A 60 años del fin del Graf Spee
Campaña: tras enviar al fondo del mar a 9 mercantes, el buque alemán dio batalla a tres cruceros aliados; el capitán hundió su nave y se mató.
"...Después de una gran lucha interna tomé la tremenda decisión de hundir el acorazado de bolsillo Admiral Graf Spee y así evitar que cayera en manos del enemigo... Estoy convencido de que bajo esas circunstancias no tenía alternativa, una vez que llevé mi buque a la trampa de Montevideo. Con la munición que tenía, cualquier intento de pelear a mar abierto estaba destinado a fracasar... Un capitán con sentido del honor no puede separar su destino del de su barco..."
Ese es un tramo de la carta que el capitán de navío Hans Langsdorff escribió al embajador alemán en Buenos Aires, el 20 de diciembre de 1939, antes de dispararse un tiro en la sien, envuelto en la bandera germana y vestido de gala: había cumplido con la ley no escrita de los caballeros del mar.
La detonación alertó a los guardias del Arsenal Naval porteño, donde el comandante alemán estaba alojado desde hacía menos de tres días.
Para entonces había decidido hundir su buque en las aguas del Río de la Plata, luego de dar batalla a tres cruceros aliados, a 9 millas de Punta Ballena, en la costa uruguaya. Sería la única batalla naval del siglo en el estuario más grande del mundo.
Ahora se cumplen 60 años de aquella trágica decisión tomada por Langsdorff, quien con el paso del tiempo se convirtió en un personaje de leyenda.
Nació en la ciudad alemana de Rügen, en 1894, y era descendiente de una tradicional familia de marinos. Creció como militar a la sombra de un estratego de la guerra naval europea: el vicealmirante Maximilian Graf von Spee, héroe de la gran batalla de Jutlandia, en junio de 1916, frente a las costas de Dinamarca.
Von Spee, para toda una generación de la marina imperial alemana, fue un ejemplo del guerrero prusiano marcado por el sentido del honor y también se hundió con su barco.
En esa contienda, el entonces joven oficial Langsdorff tuvo una destacada actuación que le valió ser condecorado.
El 21 de agosto de 1939, cuando la Segunda Guerra Mundial llevaba sólo 40 días, Langsdorff zarpó al comando de una de las naves más poderosa, casualmente bautizada con el nombre de Admiral Graf Spee, que contaba con un arma secreta para la época: el radar.
Casi como un corsario
Langsdorff tenía precisas instrucción del alto mando naval nazi: "...proceder inmediatamente a la destrucción del tráfico mercante enemigo. Realizar frecuentes cambios de posición para engañar al adversario. Deberá comportarse como un corsario, por lo que podrá camuflarse, cambiar de nombre y de bandera... Entrará en combate con los barcos de guerra enemigos sólo si es indispensable..."
Desde el Atlántico Norte llegó hasta la costas de Brasil. De allí pasó a las costas sudafricanas y luego hizo una breve incursión por el océano Indico para regresar al Atlántico Sur. En 68 días el Graf Spee envió al fondo del mar a nueve buques mercantes. En todos esos encuentros Langsdorff no tuvo bajas, amigas ni enemigas.
Los sucesivos hundimientos empujaron a los aliados a iniciar la mayor operación de rastreo de la historia naval. Armaron nueve grupos de ataque, integrados por 26 buques de guerra ingleses y franceses, pero nunca pudieron cazar al Graf Spee.
A las 6.15 del 13 de diciembre de 1939, el Graf Spee, mientras perseguía a un carguero francés que iba a Montevideo, tropezó en las costas uruguayas con la escuadra del comodoro Henry Harwood, que comandaba los cruceros ingleses Ajax y Exeter y el neozelandés Achilles.
La batalla del Río de la Plata no tardó en librarse. Duró menos de una hora y media y se cruzaron 120 cañonazos. El Exeter llevó la peor parte. Quedó envuelto en llamas, sus cañones enmudecieron y 60 tripulantes yacían muertos en la cubierta. Los otros mastines de la flotilla aliada quedaron malheridos, pero no perdieron de vista a su presa.
El Graf Spee recibió 18 impactos de los cañones de 150 mm (del Ajax y del Achilles) y de 203 mm (del Exeter). Perdió a 36 hombres. Su cocina fue destruida, el sistema de provisión de combustible dañado y sólo contaba con el 25 por ciento de su munición.
El buque germano puso proa al puerto neutral de Montevideo, donde libraría su segunda gran batalla, la diplomática.
Langsdorff pidió al gobierno uruguayo dos semanas de permanencia en puerto. Pero luego de agitadas tratativas, sólo se le concedieron 96 horas. En esa decisión mucho influyó la estrategia planeada por el embajador británico Eugen Millington Drake, descendiente del célebre corsario inglés sir Francis Drake.
Casi medio millón de uruguayos se agolpó en los muelles del puerto de Montevideo para observar la partida del acorazado de bolsillo. Todos esperaban una nueva batalla, pero la suerte del Graf Spee ya estaba echada.