El ruso Denis Bayanov tenía 17 años cuando su mamá decidió que se vinieran a la Argentina. Dice que los años 90 fueron muy difíciles en su país. "El poscomunismo era bastante bravo", dice. "Siendo adolescente, tenía perspectiva o irme a la guerra o trabajar en la mafia donde la mitad del colegio ya estaba o ir a trabajar a una mina", enumera, ahora, con 36 años, egresado de la carrera de Realización y producción audiovisual en la Universidad Abierta Interamericana.
Para ejemplificar aquella crisis dice: "¿Te acordás de 2001? Multiplicalo por 10 y que dure 10 años". Y relata experiencias cercanas de desesperación por abandonar Rusia. "Los que no pudieron emigrar a EE.UU. fueron a Chipre o vinieron a América latina", dice. "Hay amigas de mi mamá que, como les habían negado la Visa, para poder ir a Estados Unidos, se hacían cirugía plástica, se cambiaban nombre, papeles y salían con identidad nueva, se presentaban como una persona distinta".
El también tenía sus propios planes por aquel entonces. Como su mamá era concertista, lo llevaba con ella de gira: él sabe cantar y tocar diferentes instrumentos musicales. "Con el coro íbamos a Dallas, en Estados Unidos, de gira. Yo ya tenía preparado el plan de escape: tenía dibujado todo el mapa de la ciudad, todo pensado", dice.
Pero antes salió el plan de venir a la Argentina. Según cuenta Denis, la idea surgió por una amiga de su mamá que había migrado. Como en aquellos años existía un acuerdo entre ambos países, los trámites eran simples. "Dijo que acá todo tranquilo, se podía trabajar. No lo pensamos mucho. Vendimos la casa, sacamos pasaje y vinimos".
Denis recuerda que, pese a haber estudiado español en Rusia, cuando llegó sintió que se hablaba otro idioma. "Yo no entiendo nada, pensaba. Lo único que sabía decir es cuánto vale".
Pero relata sin dramatismos aquellos primeros momentos en la Argentina. "Fue divertido, esas cosas hay que tomarlas con humor, si no estás perdido", dice. Y tiene historias para contar incluso desde el momento en que se bajaron del avión él, su mamá y su hermana. Su padre, ya divorciado de su esposa, se quedó en Rusia. "Cuando llegamos, había una señora armenia que buscaba a los rusos y ucranianos que llegaban a Ezeiza. Ella estaba con un cartel: bienvenidos rusos y ucranianos, que esto, que otro. Era un trabajo de ella, nos recomendaba hacer papeles, a qué hotel ir, y sacaba su cometa por todas partes", dice. Una vez que pagaron ese asesoramiento, la señora los llevó a un hotel en la calle Sarmiento, donde vivieron durante un mes.
De esos días recuerda que, en un país extraño y sin conocer la lengua, empezó a trabajar. Primero, en una panadería de dueños rusos. "Yo pintaba paredes. Trabajé dos días", dice. "Al tercer día me fui a una joyería como ayudante. Era un taller de ucranianos pero no aprendía nada de español. Pagaban 180 pesos por mes. Y dije: ¿Qué estoy haciendo acá? Esto es lo mismo que Rusia". Lo siguiente fue en una estación de servicio, donde se quedó varios años. "Pero desde los 14 años quería trabajar en un canal de televisión", dice. Un sueño cumplido: él está en una productora que trabaja para la TV.
Más tarde, alquilaron una casa en San Martín, ciudad donde vivía la amiga de su mamá, también inmigrante. Ahí sintieron que la vida en Buenos Aires empezaba a estabilizarse. "Mi hermana empezó limpiando oficinas. Tenía 15 años", dice. Fue el comienzo, pero después estudió interpretación de conferencias y hoy trabaja en una empresa multinacional de tecnología. Se casó con un ruso y tienen dos hijos: Saba y Nikita.
Su mamá, en cambio, desde que tuvieron la casa instaló en el living una silla, un espejo y fue una peluquería barrial. Se olvidó de su carrera de concertista por un tiempo, aprendió a cortar el pelo y tuvo buena clientela, tanto que al cabo de un año ya tenía dos peluquerías. "Es una emprendedora", dice su hijo. "Después se cansó de la peluquería y volvió a la música. Ahora tiene un instituto de arte en Vicente López".
Denis trabajaba y estudiaba. "Chef es mi segunda profesión", dice. Cuando terminó la carrera se fue de viaje. "Quería conocer. Mientras estudiaba no salí de Buenos Aires. Hacía siete años que vivía acá y no sabía lo que era 25 de mayo, acá en la provincia, o Corrientes. Entonces largué todo. Fui a Europa, también viajé por el país y me quedé a vivir cinco años en Bariloche".
- ¿Volviste a Rusia?
- Mi papá viene a vernos. Yo estuve por ir pero tengo miedo de querer quedarme. Así que no (se ríe).
Cuenta que extraña su cultura, su música. "Mi papá saliendo de sauna desnudo y se tira en la nieve. Se fortalece el sistema inmunológico. Es parte de la cultura nuestra", dice. Aclara que justo borró un video que le envió su padre, que sino lo mostraba.
- ¿En qué idioma hablan ustedes en la familia?
- Hablamos en ruso, por supuesto (se apura a decir). A veces, hacemos palabras que empiezan en español y terminan en ruso. Palabras que no existen pero nosotros nos entendemos.
De la Argentina, lo que más lo invitó a quedarse es la gente. "Los argentinos son muy fáciles de tratar, súper amables, te ayudan", dice. "A cualquier amigo le caigo a las 10 de la noche y me puedo quedar a tomar mates hasta las 4 de la mañana. Viví tres meses en Alemania en casa de un pariente y nunca lo fue a visitar nadie".
- ¿Te gusta que el Mundial sea en Rusia?
- Estoy contento porque está todo el mundo hablando de Rusia. Me molesta mucho que hay prejuicio producido por occidente, una mirada equivocada sobre lo que es Rusia, y el occidente siempre nos quiere tirar para abajo. Somos el penúltimo país en consumo de alcohol en el mundo, sin embargo, parece que somos borrachos. Da bronca porque hacen propagandas para ensuciar la imagen nuestra. Ahora con el Mundial la gente verá que Rusia no es solo lo que te muestran en las películas.
- ¿Tenés amigos que te piden que les enseñes ruso?
- Sí (se ríe). Pero no tengo paciencia para enseñar. Cada uno tiene que dedicarse a lo que sabe hacer.
El quiere ser director de cine y no lo plantea como un sueño sino como un hecho. "Voy a ser director de series, de publicidades. Poco a poco estoy preparándome, trabajando para eso".
Transmite una fortaleza, quizá por lo vivido, que no deja dudas de que lo logrará.
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