A la playa, pero por trabajo: la vida de los vendedores ambulantes
Son alrededor de 140 en la zona de Pinamar y tienen que contar con un permiso, que sale $3321
PINAMAR.- Jesús Lorente está muy bronceado, tiene pelada la nariz. Usa lentes de sol y maneja un carrito del que cuelga todo tipo de bijouterie: vinchas, pulseras, collares, trencitas. Es un artesano de la Feria de Artesanos de Valeria del Mar. Tiene 30 años, es de Madariaga y hace macramé, pero en el carro que empuja no están sus productos. Vende, a porcentaje, para otro hombre que le insistió con la importancia de la actitud frente a los turistas. "No es lo mismo si te parás acá y dejás el carro, que si te ponés a charlar con la gente, la invitás a ver", dice.
A la tarde se vende menos, él lo sabe. Porque ya pasó el choclero, el churrero, la que vende mallas, y la gente ya se gastó todo. Además, este año son más los vendedores ambulantes que eligen la playa de Pinamar para hacer su negocio, aunque no les esté yendo como pensaban. En los días buenos, Jesús gana 1500 pesos, pero él se queda con unos 600. De una a cuatro de la tarde no vende nada. Ese es su momento de descanso, deja el carro en la playa y se mete al mar.
Jesús es un privilegiado. Tiene el permiso otorgado por la municipalidad, uno de los 68 que pueden vender bijouterie legalmente. El cupo total de habilitaciones para todo lo que no sea alimenticio es de 140.
Darío Buseta es parte de ese total. Tiene 32 años y es un electricista precavido. Durante la temporada aprovecha la oleada de gente. En noviembre viaja desde Ostende a Capital Federal a comprar ropa. Es la segunda temporada que lo hace. Como es residente, pagó 3.321 pesos para conseguir el permiso. Él, como Jesús, tiene el carnet que lo habilita a vender, el que la municipalidad obliga a tener a quienes quieran vender sus productos a la orilla del mar.
La residencia en los partidos de Pinamar o Madariaga es uno de los requisitos para conseguir la habilitación. Quien quiera vender debe poder certificar por lo menos 3 años de residencia regular. Además, el vendedor debe estar inscripto en el monotributo y presentar un certificado de libre deuda del Registro de Deudores Alimentarios Morosos. Hay una sola excepción a estas reglas: el vendedor histórico. El que pueda demostrar que lleva más de 5 años vendiendo en las calles y playas pinamarenses, pero nunca se mudó. Para ellos, el costo del permiso es de $6.642.
Un viaje para vender
Lucrecia no tiene el permiso. A ella, en Santiago del Estero, su ciudad natal, le dijeron que en Pinamar se vendía bien. Con cinco amigas, entonces, fueron a comprar mallas coloridas a Capital, viajaron a la costa por primera vez, se calzaron un palo con las mallas al hombro y salieron a caminar todos los días. "No nos va como esperábamos, no sé cuánto vamos a durar", dice, vestida con una camiseta manga larga, sin sufrir el calor. Necesita plata para pagar el alquiler de la casa, la comida y el pasaje de vuelta. Cada malla la cobra 350 pesos y sabe que no puede bajar el precio. Si los inspectores de la municipalidad se las sacan por no estar en regla, se las devolverán a fin de temporada y ellas, según les dijeron, tendrán que poner dos mil pesos.
La multa que debería pagar por no tener el permiso de venta ambulante la fija la Dirección de Fiscalización, y se trata de 50 módulos a 290 pesos cada uno. Esto es: 14.500 pesos. Esto ya les pasó a 70 vendedoresambulantes que no tenían el permiso. Sólo 10 de ellos hicieron el pago voluntario y la mercadería les fue devuelta.
Hermanos chocleros
Los hermanos Cristian y José, de 16 y 17 años, dicen que la venta viene floja. Los días de mucho calor el choclo no es lo más vendido. Ellos son unos de los 66 que tienen el permiso para llevar el carro con choclo por la playa. Son de San Martín pero dicen que tienen una casa en Ostende. Una pareja se les acerca y les pide dos. Cristian destapa la olla y, con movimientos rápidos, pone el maíz ya pelado en un cartón de pancho, lo pinta con un pincel enmantecado y se agacha un poco para ponerle sal, evitando así que el viento se la lleve.
Los días flojos, como hoy, venden cerca de 100 choclos a $30 cada uno. Cada año, cuentan, suben $5 su producto, porque sube la manteca y la sal. Se levantan temprano para pelar los maíces que traen de Madariaga, los limpian y los meten en la olla. A las 10 de la mañana ya están en la playa, listos para recorrer los kilómetros que sean necesarios para vender la mayor cantidad posible. Toda su familia se dedica a eso en temporada. Algunos venden choclos, otros churros, desde viejo Ostende hasta la Avenida Bunge de Pinamar.
Mates y alpargatas
Es la segunda vez que Manuel Caride (27) vende mates y termos ploteados en la playa. La temporada pasada vendió bien. Es músico, vive en Buenos Aires y este año decidió que, después de este trabajo, se irá a recorrer Latinoamérica. Trabaja para un guardavidas de Pinamar que compra los mates, las yerberas y los termos, les da su toque especial y lo manda a Manuel a vender. En un día normal de trabajo, saca 3 mil pesos, pero se queda sólo con 600. Cada mañana de la temporada sale con el carro a caminar. Excepto en una circunstancia: los días de sudestada.
El negocio de Nahuel Sardi, en cambio, es suyo. Nadie lo contrata. A él se le ocurrió la idea, él pidió plata prestada, compró las alpargatas estampadas por internet, consiguió el permiso y salió a vender. Es la segunda vez en su vida que hace esto. La primera fue durante cinco días con una tía. Lo hizo porque no tenía trabajo, y de ahí sacó la idea para lo que hace hoy. En ese momento no tenía el permiso, por eso esta vez decidió, como dice, "hacer las cosas bien".
Nahuel estudia Letras en Mar del Plata, pero el secundario lo hizo en Madariaga. Eso le sirvió para conseguir la habilitación. Sale cada día a las nueve de la mañana y vende entre diez y quince pares por día. Se pasa en la playa 10 horas. Cuando le da mucho el sol, al mediodía, frena para almorzar debajo de la sombra del techo del carro. Siente que podría estar mejor en términos de ganancia, pero no se preocupa demasiado. Le gusta trabajar así, en la playa, con sus tiempos, relajado.
Jesús, Darío, Lucrecia, Cristian, José, Manuel y Nahuel. Sólo algunos de los más de 140 nombres que deciden ambular para vivir.
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