La tragedia que paralizó al país: cayó en un pozo, tardaron 33 horas en sacarlo y sus padres aún luchan por Justicia
El 19 de marzo de 1998, San Nicolás quedó envuelto en una carrera contrarreloj para rescatar a Cristian Quiroz, que había caído 18 metros; su muerte conmocionó a la sociedad; “Nadie fue a la cárcel”, se quejó su papá, en diálogo con LA NACIÓN, a 35 años del hecho
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“Te juro que no hay un día en que no me acuerde de mi hijo”, confiesa Oscar Quiroz a LA NACIÓN mientras habla con una mezcla de dolor y emoción de Cristian, el niño que cuando tenía apenas cinco años y medio de edad cayó en un pozo de 18 metros de profundidad, aquel trágico 19 de marzo de 1998, en San Nicolás de los Arroyos.
“Me decían que el tiempo curaba todo para consolarme. Te puedo recontra asegurar que no. El tiempo no cura nada, al contrario. Decíselo a la mamá de Cecilia del Chaco después de lo que le hicieron a su hija. Mi nene y esa chica son dos claras víctimas de la nefasta corrupción y complicidad que existe entre la justicia y la política. Pasaron más de 25 años entre una y otra muerte y nada cambió, querés muestra más clara que sus casos. A mí no me la van a venir a contar. Nadie fue preso porque arreglaron. Yo la viví y la sufrí...”, cuenta con dolor.
“Esa mañana estaba re ilusionado con ir al jardín de infantes. Nos habíamos quedado dormidos con mi señora porque trabajábamos duro, ¿sabés? Él se despertó contento. ‘Papi te quedaste dormido’, me dijo. Y mientras mi mujer cambiaba a las nenas para ir a la escuela, salté de la cama y les preparamos la leche para el desayuno. Me acuerdo que me pidió 20 centavos para su alfajor. Mi señora lo pasó a buscar al mediodía cuando salió. Iban caminando, todo normal, por esa maldita vereda pública donde no tendría que existir una trampa mortal como lo que terminó siendo. Muchos decían: ‘Cómo no iba de la mano de la mamá'. Escuchame: todos los chicos pasaban corriendo por ahí, no era un lugar prohibido. Normalmente yo llegaba 12 y cuarto a casa. Pero ese día había ido a rendir para sacar el carnet de conducir de un camión. Llegué a mi casa recontento, pero enseguida tuve la desgraciada sorpresa de que ya no estaba mi hijo. La bronca que todavía siento me cierra el pecho, es como que me asfixia, me falta el aire, siento como que me voy con él...”, rememora desde el patio de su casa.
Ese mediodía Oscar recibió una llamada que nunca hubiese querido escuchar. “Venite urgente que tu hijo tuvo un accidente, se cayó en un pozo”, le alcanzaron a decir y salió desesperado, como pudo, rumbo al cruce de la avenida Mariano Moreno y la calle Damaso Valdez. Eran cerca de la una de la tarde. Justo enfrente estaba la fábrica de Industrias Metalúrgicas Leval S.A., una zona urbana típica de casas bajas.
Cristian regresaba feliz después de ir a clase. Caminaba y corría alrededor de Norma, su mamá, Eva, su tía y Joana, su hermana menor, que lo acompañaban. Hasta que pisó una tapa oxidada entre el pasto crecido de unos cuarenta centímetros y cayó. Después todo fue caos, desesperación, pedidos de auxilio. Los operarios de la fábrica fueron los primeros en prestarle socorro. Los gritos y el llanto de Cristian se cruzaban con los de su familia y la gente que pasaba que no sabía qué más hacer para colaborar en su rescate. Luego siguieron 33 horas de horror: vecinos se ofrecieron a bajar para rescatarlo y hasta un vendedor ambulante de físico pequeño lo intentó en vano. Llegaron los bomberos, se instaló una carpa porque la lluvia amenazaba. Una máquina hacía otro pozo a distancia para trabajar en paralelo. José Moreno, experto en excavaciones, se ofreció y trabajó a destajo para intentar rescatar a Cristian. Una ambulancia y hasta un helicóptero aguardaban. Cerca de las 22 del viernes pudieron sacarlo, pero ya sin vida fue trasladado al Hospital San Felipe. Una hora más tarde, su director, Ismael Pesaglia, decía que el niño había llegado “clínicamente muerto”, con barro y restos de maleza en sus vías aéreas. No obstante le realizaron todas las maniobras de reanimación posibles. El deceso se había producido por asfixia aproximadamente diez horas antes.
Desde entonces, Oscar, que por entonces trabajaba en una ladrillera y hoy se las rebusca como panadero, no tiene consuelo: “¿Cómo reparás una muerte? Hoy vivimos lo mismo todos los días. Ves los noticieros y la impunidad es la misma que cuando mataron a Cristian o peor. Los políticos se llenan la boca y después no hacen nada, nos abandonan siempre. Los responsables son los jueces que aplican mal las leyes. Hace un tiempo escuchaba que a uno que había violado le habían dado nueve años de condena y en menos de tres ya estaba afuera... así no se puede. Los políticos lo mismo, no importa de qué partido son. El 99 por ciento es corrupto. Son iguales que los jueces. Yo lo experimenté en carne propia, nadie me lo contó. Mi hijo fue víctima de la corrupción de los políticos en complicidad con los jueces, no me canso de decirlo. Esto te pido que lo pongas varias veces. Los responsables fueron condenados, pero con una palmadita en la espalda, a penas menores. Nadie fue a la cárcel”, reflexiona el hombre de pueblo, que muy pocas veces está lejos de la verdad.
El fiscal Hugo Vianni había solicitado penas a cumplir en prisión luego de calificar el delito como homicidio culposo para los responsables. Pero en 2001 fueron sentenciados a penas inferiores a tres años, por lo tanto, excarcelables: Miguel Ángel Pampalone, propietario de Topsa S.A., empresa constructora que había hecho el pozo para lograr agua potable para los vecinos, el ingeniero de la municipalidad local Juan José Gómez, y el inspector municipal Claudio Actis.
Quiróz se indigna cuando lo recuerda: “La justicia es un problema grande. A Pampalone le dieron dos años y diez meses así no iba en cana, igual que a los otros. Decí que hice huelga de hambre, marchas, me fui en bicicleta de San Nicolás a La Plata para reclamar ante la Suprema Corte Bonaerense y armé un hermoso escándalo, si no ni siquiera había juicio. No sabía cómo despertar a los funcionarios. Lamentablemente fue así. Tuve que instalar una carpa al lado del pozo y después morirme de hambre en la puerta de la Corte para que ni siquiera me escuchen. Fue vergonzoso. Nadie me ayudó. Me decían: ‘Usted no puede instalarse acá’. Les molestaba. Les contesté que la vereda es pública. Querían sacarme del medio, que los medios no me registraran. Lo pienso y me sigue dando vergüenza lo que hicieron con mi hijo, no les importó nada, ni a los políticos ni a los jueces, igual que ahora. Estuve como un mes. Fue un caso que recorrió el mundo, pero acá nadie me dio pelota”, afirma a pura bronca el papá de Cristian.
A continuación, cuenta que pese a todo la sigue luchando. “Sigo con mi señora, Norma Mabel del Prado. Hace 35 años que estamos juntos. Ella lleva el dolor a cuestas como yo. Nos quedaron dos hijas, Joana y Melina, que nos dieron cuatro nietos cada una. Todos saben la historia de Cirstian y lo recuerdan. En 2000 me habían donado una escultura que se colocó en su homenaje y la robaron dos años después, ¿a vos te parece? Después puse una cruz y también se la afanaron, no hay respeto por nada ni por nadie. Ahora solo quedó la loza. La sociedad evolucionó para mal y encima acá en San Nicolás les gusta tapar todo, cuanto menos se sepa, mejor. Yo sigo laburando para salir adelante, ahora en una panadería. Te cuento una que me pasó acá. Iba en la moto, había hecho dos cuadras sin casco para llegar al laburo. Me lo saqué cuando paré en una esquina porque ya estaba llegando así no perdía tiempo para entrar a trabajar. Me paró uno de tránsito y me sacó la moto. Apenas me dejó sacar las herramientas. La multa no la puedo pagar, es más cara que la moto. Le dije al inspector: ‘Dame una mano, no me dejés a pata que vivo lejos ¿sabés quién soy, hermano? El papá del nene que hace más de 25 años está en el cementerio en la galería número 7, nicho 2454 por culpa de la ineficiencia y la corrupción de la municipalidad, los políticos y los jueces’. No le importó”.
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