1916: once policías para 30 mil hinchas en el primer escándalo del fútbol
Once policías para unos treinta mil hinchas fue la ecuación que no dio resultado hace más de cien años. Aquí, los pormenores de aquella tarde en que todo salió mal.
Para los festejos por el Centenario de la Independencia argentina, en julio de 1916, se resolvió realizar la segunda edición del Campeonato Sudamericano (la primera había sido en 1910 y se había coronado Uruguay). En esta oportunidad, se trató de un cuadrangular en el que participaron el poco competitivo conjunto brasileño, además de Chile, Uruguay y Argentina.
Como era de esperarse, Chile y Brasil tuvieron un papel secundario. Uruguay le ganó a los dos, mientras que Argentina venció a los chilenos, pero apenas logró un empate con los simpáticos brasileños que festejaron como si nos hubieran ganado.
Así se llegó a la última fecha en que se medirían los dos equipos más fuertes: Argentina y Uruguay. Las chances estaban intactas: si los argentinos ganaban, eran los campeones. La derrota o el mero empate, coronaría a los uruguayos. Pero lo que ocurrió en la tarde del domingo 16 de julio de 1916 llenó más espacios en los periódicos de lo que hubiera ocupado la crónica del partido.
Durante la semana previa, las expectativas por el partido definitorio fueron creciendo. El sábado 15 llegaron a Buenos Aires unos cuatrocientos aficionados uruguayos. En la mañana del 16, el Vapor de la Carrera proveniente de Montevideo sumó a otros mil doscientos simpatizantes. Del lado argentino también se incorporaban contingentes. Las crónicas mencionan a fanáticos provenientes de Rosario, La Plata, Bahía Blanca, Baradero y Pergamino, entre otros.
El clásico del Río de la Plata se jugaría en el estadio de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA) de Palermo, considerado el mejor de Sudamérica. Debido a que el partido se iniciaría a las 14:30, una gran cantidad de espectadores comenzó a acercarse a Palermo antes del mediodía.
Para conocer los detalles de aquella jornada recurrimos fragmentos de las crónicas de LA NACION, La Razón, La Prensa, y La Vanguardia.
"Por virtud de una lamentable falta de organización, las boleterías resultaron insuficientes desde el primer momento. La gente se apretujó en torno de ellas a partir de las 12:30 en una lucha a codazo limpio para llegar hasta las ventanillas". Las colas eran inmensas y la concurrencia superaba la capacidad de las tribunas que era de veinte mil espectadores. El público era controlado por once efectivos policiales designados.
"A la 1:10 hubo varios millares que optaron por renunciar a la lucha frente a las boleterías y arremetieron, en cambio, contra los guardianes de las puertas de acceso. Este proyecto no tardó en ser conocido por la muchedumbre. De pronto, como obedeciendo a una señal que jamás alguien dio, la multitud arremetió en incontenible carga". Se llevaron puesto a un policía y su caballo, los dos primeros heridos de la jornada.
"Una multitud se desparramó por la tribuna oficial, trepando en tropel a las gradas y ocupando los sitios disponibles en los palcos, que a esa hora estaban en su casi totalidad ocupados por familias. Estas pasaron, por cierto, un instante poco agradable". "Aparecieron los equipos uruguayo y argentino, y pudo notarse que, lejos de ser recibidos con un entusiasmo característico de las grandes bregas internacionales, el público permanecía silencioso". Todo se complicó cuando los simpatizantes colmaron el centro de la cancha. "Los miembros de ambos cuadros se retiraron al guardarropa".
Ya se habían cambiado cuando se resolvió que se jugaría el partido, pero no sería el definitorio del torneo, sino un amistoso. Volvieron a cambiarse, salieron a la cancha y ayudaron a la policía en la tarea de sacar a la gente. Los intrusos se ubicaron en un costado, a medio metro de las líneas laterales.
Carlos Fanta, el árbitro chileno, dio comienzo al partido a las 3:30. Avanzó Uruguay. Robó la pelota Argentina y la lanzó al campo contrario. Los orientales retomaron el balón y atacaron. Un defensor argentino (Reyes) recuperó la pelota y se la pasó al arquero (Isola), quien no quiso problemas: de un puntinazo, la lanzó fuera del campo. Lateral para los vecinos. "Y cuando tomó la pelota el jugador uruguayo que debía ponerla en juego nuevamente, la gente agolpada sobre ese lado se adelantó, no sabemos en virtud de qué, pues el lance no revestía la menor importancia". Una vez más el campo de juego se vio desbordado y los futbolistas, resignados, se retiraron al vestuario.
Era imposible intentar llevar adelante el partido. Y se desató la furia. "Algunos de los manifestantes más audaces se dirigieron a los dos arcos y los arrancaron". También quitaron las redes. Uno de los arcos fue llevado, como trofeo, delante del palco oficial en donde los directivos de los equipos sudamericanos y el resto de los invitados quedaron petrificados por el pánico. Incendiaron una de las redes. También, la tribuna popular que daba al río –y era de madera– se prendió fuego.
En medio del caos, hubo un hecho que paralizó a todos. El fuego en la tribuna combustible estaba por alcanzar la bandera de Uruguay que flameaba encima de la popular. Al ver esto, el joven Juan Pallas (por su corte de pelo era fácil advertir que estaba haciendo el servicio militar obligatorio) trepó con riesgo la tribuna para salvar el estandarte de las llamas. Lo atrapó y recibió la ovación de todo el estadio. Cayó heroicamente asfixiado en el césped y fue socorrido por el doctor Escobar Bavio. Terminó internado en el Hospital Fernández. Su acción fue imitada por varios que se lanzaron a rescatar las banderas de Brasil, Chile y la Argentina. Los bomberos recién lograron apagar los incendios a las diez de la noche. De las tres tribunas populares no quedó nada. El palco oficial se salvó. Hubo cuatro detenidos.
El lunes 17 se jugó el partido final en Avellaneda. Empataron sin goles y Uruguay retuvo el título. Se vendieron una cantidad específica de entradas y no bien pareció que las tribunas ya estaban bastante llenas, se suspendió la venta. La figura fue el arquero argentino Isola. "El referee chileno Carlos Fanta actuó acertadamente, siendo aplaudido repetidas veces".
Cabe preguntarse qué clase de milagro obró para que hubiera apenas contusos en medio de un incendio que tenía unas treinta mil potenciales víctimas. Sin dudas, la Mano de Dios –mucho menos espectacular, pero a la vez, mucho más admirable– existió setenta años antes del gol a los ingleses.
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