Una cárcel se transformó en el centro operativo de bandas narco
La prisión santafesina de Piñeiro quedó, nuevamente, en la mira de los investigadores judiciales al determinarse que desde allí se manejaba una importante red de distribución de cocaína
ROSARIO.– La cárcel de Piñero se transformó en un lugar seguro para que los detenidos por narcotráfico puedan seguir con su actividad. Los smartphones y las aplicaciones de mensajería, como WhatsApp y Telegram, ayudan a que sigan intactos los vínculos entre los líderes de clanes presos y sus bandas. Incluso, es cada vez sea más difícil para los investigadores dilucidar el funcionamiento de estas organizaciones dentro de la prisión, donde las órdenes también se transmiten a través de las visitas. El broche para que todo funcione de manera aceitada es la connivencia de personal del Servicio Penitenciario santafesino, actualmente bajo la lupa en varias causas, especialmente tras la fuga de nueve presos en mayo pasado en la autopista Rosario-Santa Fe.
Ese presidio también quedó bajo observación en los últimos meses al determinarse que grupos vinculados con clanes narco tenían cierto control sobre los familiares de todos los detenidos, ya que exigían pagos para asegurar los turnos de visitas.
La Policía Federal Argentina desmanteló en los últimos días una organización que funcionaba directamente desde un pabellón de la cárcel de Piñero, donde Julio Andrés Rodríguez Granthon, alias el Peruano, quien está detenido desde el 14 de junio pasado, seguía dando órdenes para que sus aliados fuera de los muros del penal distribuyeran cocaína en varias zonas de Rosario.
Este hombre, oriundo de Lima, de 25 años y que sería piloto de aviones, vivía en una zona residencial de la localidad de Funes, vecina a Rosario, y su sello en el mundo de la droga era la imagen de una corona grabada en los cargamentos, emblema que en los particulares códigos del hampa garantizaba la buena calidad de la cocaína.
El jefe de la PFA, Néstor Roncaglia, confirmó que el líder de esa banda es un hombre de nacionalidad peruana que se mantenía activo como jefe de un clan narco pese a estar detenido en el penal de Piñero. "Seguía en contacto con parientes y, más allá de diversos elementos usados para comunicarse, daba órdenes directas", detalló el comisario general.
Rodríguez Granthon emitía las directivas, pero los investigadores de la PFA monitoreaban también cómo se movían los miembros de esa banda. Ese trabajo, según Roncaglia, fue realizado durante tres meses, hasta que los detectives lograron identificar a los principales protagonistas de esta trama.
Roncaglia consideró que "se trabaja constantemente con el Servicio Penitenciario para tener más controles sobre las personas que están detenidas, pero es un fenómeno mundial que también está relacionado con las cantidades de dinero que maneja el tráfico de estupefacientes".
Tras su arresto en junio pasado, se logró determinar que Rodríguez Granthon tenía un nexo con Los Monos a través de Gisella Bocutti, pareja de Leandro Vilches, lugarteniente de Ariel Cantero, alias Guille. El Peruano proveía de cocaína de máxima pureza a Bocutti, quien a su vez revendía la droga a Gustavo Martinotti, alias Toro, exbarrabrava de Rosario Central, que está preso en la cárcel de Coronda. Vilches, mano derecha de Guille Cantero, fue condenado por la Justicia provincial a 11 años de prisión y actualmente está siendo juzgado junto con su jefe en otra trama narco vinculada a la barra brava de Rosario Central. El denominador común de esta historia es la cárcel: que en distintas bocas de expendio se transformó en una base de distribución de drogas.
Rodríguez Granthon proveía a Los Monos a través de Bocutti cuando estaba en libertad. Las órdenes de compra le llegaban a través de Toro Martinotti desde la cárcel de Coronda. Este hombre fue detenido el 3 de mayo pasado luego de intentar escaparse de su departamento ubicado en Schweitzer al 7900, donde se secuestraron cuatro pistolas: dos calibre 9 milímetros, una calibre 40 y una 11.25, así como más de 200 municiones de distinto calibre. Unos días antes del operativo, Toro había sido denunciado por su hermana Marisa, que lo acusó por los disparos contra el frente de su casa y su auto.
Luego de ser arrestado, el Peruano siguió con la provisión de cocaína de máxima pureza desde la cárcel de Piñero. Sin embargo, esta vez los investigadores de la Policía Federal seguían sus pasos.
Esa pesquisa derivó en los últimos días en once allanamientos para dar con los integrantes de la organización narcocriminal. Desde la cárcel, el líder de la banda ordenó la compra de siete kilogramos de cocaína de máxima pureza con el objetivo de revender esa droga. El proveedor del estupefaciente, que vivía en el barrio Echesortu, no quiso dejar de controlar la entrega y el cobro de la mercadería, por lo que se presentó en la noche del martes pasado en la esquina de Amenábar y el bulevar Avellaneda. La cocaína tenía una marca particular: los panes estaban individualizados con el sello de una corona. Los compradores se desplazaban en un Chevrolet Aveo y los vendedores lo hacían en un Peugeot 207. En este último auto se secuestraron siete paquetes blancos con un logo con la simbología de una corona, característico en la banda de el Peruano.
Los paquetes pesaron 15,5 kilogramos de cocaína, lo que equivale a 46.743 dosis del estupefaciente. Los policías federales secuestraron, además, $2.100.000 y US$110.000. Durante el procedimiento los agentes detectaron una camioneta que circulaba a baja velocidad en sentido sur-norte y que se encontraba documentada en la investigación. El conductor del vehículo, al observar el operativo policial, intentó fugarse, por lo que se produjo una breve persecución hasta la intersección de Avellaneda y Montevideo. Allí se logró la detención del conductor de la camioneta y el secuestro de seis celulares, US$1300 dólares y joyas.
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