Estafadores de Tinder: piratas, príncipes, marines y médicos, los personajes creados para hacerse de un botín de $300 millones
El juez Manuel de Campos procesó con prisión preventiva a 32 sospechosos detenidos a fines de junio pasado; la organización criminal estaba liderada por un ciudadano nigeriano que tiene pedido de captura internacional
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V. fue estafada en casi 720.000 pesos y 1000 dólares. Cayó en una trampa. Fue una de las numerosas víctimas de una organización criminal internacional que captaba a sus víctimas en redes sociales como Facebook y Twitter o en apps de citas como Tinder. La farsa comenzaba con un primer contacto donde un delincuente creaba un personaje que, con el correr de los mensajes, le hacía creer a su “presa” que se había enamorado y, de pronto, cuando se había generado una intimidad y confianza suficientes, le pedía una transferencia de dinero para resolver un problema urgente. El plan, durante casi tres años y medio, funcionó sin contratiempos y la banda, liderada por Obinna Chukwuemeka Ejikeme, un nigeriano conocido como Bobby, se habría alzado con un botín de 300 millones de pesos.
A V. la contaron primero por Twitter. Después, la relación con quien pensaba que era un médico viudo, padre de dos hijos y que pasaba su tiempo al cuidado de niños de África, continuó por WhatsApp.
La mujer creyó sinceramente que había iniciado un romance con el supuesto médico y no dudó en ayudarlo cuando él le dijo que el barco donde viajaba por África estaba cercado por una embarcación de piratas y que, entonces, necesitaba enviarle una “caja con sus pertenencias para que ella la cuidara hasta que él viniera a la Argentina”.
Ella le dio todos sus datos para que el supuesto médico le enviara la caja, pero los problemas comenzaron cuando se comunicaron con ella para decirle que le encomienda estaba demorada en la aduana de Brasil y que debía enviar dinero para “rescatarla”.
Fue así que hizo transferencias por casi 500.000 pesos hasta que bloqueó a los contactos que le pedían dinero. Pero pronto cayó en una nueva trampa de la misma organización criminal, cuando uno de los estafadores se contactó con ella y se presentó como el “príncipe Hamdam” para después comentarle una publicación que ella había posteado en una red social y comenzó a transferir dinero para, supuestamente, ayudar con el futuro de niños que sufrían distintos problemas en países africanos.
V. llegó a transferir otros 220.000 pesos y 1000 dólares hasta que advirtió que había sido nuevamente estafada.
“Esta investigación sirve para observar y comprobar las severas consecuencias causadas por el crimen organizado, sea porque, al contar con mayores recursos, pudo afectar a un mayor número de personas, o porque –a partir de aquellos y del producido del propio delito– consiguió expandirse a gran velocidad, generando serias dificultades para que, desde el propio estado de derecho se le imponga un límite y se lo reprima”, sostuvo el juez en lo criminal y correccional porteño Manuel de Campos en una reciente resolución donde procesó a 32 integrantes de la organización criminal por delitos como estafa y asociación ilícita.
El fenómeno de “los estafadores de Tinder” es global, pero tiene un epicentro: Nigeria. El Centro de Denuncias de Delitos en Internet (IC3) del FBI informó de casi 2500 millones de dólares en pérdidas vinculadas a la ciberdelincuencia de origen nigeriano en 2020. También, que, en 2021, unas 24.000 víctimas en los Estados Unidos declararon haber perdido unos 1000 millones de dólares a causa de estafas románticas.
Como informó LA NACION el mes pasado, el juez De Campos y detectives División Delitos Tecnológicos de la Superintendencia de Investigaciones Federales de la PFA, después de casi tres años y medio de investigación, pusieron al descubierto una organización criminal dedicada a las estafas virtuales.
Los 32 sospechosos procesados en las últimas horas se sumaron a otros 20 integrantes de la banda que ya tenían prisión preventiva, producto de una primera resolución.
La investigación había comenzado a principios de 2019 tras la denuncia de un empresario que fue víctima de la organización criminal.
“Esta organización criminal tenía por finalidad y objeto, al menos en parte, la comisión de un número indeterminado de hechos delictivos, de contenido patrimonial. Los estafadores, básicamente, se vincularon en su gran mayoría –o, mejor dicho, de lo detectado– a generar engaños por medios electrónicos o con el uso de estos, a personas que contactaron –previo haber ejercido tareas de inteligencia y/o de ingeniería social por redes sociales, correos electrónicos u otros sistemas de mensajería electrónica como WhatsApp. La cuestión es que las víctimas, luego de creer en esas historias, como así también que estos usuarios eran personas que existían y con las que se vinculaban de algún modo –sea por amistad, romance, por una posible relación comercial o solidaridad–, les efectuaban como producto del engaño transferencias o giros internacionales de dinero que no tenían el destino ni la situación marco que les habían comentado”, explicó el juez en su reciente resolución.
A otra víctima, identificada como A., la contactaron primero por Tinder. Un integrante de la banda se hizo pasar por un ingeniero civil de los Estados Unidos. Tras ganar su confianza, le dijo que lo habían contratado para hacer un puente, trabajo por el que le iban a pagar 10.000.000 de dólares.
Continuaron los mensajes románticos y, una vez que ganó su confianza, el falso ingeniero le dijo a A. que habían bloqueado sus cuentas bancarias y le pidió ayuda. Se comprometió a devolverle el dinero cuando viajara a la Argentina. A. transfirió 1.188.000 pesos a los estafadores. Cuando advirtió el engaño, ya era tarde.
Las víctimas no lo sabían, pero el dinero era transferido a cuentas de otras personas, “mulas” que recibían una comisión por prestar su CBU.
“Para las estafas, los sospechosos buscaban, la mayoría de las veces, mujeres de entre 45 y 55 años. Pero, también, caían en la trampa hombres”, dijo oportunamente a LA NACION una calificada fuente judicial.
Hubo estafadores que se hicieron pasar por periodistas y por médicos cirujanos. Pero las “profesiones” más elegidas para engañar a las víctimas fueron las historias de militares de los Estados Unidos en misiones en Kabul, Afganistán, que pensaban venir a vivir a la Argentina después del retiro.
En la investigación, el juez de De Campos tuvo la colaboración de detectives de la División Delitos Tecnológicos de la Superintendencia de Investigaciones Federales de la Policía Federal Argentina (PFA).
El botín, por medio de transferencias internacionales, fue enviado a más de 30 países como los Estados Unidos, Canadá, México, Colombia, Venezuela, Ecuador, Brasil, Paraguay, Uruguay, España, Indonesia y Nigeria, entre otros.
El mes pasado, en los allanamientos ordenados por el juez De Campos, además de la detención de los 32 sospechosos, la PFA secuestró 1.800.000 dólares apócrifos.
“Quizá la idea central de toda esta labor sea esta, que en el marco de la administración de justicia y a partir de los recursos del propio Estado, que este proceso sirva para dejar bien establecido que se ha corrido un velo; uno que invisibilizaba toda esta trama, por lo menos a nivel local”, sostuvo el magistrado en su última resolución.
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