Estos creadores no midieron el poder destructivo de sus inventos y engendraron los armamentos más mortíferos del mundo
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Inventar algo único y que cambie el curso de la historia de la humanidad debe ser de los sentimientos más satisfactorios que pueden existir. Es cosa de imaginarse la complacencia de quienes estuvieron detrás de creaciones tan brillantes como la rueda, el hormigón, la máquina a vapor o Internet.
Sin embargo, no todas las invenciones tienen fines exclusivamente beneficiosos para el mundo; hay algunas que, a decir verdad, han dejado un saldo trágico y macabro. Y algunos de los genios detrás de esos temibles hallazgos han terminado atormentados por su conciencia.
Aquí te contamos las historias de cuatro de ellos que, muchas veces sin medir el poder destructivo de sus creaciones, terminaron engendrando algunas de las armas más letales de la historia.
1. Robert Oppenheimer, el “padre de la bomba atómica”:
No hubo otro científico más vinculado a la creación y al uso de las bombas atómicas durante la Segunda Guerra Mundial que Robert Oppenheimer.
El físico teórico estadounidense fue el director del Proyecto Manhattan, que consiguió desarrollar la primera bomba atómica de la historia.
Esta fue detonada en el desierto de Nuevo México -en una operación llamada “Trinity- el 16 de julio de 1945, menos de un mes antes de que se lanzaran las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, en Japón, donde se estima que murieron entre 150.000 y 250.000 personas.
Oppenheimer, una figura compleja y carismática, se había dedicado a estudiar los procesos energéticos de las partículas subatómicas, incluidos los electrones, los positrones y los rayos cósmicos.
Pero el conflicto bélico que se vivía por esos años en el mundo hizo que su vida profesional tomara otro rumbo.
Así, luego de que Albert Einstein le enviara una carta al entonces presidente de Estados Unidos, Franklin Roosevelt, advirtiéndole del peligro que amenazaba a toda la humanidad si los nazis se convertían en los primeros en fabricar una bomba atómica, la idea de crear un arma nuclear a nivel gubernamental en Estados Unidos se volvió prioridad.
Y quien lideró ese proceso fue, justamente, Oppenheimer. Rápidamente comenzó a buscar un proceso para la separación del uranio-235 del uranio natural y a determinar la masa crítica necesaria para fabricar dicha bomba.
Entre otras cosas, se le instruyó establecer y administrar un laboratorio para llevar a cabo esta tarea. Y, en 1943, eligió la meseta de Los Alamos, en Nuevo México.
“Oppenheimer ocupó un puesto de inmensa responsabilidad y fue llevado al límite”, explica a BBC Mundo el historiador especialista en armas nucleares, Alex Wellerstein.
“Estuvo involucrado en decisiones clave sobre el diseño de las bombas atómicas, y estuvo personalmente involucrado en las decisiones sobre cómo se usarían estas bombas; instó a que se usaran en contra de ciudades y estaba en el comité que tomó decisiones sobre dónde se lanzarían las bombas exactamente”, agrega.
Pero más tarde, Oppenheimer expresaría en repetidas ocasiones su pesar por el fallecimiento de las miles de víctimas en Hiroshima y Nagasaki.
Incluso, dos meses después de la explosión de las bombas, renunció a su cargo. Desde 1947 hasta 1952, fue asesor de la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos desde donde abogó por el control internacional del poder nuclear para evitar la proliferación de armamento nuclear y frenar la carrera armamentista entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
Además, se opuso fuertemente al desarrollo de la bomba de hidrógeno. Pero sus esfuerzos no tuvieron éxito. Debido a sus polémicas declaraciones públicas -que le sumaron varios enemigos- se le retiraron sus credenciales de seguridad y se le acabó despojando de su influencia política.
“A finales de la década de 1950 y principios de 1960, Oppenheimer estaba bastante amargado y lamentaba muchas cosas. El área de su arrepentimiento siempre se centró en estos fracasos de la posguerra. Lamentó no haber tenido éxito con sus ambiciones de control de armas y haber sido incapaz de frenar el aumento de grandes arsenales de varios megatones”, dice Wellerstein.
Luego de la explosión de las bombas, Oppenheimer declararía que le vinieron a la mente las palabras del texto sagrado hinduista Bhagavad Gita: “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”.
Muchos historiadores han interpretado estas palabras como un sentimiento de culpa respecto de su letal creación. Para otros, como Wellerstein, tiene más que ver con el asombro ante algo “más allá de este mundo”, como son las armas nucleares.
Con todo, a Oppenheimer siempre se le recordará (y conocerá) como el “padre de la bomba atómica”.
2. Arthur Galston y el agente naranja:
El fisiólogo y biólogo vegetal estadounidense, Arthur Galston, nunca pensó que estaba creando algo que podría ser utilizado como arma: el agente naranja.
Su área de estudio se centraba en las hormonas vegetales y en los efectos de la luz en el desarrollo de las plantas.
En eso estaba cuando experimentó con un regulador del crecimiento de plantas, llamado ácido triyodobenzoico (TIBA). El científico descubrió que este componente podía estimular la floración de la soja y hacerla crecer más rápidamente.
Sin embargo, también advirtió que, si se aplica en exceso, el compuesto haría que la planta perdiera sus hojas. Pero los hallazgos de Galston no quedaron reducidos solo al mundo vegetal.
En el contexto de la Guerra de Vietman -ocurrida entre los años 1955 y 1975- otros científicos los utilizaron para crear el agente naranja, un poderoso herbicida que tenía como objetivo eliminar selvas y cosechas que podían ser aprovechadas por la guerrilla del Vietcong.
Así, desde 1962 a 1970 las tropas estadounidenses liberaron aproximadamente 20 millones de galones del herbicida para destruir cultivos y exponer las posiciones y rutas de movimiento de sus enemigos.
Ante esto, Galston se vio profundamente afectado y alertó a las autoridades y al mundo en repetidas ocasiones del enorme daño ambiental que estaba causando el agente naranja. Luego, acusó que el herbicida también presentaba un riesgo para los humanos.
El componente más peligroso del Agente Naranja es la dioxina, un contaminante que puede permanecer en el medio ambiente por décadas y que, entre otras cosas, puede causar cáncer, malformaciones en el desarrollo fetal, problemas de infertilidad y atacar los sistemas nervioso e inmune.
Las advertencias de Galston y otros científicos llevaron a que el gobierno de Estados Unidos ordenara un estudio toxicológico. A la luz de los resultados, el presidente de ese momento, Richard Nixon, ordenó la detención de la fumigación del agente naranja.
Más tarde, el biólogo vegetal diría: “Solía pensar que uno podría evitar involucrarse en las consecuencias antisociales de la ciencia simplemente no trabajando en ningún proyecto que pudiera tener fines malignos o destructivos. He aprendido que las cosas no son tan simples y que casi cualquier hallazgo científico puede pervertirse o deformarse bajo las presiones sociales”.
También aseguró que el agente naranja fue “un mal uso de la ciencia”. “La ciencia está destinada a mejorar la suerte de la humanidad, no a disminuirla, y su uso como arma militar me pareció desaconsejable”, agregó.
3. Mijail Kalashnikov, creador del fusil AK-47:
Fue el diseñador de una de las armas más reconocidas del planeta: el fusil semiautomático AK-47.
En 1947, el ruso Mijail Kalashnikov creó este fusil sencillo, resistente y confiable que se convirtió en el arma de rigor de los ejércitos soviético y ruso, así como de decenas de otros países.
El AK-47 también fue un símbolo de revolución alrededor del mundo; estuvo en acción en los campos de batalla de Angola, Vietnam, Argelia y Afganistán. También fue compañero de ejércitos rebeldes en América Latina, como de las FARC y ELN en Colombia.
Grupos palestinos lo utilizaron con frecuencia y hay una célebre foto de Osama bin Laden ostentando el rifle con su característico cargador curvo.
La relativa simplicidad del diseño hizo que su manufactura fuera barata y su mantenimiento en el campo de batalla sencillo. Se convirtió en el fusil de asalto de mayor uso en el mundo y, según los cálculos, acumula más muertes que las bombas atómicas.
Aunque a lo largo de su vida Mijail Kalashnikov expresó pocos remordimientos por su mortífero invento -“duermo profundamente”, dijo una vez-, poco antes de su muerte confesó que tenía un “dolor espiritual insoportable”.
En una carta al jefe de la iglesia ortodoxa rusa a la cual asistía (que fue filtrada por medios rusos un mes después de su muerte), dijo que se sentía responsable de los millones de muertes causadas por su revolucionario fusil.
“Mi dolor espiritual es insoportable. Sigo haciéndome la misma pregunta insoluble. Si mi rifle privó a la gente de la vida, ¿puede ser que yo... un cristiano y un creyente ortodoxo, tuve la culpa de sus muertes?”, se preguntó.
“Cuanto más vivo -escribió-, más se me clava esta pregunta en la cabeza y más me pregunto por qué el Señor permitió al hombre los deseos diabólicos de la envidia, la codicia y la agresión”.
4. Alfred Nobel y la dinamita:
En diciembre de 1896, dos jóvenes ingenieros suecos se llevaron la sorpresa de su vida al abrir el testamento de su admirado Alfred Nobel, quien los dejó a cargo de emplear la mayor parte de su fortuna con el fin de crear una entidad para celebrar el avance de la humanidad.
Siguiendo las instrucciones del maestro, Ragnar Sohlman y Rudolf Lilljequist dieron vida a la Fundación Nobel, que estableció premios anuales por los méritos alcanzados en física, química, medicina y fisiología, literatura y paz mundial; a los que en 1969 se les sumó la economía.
Este último deseo de Nobel no es al azar y tiene una contundente razón detrás. Se dice que, en el ocaso de sus días, le atormentaba la idea de la muerte y destrucción que la aplicación de sus inventos había generado.
Y es por eso que decidió legar gran parte de su fortuna a la creación de la fundación. Décadas antes, el químico, ingeniero, escritor e inventor sueco había creado la dinamita.
Nacido en el lecho de una familia de ingenieros, Nobel trabajó con su padre en la fabricación de explosivos. Pero en 1864 vivió una trágica experiencia que marcó su vida, cuando su hermano menor y otras cuatro personas murieron en una explosión de nitroglicerina.
Dos años después, en 1866, Nobel desarrolló un método que permitía manipular con seguridad el inestable explosivo líquido. Para reducir su volatilidad, mezcló nitroglicerina con un material poroso absorbente, creando así la dinamita.
Esta invención le dio una fama y una riqueza inmensa a su inventor, y dio inicio a una nueva era en la construcción... pero también en la destrucción. Pues no pasó mucho tiempo para que comenzara a utilizarse con fines bélicos.
Así, se aplicó como relleno explosivo en los proyectiles de artillería y cargas de demolición militares, causando cientos de miles de muertes.
Nobel falleció el 10 de diciembre de 1896 en su casa de San Remo, Italia, habiendo firmado su testamento final que sentó las bases para lo que se convertiría en el premio internacional más prestigioso en pro del avance del hombre.
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