.
Lo cierto es que, a poco de ser presentada en Venecia, la película se proyectó en salas y festivales de Suiza, Alemania, Andorra, Gran Bretaña, Uruguay, Brasil y Estados Unidos, entre otros países. En octubre comenzó su difusión a través de la plataforma Amazon Prime Video y ese fue el gran salto hacia el exterior: en este momento Argentina, 1985 está al alcance de espectadores de Tailandia, Turquía, Polonia, Singapur, Taiwán, Egipto, Sudáfrica, Japón.
“En Madrid, la vi en un cine común. Durante la proyección se sentía la conmoción del público”, describe el periodista Juan Pedro Velázquez
En este último país, en Tokio, vive Emiko Yamaguchi (51). Casada con un uruguayo, Emiko cuenta que hace treinta años, cuando vio La historia oficial [película de Luis Puenzo que obtuvo el Oscar en 1986] tuvo su primer e “impactante” contacto con la historia reciente de América del Sur. A Argentina, 1985 la vio con subtítulos en japonés y doblada al inglés. “No pude escuchar la linda voz de Ricardo Darín”, se lamenta. Pero también señala: “muestra que la democracia argentina se inició en el respeto a las instituciones, la ley, la división de poderes, el respeto a los derechos humanos, algo que todo el mundo necesita continuar valorando, en especial en este momento, cuando está cambiando drásticamente el orden internacional”.
Pensada para el mundo
A comienzos de este año, durante una entrevista realizada por CNN, Agustina Llambi-Campbell, productora de la película, revelaba parte del misterio. Sí, Argentina, 1985, pese a tratar un tema estrictamente local, tiene componentes –reivindicación de la democracia, de los derechos humanos y de quienes los defienden– que son universales y que por eso mismo la hacen comprensible para cualquier persona en cualquier parte del mundo. Y sí, también, desde un inicio estuvo pensada para la proyección internacional.
“Queríamos hacer una película que tuviera un eco en una audiencia internacional sobre un tema muy argentino, pero con una forma, una narrativa de thriller clásico –explica Llambi Campbell en esa entrevista–. Para que justamente los temas más importantes se puedan transmitir”.
Desde Long Island, Nueva York, la profesora en Lengua Inglesa Margaret Sobel no tiene dudas: “Es una película perfecta para esta época en que la democracia está amenazada en todo el mundo”, afirma. Entre las escenas que más la conmovieron, está la desenfrenada carrera de Peter Lanzani –Luis Moreno Ocampo en la ficción– por las calles de Buenos Aires cuando teme ser perseguido. “Podés sentir su miedo y su sensación de aislamiento”, describe Margaret.
También neoyorquina, la comerciante Anastasia Portnoy (55) cuenta que no conocía la historia del Juicio a las Juntas, y que la visión de la película la llevó a buscar en Wikipedia más detalles sobre ese suceso y la vida de Strassera y Moreno Ocampo. “Me impresionó que solo gente joven se acercara a ayudarlos”, comenta, en relación al equipo de profesionales que aceptó trabajar con Strassera pese al miedo imperante en aquellos años.
También en Estados Unidos, pero en la costa del Pacífico, en San Francisco, James Mitchell (59) dice que, aunque conocía la historia de la dictadura y del movimiento de derechos humanos, nunca, hasta ver la película, había oído hablar del Juicio a las Juntas. “Me encantó ver las fotos de los protagonistas reales que se proyectan al final –cuenta–. Creo que para el público no argentino es un momento muy instructivo. Humaniza a los personajes; los espectadores salimos del cine sabiendo que esa fue gente real y que ese fue un horror real”.
Hace unos diez días, un posteo en una red social hizo que se multiplicaran las reproducciones de Argentina 1985 en Amazon Prime. No era cualquier posteo: el mismísmo Lionel Messi, tras elogiar la película, había lanzado: “¡Vamos por el tercero!”, en alusión a los dos Oscars que ya obtuvo la Argentina (la mencionada La historia oficial y, en 2010, El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella).
Bastante antes de que el líder de la Scaloneta reactivara el interés por este film, Juan Carlos Tovar (48), ingeniero venezolano que llegó a la Argentina en julio de 2016, ya la había visto dos veces: una en sala, otra por streaming. “Es que soy muy maniático con el cine”, admite, risueño.
Juan Carlos está haciendo los trámites para adquirir la ciudadanía, por lo que la zona de Tribunales tan presente en Argentina, 1985 le resulta más que conocida. La historia local no tanto, aunque la película lo movió a pensar varios contrapuntos y analogías con sucesos de su propio país. “Lo que me parece interesante es que en cierta medida se hizo justicia”, asegura.
–¿Hubo algo que te resultara difícil de entender?
–Tuve que googlear la palabra “facho” (risas).
Algún que otro término de la jerga local, algún que otro detalle muy específico… más allá de eso, cualquier espectador de más de 40 años y medianamente informado, accede de inmediato a la esencia de la película, viva en la ciudad del mundo en que viva. ¿Las claves de esa empatía? La vieja narrativa del personaje pequeño, vulnerable, que se enfrenta casi en soledad a un poder que lo supera, la afición global por los docudramas, la defensa de los valores democráticos (“cine civil en su mejor momento” la definió hace unos días el Corriere della Sera, además de calificarla por encima de La Ballena, estrenada en Italia la misma semana). Argentina,1985 cuenta, además, con un arma secreta: Darín. La mayoría de los extranjeros consultados por la nacion lo mencionan con cariño y devoción.
“Mi grado de conocimiento de la historia de la Argentina es muy poco profundo –admite Noemí Morales (49), asesora en Marketing y Comunicación que vive en Vilajuïga, Cataluña–. En 1985 tenía 11 años, pero sí que había oído hablar de las Madres de Mayo y tenía en mente su imagen, con los pañuelos atados a la cabeza, en la Plaza de Mayo. Imágenes que aparecían en el Telenoticias”. Por su parte, Soraya Constante (44), periodista ecuatoriana que vive en Madrid, comenta: “La vi porque quería saber más de esa historia tan oscura”.
¿Y qué de la película los sorprendió más? Responde Emiko Yamaguchi, doce horas de diferencia horaria: “La canción del final”.
El arte y su eficacia para tocar las fibras más universales. Nacida y criada en Japón, Emiko conoce la historia contemporánea, está al tanto de ciertos eventos que marcaron a nuestro país, habla español. Pero jamás había escuchado hablar de un tal Charly García ni oído cierta canción llamada “Inconsciente colectivo”: los acordes que se escuchan mientras pasan las últimas escenas del film, un golpe al corazón, aquello de que “es necesario cantar de nuevo una vez más”. En el idioma que sea, en el rincón del mundo que lo necesite.
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