A un año de la muerte de Solange Musse: “Un adiestrador de perros, un peinador, cualquiera tenía más derechos que ella”, dice su padre
La joven murió el año pasado en Córdoba sin poder despedirse de sus familiares por las restricciones impuestas durante la pandemia; su padre confiesa la bronca que le dieron las fotos de los festejos y otras actividades en la Quinta de Olivos ocurridos en esa misma época
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CÓRDOBA.— Mañana se cumple un año de la muerte de Solange Musse, que ocurrió acá en Córdoba. Su nombre trascendió de esta provincia y conmovió al país porque nunca pudo despedirse de su papá, como ella lo había pedido. Pablo Musse la había visto por última vez en marzo, antes de la pandemia, y cuando decidió viajar desde Neuquén porque el cáncer de su hija empeoraba, no pudo ingresar a Córdoba por las restricciones de circulación que regían entonces. Pudo entrar días después para ir al velatorio y al entierro.
Musse sigue atravesado por el dolor. Pero en los últimos tiempos también sumó rabia, al ver que, mientras su hija reclamaba por sus derechos en una carta que hizo pública antes de morir, otros “festejaban cumpleaños, entrenaban perros y tenían velatorios masivos”.
Mañana, en la tradicional esquina cordobesa del Patio Olmos, hay una convocatoria por Solange, una misa, una canción y un pedido por sus derechos.
“Un adiestrador de perro, un peinador, cualquiera tenía más derechos que ella y que muchas Solange que hubo en la Argentina. No fue solamente ella, fueron miles”, dice a LA NACION Pablo.
Llegó anoche desde Neuquén —el mismo trayecto que hizo dos veces un año atrás— para participar del recordatorio de su hija. En Alta Gracia, donde ella nació y donde fue cremada (sus cenizas se esparcieron en el mar, cerca de Las Grutas), conversó con este diario. Se quebró varias veces durante la charla y repitió más de una vez la palabra “derechos”.
En San Antonio, el pueblo neuquino donde vive la familia, le pusieron el nombre de Solange a la plaza. Fue el 23 de octubre del año pasado, cuando hubiera cumplido años.
—¿Cree que su hija se convirtió en un símbolo de lo que pasó durante la pandemia en la Argentina?
—A partir de su última carta, cuando pide que respeten sus derechos y dice que el suyo no era el único caso en el país, creo que se transformó en un ícono, un símbolo para que la gente despertara y también reclamara y para que se cambiaran los protocolos de acompañamiento. Eso pasó en la ciudad de Buenos Aires, en La Rioja, en Neuquén y en Córdoba mismo, donde el protagonismo del Comité de Operaciones de Emergencias (COE) desapareció.
Solange tenía 35 años y transitaba un cáncer de estadio cuatro. Había viajado a Córdoba para atenderse y se instaló en Alta Gracia. Por su gravedad, en los últimos días fue internada en un sanatorio privado, donde murió.
Cuando a su papá —a quien había pedido ver— le negaron el acceso a la provincia por un test sospechoso de Covid-19, escribió: “Siento tanta impotencia de que sean arrebatados los derechos de mi padre para verme y a mí para verlo. ¿Quién decide eso si queremos vernos? Acuérdense, hasta mi último suspiro tengo mis derechos, nadie va a arrebatar eso en mi persona”.
El año pasado, un domingo a la madrugada, Musse llegó en su auto, con su cuñada que tiene una discapacidad, a Huinca Renancó, en el sur cordobés. Tenía todos los trámites exigidos para entrar. Allí le hicieron un test rápido y, como dio “sospechoso”, le ordenaron regresar a Neuquén sin parar en la ruta, acompañado por la policía de distintos distritos. Ocho móviles se usaron para escoltarlos.
—¿Cómo recuerda ese día?
—Recuerdo lo que pensaba: “por qué tanta injusticia, por qué tanta falta de empatía”. El que me hizo el test era, supuestamente un médico, y no se le ocurrió ni siquiera hacerme un hisopado. Tampoco la gente del COE, dirigida por médicos, reaccionó. No hace falta ser oncólogo para saber entender los papeles que mostraban la situación de Solange, su cáncer grado cuatro. Pienso: “cómo puede ser que en cinco días no hayan hecho nada”. No puedo entenderlo.
—El aniversario de la muerte de Solange coincide con la difusión de las imágenes de la fiesta en Olivos…
—Es siempre lo mismo, los dirigentes se creen que son la casta superior, creen que porque tienen el poder por unos años tienen impunidad total. Se manejan así siempre, no desde ahora y por eso la Argentina como país va para atrás. No les importa nada más que ellos mismos.
—¿Antes de la muerte de Solange pensaba lo mismo?
—Desde siempre. En este país los únicos que crecen son los políticos y los sindicalistas.
“Lo único que necesito es que escuchen a mi familia. Las decisiones ante esta pandemia están en cuidarse, con todas las precauciones, y eso es lo que iba a pasar. Ansiaba ver a mi tía y a mi papá. Estoy muy triste por todo lo que les hicieron a los dos, los trataron muy mal, los maltrataron, hicieron lo que quisieron como si fueran delincuentes. Quiero estar con mi familia y que no sean maltratados por nadie”, dice la carta que escribió Solange.
—¿Lo llamaron autoridades, le pidieron disculpas?
—El Ministro de Salud de Córdoba [Diego Cardozo] me llamó, me dio sus condolencias y me dijo que iba a investigarse lo que pasó. Tarde como siempre, nunca antes. Le pregunté por qué no había sido antes, si se habían equivocado… Me llamó porque una hora después tenía una conferencia de prensa y sabía que le iban a preguntar por Solange. También se comunicó el ministro de Justicia de Córdoba, dijo que iba a revisar lo sucedido. Tuvieron cinco días y no hicieron nada. A nivel nacional, nadie habló ni hizo nada; en Neuquén tampoco.
A nueve meses de la muerte de Solange, la fiscalía federal de Río Cuarto imputó a cuatro personas por el caso: un agente de la Policía Caminera, dos médicos del COE y una trabajadora social. La Justicia les adjudica “incumplimiento de los deberes de funcionario público”.
—Dijo que la gente reaccionó después de lo de Solange...
—Mi hija pidió y repitió la importancia de respetar los derechos y subrayó que los tenía hasta su “último suspiro”. Vi que un adiestrador de perro, un peinador, cualquiera tenía más derechos que ella y que muchas Solange que hubo en la Argentina. No fue solamente ella, fueron miles. Cuando apareció la foto del presidente Alberto Fernández con [Hugo] Moyano le escribí una carta a él, se la leyeron unos periodistas de TN y dijo que conocía el caso “por encima”, que no sabía. No era eso lo importante, lo importante era que no respetaba lo que hacía cumplir.
—Cuando habló con su hija por última vez, ¿qué se dijeron?
—Fue el jueves a la noche, 12 horas antes de que muriera. Ya estaba muy mal, nos dio las bendiciones como todas las noches. Fueron esas las últimas palabras que le escuché.
—¿Tiene bronca?
—Sí, mucha, mucha. Tal vez el desenlace hubiera sido el mismo, pero ella me necesitaba y no pude cumplir.
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