Un dedo mutilado y el error que llevó al arresto: la historia del brutal secuestro de Ariel Strajman
En 2002, la banda de los Patovicas lo tuvo retenido contra su voluntad en Pilar; lo golpearon y “anestesiaron” con pastillas; un teléfono celular, la pista que marcó el fin de los delincuentes
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Primero sintió un martillazo sobre su mano derecha, luego otro... y uno más. Mientras se le ponían cara a cara y le gritaban “judío de m…, te vamos a cortar en pedacitos”. Hasta que la amenaza se convirtió en realidad y uno de los integrantes de la, por entonces bautizada como “La banda de los patovicas” porque algunos de ellos hacían de custodios en boliches, agarró una tenaza de las que se usan para cortar chapa y lanzó el alarido: “¡Dame la mano, pendejo!”. Ariel Strajman de 27 años extendió como pudo la derecha y sintió un ardor y dolor inexplicable: le habían seccionado su dedo meñique.
La dramática noche (ya madrugada) del 16 de octubre de 2002 se hacía interminable para el joven: lo habían secuestrado cuando entraba con su auto al garaje del edificio donde vivía en Villa Urquiza. Antes de que el portón se cerrara, dos individuos ingresaron, le mostraron sus armas y le pegaron algunas trompadas para reducirlo. Él estaba convencido de que buscaban asaltar su departamento, pero desistieron al observar gran movimiento de personas. Cuando lo entrevisté en aquel momento me confió que le gritaban: “Empezá a darte cuenta que perdiste, gil. No te pudimos afanar, entonces te venís con nosotros”, mientras lo subían a empujones y patadas en el auto.
De allí lo llevaron hasta el Complejo La Josefina, ubicado en la esquina de Tulipanes y Las Glicinas, en Pilar, donde lo encerraron desde el miércoles cuando lo raptaron hasta la madrugada del viernes. Lo tuvieron cautivo sometiéndolo a todo tipo de torturas. Amordazado y atado lo quemaron con cigarrillos en el pecho, lo golpearon y lo insultaron de la manera más denigrante. Ya habían cobrado un rescate de mil dólares y seiscientos pesos, pero decidieron ir por más.
Entonces, en lugar de liberarlo, decidieron colocar el dedo en una caja de cartón y enviárselo a Mario, su padre, joyero de oficio, pese a que ya había cumplido con lo requerido por los secuestradores de su hijo. “Tenés más guita, largala o no aparece más”, lo amedrentaron y pidieron 30 mil dólares adicionales. Cuando el padre abrió el paquete, además de sentir horror por lo que vio, pudo leer en la nota que acompañaba el envío que le advertían: “La cosa va en serio, no estamos jodiendo”.
Pistas, imputados y condenados
Los investigadores lograron determinar que la banda tenía cierta experiencia y ya había cometido hechos similares. Aunque pusieron en evidencia una importante falta de profesionalismo ya que dejaron varias pistas, entre ellas, más de veinte llamadas desde un teléfono celular que rápidamente fue identificado.
Con esos datos la policía no tuvo más que dirigirse al domicilio del propietario del teléfono y los recibió una mujer que les dio la respuesta esperada. “Es de mi propiedad, pero lo usa mi hijo para su trabajo”, admitió María, de profesión enfermera, que con posterioridad terminó detenida al igual que su esposo, Alberto Juan Sommaruga, jubilado, sus hijos, Adrián y Pablo, y otros miembros de la familia.
En diversos allanamientos complementarios se secuestraron dos pistolas calibre nueve milímetros, otra 11.25, un revólver Magnum 357, otro 32 con la numeración adulterada y una ametralladora Mini Uzi automática de fabricación israelí. El Departamento de Delitos Complejos también pudo precisar que los captores en su mayoría eran vecinos de Villa Urquiza y venían siguiendo sus pasos debido a que mediante trabajos de inteligencia supieron que su padre tenía una joyería. Y llegaron a compararlos con el clan Puccio por su ferocidad y violencia en el secuestro de Strajman.
Los detenidos fueron imputados por los delitos de “secuestro extorsivo, asociación ilícita, tormentos, con el agravante de odio racial, lesiones gravísimas, uso de documento de identidad falsificado y tenencia ilegal de armas de guerra”. María fue a parar a la cárcel de mujeres de Ezeiza y el resto de la banda al penal de Villa Devoto. Dos años más tarde, el Tribunal Oral Federal Nº 1 conformado por los doctores Mario Costa, Martín Federico y Jorge Gettas dio a conocer las condenas: 22 años de prisión para Adrián Sommaruga; 16 para su hermano Pablo; 14 para Osvaldo Keroa; 6 para María Esther Gottig; 5 para Alberto Sommaruga y Diego Sibio; y 3 para Nicolás Barlaro.
“Yo quería pena de muerte”
Ariel Strajman, con quien pude dialogar en su departamento de Villa Urquiza desde donde lo secuestraron, luego de conocer el fallo que presenció en los Tribunales de Comodoro Py 2002, estaba destrozado. Su abogado, Carlos Wiater, había pedido como sanción 37 años y medio de cárcel. “Yo quería pena de muerte”, se sinceró Ariel en aquel momento. Y agregó: “Me siento destruido. Es totalmente injusto el fallo. Después de que me cortaron el dedo me decían que luego seguía la mano y que terminaría en pedacitos adentro de una bolsa negra. Se aburrieron de decirme judío de m…, de darme patadas y puñetazos, me quemaban los labios y el pecho, y me tenían dopado, semiinconsciente con pastillas para dormir. El jefe de la banda hasta se atrevió a solidarizarse con mi familia cuando dijo sus últimas palabras en el juicio. Ahí me paré y me fui de la sala, no me banqué semejante cobardía”.
En abril de 2020, Pablo Sommaruga, uno de los condenados, fue agredido en plena calle en el barrio Vepam de Esquel por un grupo de personas. Venía cumpliendo una condena de dos años por portación de armas en la Unidad 14 de esa ciudad, y seis meses atrás le otorgaron el beneficio de las salidas transitorias.
Lo habían autorizado a salir para acompañar a su mujer, que estaba embarazada, al obstetra. “Se me dio el arresto domiciliario por buena conducta. En la cárcel estoy haciendo bien las cosas, tengo un buen perfil criminológico y no soy un asesino”, se defendió en una entrevista con el portal de noticias local EQS Notas. “Estoy con una causa por una portación de armas, las otras están pagadas. No tengo ninguna por delitos contra niños ni violación. Lo quiero dejar bien en claro. No entiendo por qué se ensañan tanto conmigo. Estuve preso por secuestro, por robo y nada más (sic). Pagué 18 años detenido prácticamente”, amplió.
Enterado a la distancia de lo que pasó con Sommaruga, Ariel Strajman experimentó la sensación de revivir todo lo que le sucedió hace casi 19 años. Y sentenció: “hubiera querido hacer yo personalmente lo que hicieron los vecinos de Esquel. La gente está harta de los delincuentes. ¿Qué sentí al verlo? No voy a mentir, placer”, le confió al periodista Paulo Kablan en su programa de TV.
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