12 meses de cuarentena. Con 86, hace un año que casi no sale de su casa
Si la pandemia hubiera sido un reality show de supervivencia puertas adentro, Martha Doris Chiesa, de 86 años estaría hoy en la gran final. Cuando le preguntan cómo hizo para permanecer prácticamente todo el año en cuarentena, lejos de los contactos sociales, sin ir al supermercado, sin cumpleaños ni reuniones de amigos, aun cuando las reglas del confinamiento se relajaron, Martha ofrece una respuesta que sorprende: “La vida es muy linda como para perderla”. Y aunque ya tiene la primera dosis de la vacuna, dice que va a seguir con los mismos cuidados que al principio de la cuarentena. “Hasta que toda la población esté vacunada yo no salgo”, dice.
El síndrome de la cabaña es el nombre que los especialistas le pusieron al fenómeno que se da en personas que vivieron un encierro prolongado y que terminan prefiriendo esas cuatro paredes antes que el afuera. Martha dice que ese síndrome no la define. Que ella sí tiene ganas de salir, pero que prefiere cuidarse todo lo que pueda. Aunque casi todos a su alrededor haya retomado su vida y que sus amigas le insistan para ir al teatro. Ella dice que no.
Viajera
Desde el 19 de marzo del año pasado, su vida de cambió muchísimo. Martha no era exactamente de las personas que disfrutan quedándose en su casa. Todo lo contrario. Más bien del tipo inquieto, ella vivía viajando. Unos meses antes de la pandemia paseó por Egipto y después se fue de vacaciones a la costa. Desde que se jubiló como agente de viajes, hace cinco años, decidió aprovechar el tiempo para conocer esos lugares del mundo que tenía pendientes. “Me faltó Grecia. Pensaba ir este año, pero no creo que se pueda viajar por varios años. Y a los 90 años ya no voy a estar para andar paseando por el mundo. O por ahí, sí. ¿Quién sabe…?”, dice.
El anuncio de Alberto Fernández, del inicio de la cuarentena, la encontró en el departamento que tiene en San Bernardo. Lo vio por televisión y le pareció surrealista. Decidió que quedarse en la costa. Creyó que iba a ser lo más seguro, si el aislamiento duraba 15 días. “Pensé que estaba más aislada y tranquila. Pero a las pocas semanas me di cuenta que estaba demasiado sola. En el edificio no había otras personas. Los negocios estaban todos cerrados, abrían sólo los miércoles y domingos, y a las 17 empezaba el toque de queda. Apenas pude, me volví”, cuenta.
Ese día, se encerró en el departamento que tiene en el cuarto piso de la calle Giribone, en Colegiales y por siete meses no volvió a asomarse a la calle. Le hizo una lista a su hija con todas las cosas que necesitaba para sobrevivir el siguiente mes y medio. Cada vez que el Presidente renovaba el plazo de la cuarentena, Martha actualizaba la lista y Verónica, su única hija le llevaba las compras hasta el palier y se iba. Lo que más extrañaba era poder charlar un rato con ella, abrazarla o darle un beso.
“Pero comprendí que nos teníamos que cuidar una a la otra. Para mí no fueron meses de tortura, porque disfruto mucho de estar en mi casa. Sí, extraño a mis amigas, salir a tomar un café, o ir a jugar a las cartas al centro de jubilados. Pero este es el tiempo que nos toca. Yo lo aproveché para hacer cosas que tenía postergadas, como pintar. Me gusta mucho la ópera y el ballet. Me paso tardes enteras mirando obras completas por Youtube. Descubrí un mundo que es infinito”, dice.
Maratones
En el último tiempo, se hizo fan de las competencias de patinaje sobre hielo. Puede maratonear varias jornadas enteras sin moverse del sillón. Las mira con la fruición de quien está viendo un espectáculo en vivo. En estos doce meses, ni una sola vez accedió a las invitaciones de sus amigas a tomar un café o a ir a un restaurante. Aunque le daban ganas. “¿Para qué?. Mejor no exponerse, para que esto se termine pronto”, dice.
Martha extraña más que nada recibir gente en su casa. Ama esas noches de festejo en las que ella era la anfitriona y la casa quedaba patas para arriba. “No extraño salir a comer. Extraño a las personas. Las conversaciones cara a cara. El encuentro”, dice. Porque, aunque el Zoom o las videollamadas le abrieron un nuevo mundo, no son lo mismo, asegura.
¿A dónde iría si pudiera viajar a su vida anterior? No lo duda. A alguno de los cumpleaños de los niños de la familia. De solo pensar es ese griterío, en chicos corriendo por todos lados, en los globos, en los sándwiches de miga y en los calentitos, se le llena el corazón de reminiscencias.
Por siete meses, Martha no salió a la calle. A fin de octubre, tenía un turno con su médico y no lo quería faltar. Como el centro médico queda a ocho cuadras de su casa, decidió ir caminando. Volver a ver gente la abrumó. Todos parecían tan relajados ya. En cambio, ella sentía que acababa una larga deshibernación. El problema fue la vuelta. “Casi no podía caminar. Me tenía que sostener de las paredes. Las piernas estaban muy debilitadas. Llegué como pude y lo hablé con mi hija y con el médico. Estuvieron de acuerdo en que tenía que empezar a salir a caminar”, cuenta.
Caminatas
Desde entonces, todas las mañanas, se acicala y perfuma. Se pone su barbijo, sus gafas de seguridad industrial y sale a caminar por las calles menos transitadas de Colegiales. Sólo se detiene para comprar algo de fruta y sigue su camino. Antes de las 8, ya está de vuelta, para no cruzarse con mucha gente.
Hace dos meses, cuando se autorizó la navegación, Verónica y su marido la fueron a buscar para llevarla en su lancha a la casita que tienen en El Tigre. “Me pasan a buscar en el auto, y no tenemos contacto con nadie más. Sólo nosotros tres. Y volvemos directo a casa. Me hizo muy feliz, porque ahora, al menos veo a mi hija una vez por semana. El primer día que fuimos estaba contentísima, tenía una alegría que parecía una nena”, cuenta.
Hace 20 días, Martha se vacunó. Apenas anunciaron que se podían anotar los mayores de 80, estuvo cinco horas desde la computadora, el celular y el teléfono, intentando todas las vías posibles para comunicarse, hasta que lo logró.
“Me falta la segunda dosis, pero igual no pienso salir a ningún lado. Voy a seguir cuidándome como hasta ahora. Hasta que toda la población esté vacunada”, dice.
¿Qué siente cuando ve que la gente se junta con amigos o familiares o que no respeta la distancia social? “Yo no juzgo a nadie. Soy afortunada, porque la paso muy bien conmigo misma. Y no todos lo viven igual. Hay mucha gente angustiada, porque no estamos diseñados genéticamente para vivir en aislamiento”, dice.
¿Cuál fue la clave para resistir sin tentaciones? “Es sencillo. Yo, realmente quiero salir”, asegura.
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