Una zona olvidada y manejada por "transas"
LA NACION recorrió el sector de la masacre, que parece casi abandonado
Viajamos a la 1-11-14 con Elizabet, "sin h final", insiste la menuda y simpática boliviana de 23 años, que llegó hace cuatro años al país para buscar "un futuro", como dice ella, que no le daba Cochabamba, su tierra. Vive con su marido, que trabaja 12 horas en un taller textil y pelea por tener un "sueldo en blanco", y lo ayuda a vender la ropa con la que a veces le "pagan el sueldo". Ellos tienen un sueño: salir de la villa.
Ningún extraño al barrio, con sentido común, se animaría hoy a transitar solo por allí, donde se advierte el merodeo de chicos de bermudas y gorrita que van de un lado a otro, como observándolo todo. Algunos los tildan de "soldaditos", que alertan sobre cualquier movimiento extraño. Sobre dicha avenida se abre un ejido laberíntico de edificios con sus ladrillos desnudos, sin revoque, y algunos alcanzan los cinco pisos.
Desde la transitada avenida Perito Moreno subimos por la curva cerrada que tiene la avenida Riestra hasta Rivera Indarte: allí se dividen los barrios de Flores y Nueva Pompeya, y esa avenida también separa las llamadas zonas dominadas por los peruanos y los paraguayos, cuyo último combate dejó a cuatro jóvenes acribillados de 34 tiros dentro de un viejo Mercedes-Benz.
"Mire que esos «gorritas» no son pibes. Tienen como 17 o 20 años. Parecen más chicos porque están consumidos por la droga. Siempre andan paqueados. Ahora me conocen, pero antes me sacaban la plata de mi trabajo, pues era la única forma de entrar en mi casa de la villa. Muchos de esos pibes luego se convierten en chorros o transas", dice en voz baja Elizabet.
Por Riestra caminamos por veredas estrechas y sucias hacia su casa, que está en otro sector de la villa, hay improvisadas despensas y quioscos, casi todos enrejados. Mientras algunas miradas parecen posarse sobre nosotros, ella cuenta su primera experiencia con los que llaman "chorros" o "transas": "Volvíamos con mi marido de comprarle una linda campera de $ 240 para el invierno. Entramos en la villa y cuatro chorros nos rodearon con facas y le sacaron la campera y las zapatillas. Les dijimos que éramos de la villa, pero no les importó. Una vecina me dijo que hablara con un señor, muy canoso, que estaba con los transas. Yo lo saludaba todas las mañanas y varias veces lo vi vendiendo droga, y no le alcanzaban las manos para manejar tantos billetes. Un día me acerqué y le conté lo que me pasó y me dijo que «iba a ver». Al otro día me pidió $ 100 y luego recuperé la campera. Desde ese día no me robaron más".
Sobre quién maneja el poder en la villa, la joven boliviana no titubea: "Los transas. A algunos chorros los ves ahora que venden paco, se pasaron de bando. Ellos manejan la villa y lo harán por mucho tiempo más".
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