Una personalidad impulsiva y fronteriza, sin inhibiciones
Según especialistas consultados por LA NACION, la sucesión de actos de Adriana Cruz tras su separación, desde el asesinato de su hijo a su suicidio, son propios de una persona con un trastorno borderline.
Con la muerte por su propia mano, Adriana Cruz clausuró el proceso que ella misma había abierto desde su despecho de mujer abandonada, en un derrotero vengativo contra su esposo en el que no trepidó en golpear allí donde un padre jamás podría recuperarse –matándole a un hijo– para al cabo quitarse del medio, casi como una burla final, para dejar al antagonista desolado y sin la menor posibilidad de una condena que dé al menos un mínimo resarcimiento ante mayúscula pérdida.
La opinión de los especialistas en salud mental deja lugar a una interpretación provisoria del dramático decurso de los acontecimientos en la psiquis de esa madre capaz de matar al hijo para castigar al esposo.
Se sabe, porque fue objeto de una opinión pericial, que Cruz era imputable porque pudo comprender y dirigir lo que hizo, es decir, ahogar a su hijo de seis años, Martín, en el jacuzzi de su casa en un country del partido de Presidente Perón.
Provisionalmente, los psiquiatras consultados por LA NACION interpretan que la mujer podía haber padecido un trastorno fronterizo de la personalidad que facilita actos impulsivos extremos conocido como borderline.
El borderline mantiene relaciones interpersonales idealizadas e intensas, y realiza ingentes esfuerzos para evitar ser abandonado. Para comenzar a entenderlo, un ejemplo típico –aunque con los obvios condimentos de su adaptación al entretenimiento cinematográfico– es el de Alex Forester, el personaje que encarna Glenn Close en la archifamosa Atracción Fatal. Abandonada, adopta la variable acosadora y, en su camino, no trepida en dañar a todo cuando rodea a su objeto de deseo.
El borderline realiza, con su parte psicótica, un fino escaneo de las debilidades de su antagonista, lo que un neurótico no puede hacer, porque su neurosis, precisamente, lo somete a límites que no puede trascender. Con frialdad y desinhibición, advierte cuál es el flanco más débil de su interlocutor para producirle un daño moral irreversible, sin solución.
En cuánto a cómo es posible que, en esa venganza (a diferencia de aquel personaje de Glenn Close que mata al conejito de la hija de su amante-perseguido), una madre sea capaz de matar al hijo que ha llevado en el vientre, los expertos aluden al concepto de cosificación. En cualquier situación de víctima, aquel que debe "destruir a alguien", tiene que anestesiar aquello que podría inhibirlo para la acción. Para eso se cosifica la víctima, que deja de ser una persona –hijo, o lo que sea–, y se lo destruye más fácil. Este es el mecanismo.
En el caso de Cruz, y su elección del hijo menor y varón como prenda de la venganza, tanto el sexo masculino como la identificación con el padre podrían haber sido aspectos que por sí mismos marcaron el destino del chico, según los especialistas.
Adaptado este modelo analítico al caso de Adriana Cruz, los especialistas notan que su desenlace fatal, producto de su propia decisión, no se advierte como un arrepentimiento, como una liberación, sino que, a falta de base neurótica podría operar como una burla final, una forme de escaparse para no asumir el peso de los hechos y dejárselos al otro.
Eso la diferencia del clásico asesino psicópata, que encontraría una alternativa para sobrevivir, que no se inmolará por la culpa ni por el fracaso. Su impulsividad, la magnitud del hecho realizado, y el hacer una autoincriminación tan cándida –como cuando reconoció, ante las cámaras, que había matado al hijo para vengarse del marido que la había traicionado– se ajustan al modelo del impulsivo extremo.
El ataque destructivo, que parece irracional, dirigido a la persona que ha abandonado al agresor, no es infrecuente en nuestro país. En este caso se dio espectacularmente, pero otras cuestiones como el maltrato crónico o el abuso sexual son moneda corriente, y objeto cotidiano de intervenciones judiciales.
lanacionar