A Mingo se le opacó el brillo de la vida
Aquella tarde estaba en la esquina de Maure y Álvarez Thomas, esperando que apareciera algún pasajero, mientras aprovechaba y sacaba fotos, se acercó una señora que necesitaba viajar al centro, y nuevamente se dio aquello que "cuando sube un pasajero y cierra la puerta, comienza una historia"
La señora vio el cartel promocional de este blog en el respaldo del asiento y entonces me sugirió que averiguara la historia de un señor que por las calles céntricas recorre con su cajón de lustrabotas y cada tanto hace un alto para brindar servicios de lustrado a los transeúntes.
Como lógica consecuencia de los datos suministrados por mi pasajera y habiéndome sembrado la semilla de la curiosidad, comencé a buscar al lustrabotas por distintas calles y avenidas del centro; sobre todo cuando estaba "yirando" en busqueda de pasajeros.
Transcurrieron muchos meses, pero finalmente dio resultado. Lo encontré en la esquina de Córdoba y Suipacha. Paré el auto, conversé con él durante unos minutos para poder fijar un día y hora para que me contara su historia de vida, cuáles habían sido las circunstancias que lo llevaron a lustrar zapatos en las calles de Buenos Aires.
Una tarde gris y lluviosa del invierno pasado, sentados a una mesa de café charlamos largo rato, saboreando un cortado con medialunas, Mingo me relató su historia
Nació y se crió en un hogar humilde. Su padre había sido trabajador portuario y su madre ama de casa, pero en los ratos libres hacía trabajos de costura para "afuera". Fue al colegio y con mucho sacrificio terminó el secundario en el Industrial, además para ayudar a los padres, ingresó como "aprendiz" en una imprenta del barrio de Barracas.
Con su título de técnico mecánico, continuó trabajando en la imprenta, después vino la época de la "colimba" y mas adelante conoció a quien sería su esposa, que hacía trabajos administrativos en una oficina céntrica.
Transcurrieron los años y los ahorros logrados en base a sacrificios lograron asociarse con el dueño de la imprenta. Tuvo un hijo, y Mingo le brindó todo lo que un padre trata de ofrecerle para su futuro dentro de sus posibilidades, bancándole la Universidad en la que se recibió de abogado con las mejores calificaciones. Luego el hijo se asoció con un grupo de colegas y se casó con una médica. La vida continuó y Mingo logró comprarle la parte a su socio original, manejando él solo toda la imprenta, conjuntamente con los empleados, transformándose en una Pyme.
Pero después vinieron los años oscuros, ingresaba poco trabajo a la imprenta, las maquinarias estaban un poco obsoletas para poder cumplir con los requerimientos de los clientes, que a medida que no podía realizar los trabajos se retiraban a encargar sus trabajos con establecimientos colegas, con equipamiento mas actualizado.
Le resultaba muy difícil afrontar los costos fijos de la imprenta, sueldos, cargas sociales, impuestos, alquiler del local, etc., etc. Mingo resolvió solicitar una crédito bancario pero se dio cuenta que con aquel monto no alcanzaba a cubrir las necesidades básicas y entonces resolvió reducir personal, e hipotecó su casa para poder pagar lo atrasado y las indemnizaciones, poniéndose al día con las deudas acumuladas y finalmente adquirir alguna nueva maquinaria para seguir trabajando.
Era la década del noventa y cada día todo se hacía mas complicado. Le resultó imposible pagar todo, perdió la casa y también la imprenta, porque un grupo de abogados que le remataron todo. Su esposa lo abandonó y se fue a vivir con el hijo y la nuera.
Todos lo criticaban y Mingo entró en un pozo depresivo. Solo y sin trabajo, vivió un tiempo de las limosnas que le daban en la calle y estuvo en una pensión de la zona de once.
Finalmente y sacando fuerzas, con un cajón de lustrabotas comenzó a recorrer la ciudad ofreciendo en algunas esquinas sus servicios. Hasta la fecha, su familia nunca más quiso volver a verlo y la única alegría de Mingo son los días sábados, cuando después de las catorce se acerca al taller mecánico de unos amigos y junto a algunos clientes se reúnen a comer un asadito, terminando la jornada por la tardecita, jugando unas agradables partidas de truco.
Esta es la historia de Mingo, que hoy a sus setenta y siete años es posible verlo recorrer las calles y avenidas o estando en alguna esquina lustrando zapatos. La vida tiene estos vericuetos y realmente a él se le opacó el brillo que tenía en su existencia. Nos hemos encontrado más de una vez y cada tanto con un café de por medio charlamos sobre la existencia y las injusticias que sufren muchas veces las personas decentes y trabajadoras.
Será hasta nuestro próximo encuentro.
Respuesta a la foto publicada el lunes pasado
La foto publicada el lunes pasado corresponde a una estatua muy particular que se encuentra en el hall de acceso a la sede del Jockey Club Argentino, sobre la avenida Alvear, entre Cerrito y Libertad.
Dicha estatua se la denomina "Diana" y su escultor fue el artista Falguiere. Tal como se aprecia en la foto, la pieza se encuentra deteriorada y con importantes roturas que fueron causadas durante el incendio que sufriera la sede de la calle Florida, durante la década del cincuenta cuando unos grupos de vándalos, la atacaron y cercenaron parte de la obra, además de hacer que la pinacoteca de la institución con cuadros muy valiosos, practicamente se perdiera, salvándose del incendio intencional algunos importantes volumenes incunables que hoy reposan en la actual sede de la avenida Alvear.
¿Qué lugar de la Ciudad es?; deje su respuesta. El lunes próximo, se revelará la incógnita
* Carlos Guarella hace 15 años que es taxista y remisero. Su profesión original es Dibujante, Ilustrador y Diseñador Gráfico. Además es historietista y estudió con maestros del dibujo como Alberto Breccia y Hugo Pratt. También es Maestro Mayor de Obras. Trabajó muchos años como diseñador para importantes laboratorios medicinales, desarrollando literaturas, folletería y packaging. Integró la Asociación Argentina de Promotores Publicitarios y fue editor y director de la revista "Horas de Radio", un mensuario de 10.000 ejemplares que se vendía en todos los kioscos de Capital y GBA. Fue productor y conductor de varios programas radiales en distintas emisoras y columnista. Sus placeres: manejar automóviles; dibujar, escribir y la hacer radio. Tiene 66 años y el auto que maneja en la actualidad es un Chevrolet Corsa Wagon. Trabaja al volante 12 horas diarias. cware42@gmail.com
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