Cuando se le pregunta cuál es su fórmula secreta para conservar una memoria prodigiosa, una lucidez y un entusiasmo envidiables, contesta con la misma velocidad con que recuerda las fechas y nombres que jalonaron una vida de pasión y entrega a su profesión: "Tener una mujer con la que uno se entienda bien y proyectos de vida".
Cuando le falta menos de un año para cumplir los cien y después de haber pasado varios meses en terapia intensiva por un absceso hepático, el doctor Fortunato Benaím, pionero de la medicina del quemado en el país y en gran parte del continente, tiene por lo menos cuatro nuevos planes en cartera: desarrollar una red asistencial en todo el país para que en cualquier pueblo o ciudad el paciente pueda acceder a atención de excelencia; crear una maestría en quemaduras; fundar una beca latinoamericana para que jóvenes profesionales puedan entrenarse en centros de otros países y hacer un estudio epidemiológico de quemaduras en el país. ¡Una vitalidad que da (sana) envidia!
Benaím nació en Mercedes, provincia de Buenos Aires, el 18 de octubre de 1919. Hijo de un comerciante y una ama de casa, después de cursar el secundario en el Colegio Nacional de su ciudad, se anotó en la carrera de Medicina de la UBA junto con su hermano, José, al que le llevaba 11 meses y luego se dedicaría a la neurocirugía. "Mi otro hermano es ingeniero dedicado al mantenimiento hospitalario –recuerda–. Parece que había una especie de predilección familiar por el tema de la salud".
De sus diez tíos por parte de madre, dos eran médicos, uno, músico y los demás, comerciantes. Cuando se trasladaron a Buenos Aires para ir a la universidad, su padre abrió una sucursal del negocio familiar en la esquina de Marcos Paz y Jonte, en Villa Devoto. "Mi hermano y yo lo atendíamos –cuenta el especialista–. Simultáneamente, me incorporé a la orquesta sinfónica Lago Di Como, que dirigía Bruno Bandini, pero al mismo tiempo vi un aviso en La Prensa que decía 'orquesta típica necesita violín'. Me presento y era a dos cuadras de donde vivía. Se llamaba Floreal y los tres violines éramos estudiantes de distintas materias universitarias: farmacia, filosofía y letras, y medicina. El pianista era estudiante de ingeniería. Los únicos con visión profesional eran los bandoneonistas. Uno de ellos, Osvaldo Ruggiero, al que llamábamos ‘el pibe Ruggiero’, después fue primer bandoneón de la orquesta de Pugliese y fue uno de los creadores del Sexteto Tango. Tuvimos con él una amistad de muchos años".
En 1948, cuando ya estaba trabajando como cirujano en el Hospital Argerich, una familia de La Boca sufrió un grave incendio. Llegaron a la guardia del hospital y no había quien los atendiera. "El doctor Arnaldo Yodice, el jefe del servicio, me llamó y me dijo: doctor Benaím, ocúpese de los quemados. Y para mí esa fue una orden, una oportunidad y un desafío. Cumplí con la orden, acepté el desafío y aproveché la oportunidad. Aquí estoy 70 años después todavía interesado por el tema", destaca. Allí, precisamente, realizó el primer injerto de piel. Necesitaba un aparato llamado "dermatomo" y que el hospital no tenía. En esa época, costaba 500 pesos y lo compraron a medias con el paciente.
Entre sus múltiples aportes, Benaím fue director del Instituto del Quemado durante 28 años, el único por concurso, hasta que se jubiló. "Me recibí en el año 46, pero para entrar a la carrera hospitalaria había que afiliarse al partido oficial –dice–. Como nunca me afilié, fui médico concurrente durante diez años. En 1955, gané una beca para ir a los Estados Unidos, y a mi regreso, el primer concurso médico que se abrió en el país después de la llamada Revolución Libertadora, fue la dirección del Instituto del Quemado. Permitían inscribirse a los que tuvieran por lo menos nueve años y 6 meses de antigüedad. Yo tenía nueve años y 7 meses. Tuve que competir con otros 25 médicos que se presentaron, algunos con 25 años de antigüedad, pero la mayor parte hacían cirugía estética. Yo ya había publicado mi tesis con un premio de la Asociación de Cirugía, había creado el primer centro del quemado en el Hospital Argerich y el jurado me eligió por unanimidad".
Allí estuvo, siempre incansable y preocupado por la introducción de las nuevas técnicas y los avances científicos de su especialidad, al tiempo que formaba decenas de discípulos, en el país y en el extranjero, desde los 37 hasta los 65 años, edad a la que por la normativa vigente, debió jubilarse.
Pero tres años antes, el 26 de octubre de 1981, decidió crear la fundación que lleva su nombre. "Sabía que tendría que retirarme y me dije: no puedo seguir sin hacer nada –confiesa–. Por otro lado, había tanto por explorar y trabajar en el tema quemaduras. Invité a un grupo de amigos del Rotary Club Buenos Aires, del cual soy miembro desde 1969, creo que soy el socio más antiguo, y les propuse esta idea para estimular la asistencia, la prevención, la docencia y la investigación".
Incontables aportes
Desde entonces, pasaron más de más de 30 años de trabajo gracias a los cuales se puso en marcha el primer banco de piel y el primer laboratorio para cultivo de piel, crearon una revista científica que es la única en español, además de numerosos programas y becas de estudio.
En 1997, por un convenio con el Hospital Alemán, la Fundación del Quemado (en honor a la cual se decidió que el 26 de octubre se consagre como día latinoamericano para la prevención de las quemaduras) se hizo cargo del cuarto piso de la torre Pueyrredón, que estaba sin terminar y creó el Cepaq (Centro de excelencia para asistencia de quemaduras), dotándolo de un equipamiento especializado que el propio Benaím diseñó.
"El quemado grave es el único paciente que debe ser trasladado desde su cama al área quirúrgica para ser curado, operado o bañado tres veces por semana durante un período de tres o cuatro meses –explica–. El enfermo sufría y para el personal era un trabajo pesado. Pensando cómo subsanarlo, ideé una cama especial, que tiene una camilla superpuesta que se separa de la cama, con el enfermo, gracias a un sistema eléctrico que se activa apretando un botón, con lo cual se pueden sacar las sábanas y dar vuelta el colchón sin tocar al enfermo. Esa cama con la camilla se saca al pasillo, donde hay un riel con una grúa, toma la camilla con el paciente, lo desplaza para llevarlo al área quirúrgica y lo devuelve. El prototipo está a disposición de quien lo quiera utilizar".
Otro de sus logros fue introducir el cultivo de piel en el país. Un operario de un frigorífico de Rosario se había caído en una cuba de agua hirviendo. Gracias a una donación de la fundación Renault, enviaron a un técnico a los Estados Unidos para aprender cómo realizarlo. "Era el año 1990 y todavía no había ni banco de piel ni laboratorio especializado –detalla el médico–. Llamé a Boston, donde en el año 1975 Howard Green había cultivado por primera vez células epiteliales. Pregunté si me podían cultivar la piel del paciente argentino y me dijeron que sí, pero me pusieron dos condiciones: que fuera a ver la técnica y que aceptara la presencia de un técnico para la aplicación. Justo teníamos un paciente listo, porque después de cultivar la piel no pueden pasar más de 24 horas para aplicarla. Ese enfermó se salvó, pero le costó a la empresa 300.000 dólares. Entonces, me dije: ‘¿Cómo hago si mañana tengo otro paciente y no tiene ese respaldo?’ Por eso, en el año 1992 creamos el laboratorio".
En un principio, allí se cultivaban solamente queratinocitos [células predominantes en la epidermis], pero ya están trabajando para lograr las dos capas de la piel: la dermis y la epidermis.
Hoy, con dos hijos, cinco nietos y un bisnieto, Fortunato Benaím parece tener el secreto de una vida larga y plena. ¿Qué recomienda? "Tener una mujer con la que uno se entienda. Es lo mejor que le puede ocurrir a uno de entrada, pero si no, hay que buscarla –afirma–. A mí me costó tres matrimonios. Y hace ya 40 años que estoy con ella. Y en segundo lugar, tener proyectos y realizarlos. Felizmente puse en marcha muchos, y tengo varios en agenda".
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